No podía dejar pasar la oportunidad, venía esperándola, buscándola, provocándola desde hacía años. No dudó en correr a la cita, se arriesgaría a pesar de todo, a pesar de su matrimonio, a pesar de sus hijos. No lo comentó con nadie, pidió unos zapatos prestados y se compró un traje sensual.
Se habían conocido hacía años, cuando él aún era soltero y ella, recién casada. Llegó a su casa por recomendación de una amiga. Necesitaba alguien que le resolviera algunas cosas y ahí llegó Luis. Para esos tiempos todavía estaba enamorada de su marido, contenta, sin muchachos, con tiempo para compartir en pareja. Sin embargo, esa primera visita de Luis le movió un poco el tapete, porque le gustó, le gustó como estaba parado en la puerta, le gustó como la miró y le gustó el cosquilleo que sintió. Estaba sola en la casa cuando llegó, lo atendió, le preguntó si podría ayudarla y de ahí en adelante, siempre que necesitaba algo lo llamaba. Además, se lo encontraba en casa de sus amigos, siempre trabajando. Se coquetearon desde aquel día, se decían cosas, inuendos. A ella le gustaban sus insinuaciones, sus piropos callejeros, su simplicidad... y sí, su ordinariez y descaro.
Luis era pintor de profesión, pintor de casas, pintor de brocha gorda. Sin embargo. la dedicación y esmero que le ponía a todo lo que realizaba le había ganado la confianza de la familia para la cual trabajaba y de otro grupo de personas que lo usaban para que les resolviera cosas, era como un "handyman".
De manera que durante los últimos años, Lourdes se lo encontraba con cierta regularidad por su vecindario, en la ferretería, en el gimnasio, por ahí. Bueno, no era tan casual la cosa, a veces se llamaban; para saludarse, para conversar un poquito, en horas laborables, mientras ella trabajaba y él también. Ella le contaba de su vida y de lo sola que a veces se sentía, aún en compañía. Le contaba sobre los niños, sobre los viajes del marido y sobre lo poco que se veían y compartían: "Tú sabes, lo que falta es, ese compartir de pareja..." le había dicho en una ocasión. A Luis le había impactado su comentario y sin pelos en la lengua le preguntó: "¿Qué el tipo no te lo hace...con lo buena que tú estás?". Rieron, siempre reían ante la sencillez y espontaneidad de Luis: "Menos de lo que me gustaría, pero ya me resigné", contestó Lourdes con un poco de tristeza y hastío: "Pero ni creas que me preocupa porque yo me resuelvo, ya sabes, siempre podemos resolvernos". Luis no entendió muy bien a lo que se refería pero rió como si entendiera: "En ocasiones es mejor no preguntar", pensó. Así eran sus conversaciones, casuales pero con un poco de morbo, diciendo sin decir, pidiendo sin exigir, con calma, con sigilo, con paciencia...
Pasó el tiempo, Luis se había casado y estaba en espera de su tercer hijo. Tenía que trabajar para mantenerlos, trabajar mucho. Casualmente, un verano cualquiera, el marido de Lourdes salió en otro viaje de negocios, los niños estaban de vacaciones con los abuelos y ella estaba sola y también se encontró a Luis.
Le contó que seguía trabajando con la misma familia y que como ellos estaban de viaje les iba pintar la casa de playa, durante esos días. "Me gusta trabajar cuando no hay nadie en las casa porque lo hago con calma, con mucha calma...como me gusta." Lourdes entendió el doble sentido de su comentario y le contestó: "!Ajá!, a mí también me gusta así, con calmita y ¿vas a estar solito por allá?", y él le dijo: "sólo unos días, ¿por qué no me visitas y hablamos un rato? Date una escapadita de ese trabajo tuyo..." Ella sintió el calentón cosquilleante, ese que te recorre el cuerpo cuando reconoces lo que podría pasar y le contestó con picardía: "No es mala idea, esta semana tengo que visitar algunos clientes, así que estaré por la calle. Además, lo único que yo quiero es...un besito, un besito nada más" Rieron por su ocurrencia y se despidieron. Pautaron la cita para el próximo día, en la casa de playa.
El encuentro que llevaban tiempo maquinando, deseando, esperando, por fin se materializaría, más fácil de lo que ella esperaba: "Un riesgo sin riesgo, todo está en perfecto orden", se dijo.
Las coincidencias, las situaciones que entrelaza el Universo para mostrarnos algo. Los eventos que simultáneamente convergen en un punto y que en ocasiones nos hacen ver la simplicidad de la vida, el momento presente, lo sencillo, lo pasajero, el no me importa y que en otras, nos lleva a repensar y nos empuja a decidir. Esa sincronía que puede cambiar nuestro futuro en un instante.
Lourdes estaba ansiosa, no dudó en llegar hasta donde él se encontraba. Se las ingenió para llegar a tiempo, sin levantar sospechas. Manejó con descuido y sobresalto, por poco provoca un accidente. Mintió para pasar por el control de acceso de la urbanización y llegar hasta donde ese hombre que le erotizaba el cuerpo y la hacía humedecerse sin control alguno. Reía en silencio y pensaba: "Me lo voy a tirar, a ese macharrazo rico, tan trigueñote, tan fuertote, tan dominicano el maldito, tremendo banquete que me voy a dar." De ante mano, ya se estaba saboreando lo que pasaría.
