martes, 3 de agosto de 2010

Hasta que no te quieras...

"Mentiras, mentiras, mentiras y más mentiras. ¿Acaso crees que soy boba?, ¿acaso crees que voy a seguir creyendo tus cuentos? ¡Basta, basta!, ya ha pasado suficiente tiempo, ya te he dado suficientes oportunidades y a la menor provocación otra vez la cagas. Que no, que no vuelvo a creerte. Mírame, mira como estoy, mira en lo que me he convertido..."

Así transcurría la vida de Viviana, entre peleas y sobresaltos, entre rupturas y reconciliaciones. Hacía diez años que se había casado, diez largos años en los que la confianza y la lealtad se había violentado en infinidad de ocasiones, con infinidad de estilos.

Martín era un egocentrista, no podía comprometerse con nada ni con nadie, ni siquiera con él mismo. Mentía por vicio, por defenderse, por cobarde. Engañaba a todos por igual y nunca dejaba ver su verdadero rostro. Se presentaba afable, suave, tierno, ameno, comprensivo, que no emitía juicio sobre nada ni nadie. Pero en sus adentros vivía un monstruoso ser, despiadado, vil. Se burlaba en silencio, de todo lo que ocurría a su alrededor, se burlaba de la manera como manipulaba a Viviana, a Rosa, a Laura, a todas. Sí, a todas las mujeres con las que tenía una seudo-relación mientras estaba comprometido con Viviana. Después de casarse tampoco cambió, siguió dándole lucha, mintiendo, engañándola. La embrujó con sus mentiras y ella era tan joven que no se lo cuestionó. Nunca nadie le había dicho lo que él le decía, se sintió importante y continuó la relación. Eso era mejor que estar sola, además era tan guapo que todos sus amigos se lo celebraban y le decían lo afortunada que era. De manera que, se convenció de su suerte y continuó la historia.

Viviana dudaba, siempre dudó pero desoyó su voz interna, desoyó a sus amigos, desoyó a su familia; que le decía que era un vago, un vividor. La convenció de que su relación era especial, la convenció de guardar y proteger el amor que se tenían, la convenció de guardar silencio. La fue alejando de todos, la aislo sin aislarla: "Lo nuestro es único, no dejes que nadie te convenza de lo contrario, no dejes que nadie siembre veneno, la gente es envidiosa y quiere vernos mal, quiere que nos separemos." Viviana le creía y dejó de contarle sus cosas a sus amistades, se fue callando todo; su desconfianza, su dolor y decepción y su incapacidad para poder terminar aquél infierno. "Soy débil ante él", se decía cuando reflexionaba un poco. 

En poco tiempo Martín volvía a hacerla dudar. Siempre pasaba algo, una llamada, un mensaje, una desaparición. Viviana se atormentaba en silencio pero sus ojos reflejaban la tristeza, sus ojos no engañaban.  Se alejaba un poco de él y Martín sabía que era momento de poner a funcionar sus encantos. Llegaba con su cara hermosamente sonreída, con flores y fingiendo unas ganas terribles de besarla y acariciarla. La convencía, le chupaba toda la vida, era un vampiro y ella no se fijaba, estaba adormecida de amor y necesidad. Lo recibía, le creía, se callaba la desconfianza y se hacía de la vista larga, como quien no sabe. Se hacía la boba, así podía continuar la función.

Cuando buscamos en el exterior la fuente de amor estamos condenados a ser víctimas de los vampiros. Cuando no nos queremos lo suficiente, nos volvemos presas fáciles para estos monstruos. Pero Viviana no sabía nada de amor y menos de quererse, aunque fuera solo un poquito.

Venía de una familia donde su madre, con tal de conservar el hogar y la familia le había permitido a su esposo y padre de Viviana, todos los desaires y sinsabores que nadie puede aguantar. Creció Viviana creyendo que así era el amor; sumiso y abnegado, sacrificado y adolorido. Su madre mantenía la familia y así pensó Viviana que eran las relaciones. Trabajó desde muy joven, se hizo secretaria y trabajaba desde muy temprano y hasta los sábados, con tal de traer el sustento al hogar. Así complacía a su Martín y le compraba sus antojitos.

De otro lado, la historia de Martín era aún más triste, creció solo y sin el amor de sus padres. Lo dieron en adopción cuando niño y creció en un hogar donde los padres sustitutos siempre le hicieron saber que no era parte de la familia. Se fue desconectando de sus emociones para evitar el dolor, se desconectó tanto que no podía conmoverse ante el dolor ajeno, ni ante su propio dolor. De manera, que se juntaron el hambre y la necesidad y surgió este romance, esta historia de dolor, de mentiras, de decepción y traición.

Cuando no conoces quién eres, cuando no has reconocido tu dolor, cuando no has sanado el dolor viejo, ni tus miedos, ni las inseguridades. Cuando no has revisado la caja de los recuerdos rotos, es muy difícil entrar en una relación saludable y aún más difícil tener una relación satisfactoria, donde el crecimiento y el aprendizaje, la confianza, el compromiso y la lealtad sean los pilares que sostengan, eso que llamamos amor.