Cuando llegó, Luis estaba esperándola fuera de la casa. Estaba descamisado, con ese cuerpote negro, con ese brillo característico. Tenía una gorra puesta y parecía un pelotero, pero estaba nervioso, se lo notó en el cuerpo, en sus manos. Le dijo que pasara. Lourdes miró el interior de la casa de playa; en el piso la paila, la bandeja con el rolo, todo con pintura blanca y él le dijo: "Ten cuidado con esa pared, acabo de pintarla y se te puede ensuciar el traje, ¡estás linda!" En ese momento a Lourdes le empezaron las palpitaciones y esa cosa mala que se te mete por el cuerpo cuando se te erotiza. Ella se le acercó le tocó el pecho brilloso, sudado y lo besó, el le agarró la nalgas, rápido, sin preámbulos y le dijo: " yo te tengo unas ganas cabronas." La besó con pasión, con más ganas. "Que falta me hacía que me agarraran así, ¡ahhh!", pensó ella. Se besaron con las ganas de años, se tocaron mucho. No había ternura, no habían palabras lindas, había hambre, deseo, lujuria contenida.
Ya a medio vestir o desvestir, en medio de todo el grajeo y la bellaquera, Luis quería que estuvieran más cómodos, suguirió subir hacia una habitación. Pero estaban excitados, extasiados, con los cuerpos mojados por el sudor, tan sudados y tan descontrolados que se les hacía difícil moverse de donde estaban. Lourdes lo tocaba completo y pensaba: "¡wow!, mira lo que me voy a comer". Por fin se separaron y ella dejó que él subiera, quería recomponerse un poco.
Se arregló un poco el cabello, se quitó el "brassiere", se reacomodó el vestido y caminó torpemente hacia la escalera. Su torpeza y distracción no la dejaron fijarse en el camino, y tropezó con la bandeja de pintura blanca, ¡plap! un pie cayó dentro de la bandeja. "Se jodieron los zapatos de Luisi," ahora eran rojos y blancos. "Qué mierda!" dijo toda confundida y contrariada. Se fijó en el traje y éste también se había salpicado de blanco, "mi traje nuevo, nooooo!...¡fuck, fuck, fuck!...al carajo, después bregamos con esto."
No se desanimó, para nada. Se quitó los zapatos, se quitó el vestido y subió al encuentro con su pintor, el macharrazo dominicano, el de la boca carnosa.
Subió las escaleras, contoneándose, dejando que su caderamen se moviera y mostrara con descaro sus bragas pequeñas de color rojo. Aquellas bragas que dejaban al descubierto las nalgotas de la pelirroja sandunguera. La puerta de la habitación estaba entreabierta y el acondicionador de aire, encendido. Estaba de pie, semidesnudo, esperándola. Al verla entrar todo se paralizó, le sorprendió su desnudez (no se imaginaba lo que le había pasado) comenzó a observarla: "Déjame mirarte, que rica tú estás, mira ese culote que traes. ¿Cómo tu marido no te coge con ese cuerpote?" Se le acercó, le tocó el pelo, los senos, las caderas, la besuqueó toda. Lourdes lo miraba y se disfrutaba la seducción, sentía humedecerse...no quería que se detuviera. La llevó hasta la cama, el momento cero había llegado, estaban torpes, con hambre, enfermos de seducción...
Luis por momentos parecía paralizarse ante la desnudez de Lourdes, ante su voluptuosiodad, ante todo el montón de cosa que tenía de frente; el culote, las tetotas y ese remeneo. "¿Qué carajo se hace con to'esto?" pensó Luis. Siguieron la cosa, los besos, el toqueteo, los mordiscos por aquí y por allá, el olor a saliva, a sexo, a lujuria...
Se la cogió con ganas, como ella quería desde hacía tiempo y se lo hizo duro como ella pidió y le haló el pelo y le habló cosas feas y le preguntó si le gustaba y ella gimió y le dijo que no parara, que no dejara de cogérsela así. Retozaron con ganas, con esas ganas que se acumulan por un tiempo, con esas ganas que te despiertan tan sólo de sentir a ese otro cerca, esas ganas que embrutecen y que llevan a tomar decisiones equivocadas.
Porque las ganas nos ponen brutos, porque las ganas no nos dejan pensar y nos entorpecen la sabiduría, porque las ganas son el instinto, lo primitivo, lo que nos confirma lo que somos, simplemente animales. Esas fueron las ganas de Luis y Lourdes...eso era todo, las ganas.
Y cuando se apagó la música, cuando la respiración dejó de parecer un ruido seductor que habitaba el espacio, cuando los cuerpos dejaron de contonearse, de gozarse, de mirarse, de estar rígidos y mullidos y húmedos y con olor a lujuria. Ahí, justo después de tanta cosa rica Luis se acostó al lado de Lourdes y ella sintió que el encantamiento se había roto, que toda aquella cosa se había acabado. Lourdes se dio cuenta de que a él, algo le pasaba.
A los hombres se les nota si algo les pasa...Luis no volvió a hablar y Lourdes ya no pudo ver el brillo de la lujuria en sus ojos. Se levantó de la cama, abrió la puerta, bajó las escaleras, tomó su zapato lleno de pintura, su vestido rojo, manchado con pintas blancas, se vistió de prisa, guardó el "brassiere" en la cartera y salíó de allí...
Salió triste, triste porque sabía que ya no lo vería más, porque sabía que tendría que buscar otra presa que le diera de nuevo la droga de la seducción, de la locura, del morbo. Tendría que empezar de nuevo, buscando, siempre buscando...un besito y nada más.
Mara
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