Durante esos diez años, Viviana y Martín, tuvieron a Manolito y a Mati, dos niños inteligentes y tímidos. Manolito y Mati, sufrían en silencio el infierno en que vivían, no comprendían lo que pasaba en su casa y casi siempre estaban asustados. Cuando Martín y Viviana comenzaban una pelea corrían a casa de Doña Minerva, la vecina del piso de abajo y allí se quedaban hasta que Viviana venía por ellos.

Una noche, llegó a buscarlos llorosa y Doña Minerva dejó los niños en su habitación viendo la tele y se le acercó a Viviana: "Niña, ¿Por qué sufres así?, ¿Crees que te mereces todo esté dolor?" Viviana intentó defenderse pero Doña Minerva la abrazó y le dijo: "Te entiendo, a mí también me pasó" Viviana lloró, lloró desconsoladamente, lloró como si nunca hubiese llorado. Doña Minerva la sentó a su lado, le tomó la mano y comenzó a hablar: "Nadie merece vivir así, nadie merece que la humillen y la decepcionen. Eres una mujer excepcional, brillante, noble. Mira en lo que te has convertido. ¿Dónde te desconectaste, dónde dejaste de escuchar tu voz interior, dónde dejaste de ver los mensajes que el Universo te enviaba?" Viviana metió la cara entre sus manos, con vergüenza, con dolor y volvió a llorar, estaba débil, rota por dentro y le contestó entre sollozos: "No lo sé". Doña Minerva le tocó el cabello y volvió a hablarle: "Ni tú ni tus hijos merecen vivir este infierno, ¿A qué le temes?, ¿De qué tienes miedo?" Viviana volvió a decir: "No sé".

Doña Minerva le contó su historia, su historia de dolor y decepción. Tan parecida a la de otras tantas mujeres. Al final de su relato añadió: "Pero llegó un día, siempre llega el día, en que me harté de sus mentiras. Estaba rota en tantos pedazos que no me reconocía y ese día tomé una decisión. Decidí pegar pedazo a pedazo de mi ser, decidí recomponerme y fortalecerme, decidí observar desde afuera toda la historia. Decidí desapegarme de aquél vicio. Y lo vi todo con dolor, con mucho dolor, y lloré como nunca había llorado y sentí lastima por mí y por todo lo que había hecho y permitido en nombre del amor. Así cuando ya había llorado suficiente, habían pasado otros tres largos años, pero me había fortalecido en el proceso y ya el muy cabrón no sabía como bregar conmigo. Me le escapaba de las manos cuando me sentía presa de sus mentiras. Hasta que un día que salió a "visitar su familia" desde muy temprano. Recogí sus cosas, llamé un cerrajero y lo saqué de mi casa. Ese día, en ese instante comencé a sentirme libre. La pataleta le duró meses pero ya no le quería cerca. Trató de chantajearme, de manipularme, pero no me conmoví, el momento había llegado y ahora me amaba más de lo que lo había amado jamás. Ahora ya soy vieja y estoy sola pero ¿sabes?, no me arrepiento, nunca me arrepentiré de rescatar mi esencia, de rescatar a Minerva y ¿sabes? también soy feliz porque me di a respetar. Del mal nacido supe muy poco, siguió en sus andanzas y en corto tiempo encontró otra víctima y así se la pasó hasta que reventó como un sapo. Porque cuando te portas mal con la gente que te trata bien, la conciencia te da muchos años para recordarlo y si no te arrepientes terminas reventando." 

Viviana volvió a su casa, con lo niños. Pensó mucho en lo que le dijo esa señora, esa señora que no era su amiga pero que a través de su historia le dejó un gran mensaje. Lloró y lloró y volvió a llorar y se preguntó cómo lo haría, se preguntó como podría romper con el vicio...

Viviana y Martín siguieron juntos hasta que él se aburrió, hasta que él encontró a otra víctima a quién chuparle la vida. Dejó a Viviana sola, con dos hijos, sin dinero y se fue sin mirar atrás. Allí quedó Viviana lastimada, rota en cientos de pedazos, indignada, humillada y enojada consigo misma por no haber sido lo suficientemente valiente, por no quererse un poquito, por no respetarse y por permitir, tanto dolor y decepción...

Mara

2 comentarios:

  1. No es microhistoria. Si fuera una ficción y nadie lo supiera, pasa como testimonio. Si no lo es entonces resulta una impresionante capacidad para la empatía. Porque de verdad, las relaciones comunes en este país tienen alguna dosis de ésto que se ha escrito. Es la sociología anecdótica más bien dicha y accesible que conozco en los últimos tiempos. Felicitaciones!

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  2. Es una historia creada, basada en lecturas y experiencias que he escuchado. Gracias por tu comentario y espero sigas disfrutando del blog.

    Sobre la empatía y la compasión trabajo día a día, me halaga tu comentario...

    Un abrazo,
    Lola

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