viernes, 13 de agosto de 2010

Entre la luz y la sombra...

De pronto un día se le torció el camino. De pronto un día lo que parecía estático comenzó a moverse. De pronto un día no cabía dentro de sí y no le satisfacía lo que estaba experimentando. De pronto un día cambió, se sintió distinta. Se preguntó cómo pasó todo, cómo se fue dando, cómo llegó hasta allí. Entonces Patricia recapituló un poco y buscó en el pasado, en los recuerdos, el origen de aquél hastío, buscó dónde y cuándo comenzó todo.

En ocasiones, la vida nos confronta con experiencias que pensábamos no tendríamos o repetiríamos.Quizás para ver cómo vamos a salir de éstas o quizás, porque a lo mejor, tiene un extraordinario gusto por el morbo. Patricia se imaginaba a doña vida, recostada de una pared, observando cómo saldría de una nueva encrucijada.

Era más joven, tendría quizás 35 años. Su vida era bastante buena, según su criterio, todo fluía con naturalidad, no podía quejarse de nada. Después de algunos años tormentosos había encontrado cierta estabilidad; económica, profesional y emocional. Tenía varios amantes, a los cuales veía sin ataduras, de vez en cuando. No tenía conflicto en disfrutarse su soltería, ni haberse tenido que mudar fuera de la ciudad, a la casa donde se crió, a la casa de su madre, con su madre. Tenía libertad para entrar y salir cuando quisiera, podía ahorrar dinero y en aquél lugar, encontraba cierta paz que la llevaba a reflexionar, lo que tanto disfrutaba.

Un sábado en la noche salió con sus amigos por la ciudad. Frecuentaban diferentes bares, con demasiada frecuencia, se divertían juntos. Sin embargo, en los últimos tiempos notaba que ya no se divertía igual.  Recordó que ese sábado había salido por hábito, que no se sintió cómoda durante la velada; alcohol, drogas, cacería, seducción, baile. "Todos los excesos, concentrados en un pequeño grupo de personas; vacías, huecas, enajenadas, adormecidas, necesitadas de algo, sin saber de qué, sin siquiera cuestionárselo", la sorprendió ese pensamiento pero lo descartó, ese no era un buen momento para pensar.

Esa noche conoció a Alejandro. No le gustó físicamente, le pareció común y corriente, del montón. Le pareció prepotente y lo era. La noche había sido larga, estaba aburrida, cansada, medio borracha y con una cosa por dentro que no la dejaba disfrutarse aquello que antes la enloquecía; la inmediatez, la locura de los excesos. Así que, de pronto decidió volver a su hogar, entrada en tragos, sin entender qué le estaba pasando. Condujo hasta su casa, allá en las montañas, sola, mientras sus amigos y aquél extraño siguieron de juerga.

No volvió a toparse con Alejandro después de aquella noche, ni siquiera preguntó por él. Supo que una de las chicas del grupo había terminado en su cama; cantando, bailando y... A Patricia no le importó, como tampoco le importó coincidir con él en otra fiesta. Ella lo vio y se hizo la que no lo recordaba, en cambio, él se acercó, la saludó con alegría, fue afable, ameno y hasta cariñoso. Patricia insistió en que no le gustaba, aunque no se lo dijo, y Alejandro insistió en conquistarla. Esa noche, en esa fiesta, Patricia comprendió que el tipo era un seductor, que tenía buena conversación y que podía llevarse a la mujer que le diera la gana, no por guapo y sí, porque decía lo que tenía que decir, cuando lo tenia que decir y como lo tenia que decir. Todo un cazador...

Alejandro intentó convencerla, intentó hacerle entender que tener una aventura con él valdría la pena. Patricia utilizó la excusa de que no se acostaba con sus amigos, sabiendo que lo que decía era una estupidez, pues acababa de conocer a aquel tipo. Alejandro la escuchó con detenimiento, se rió de su absurdo comentario y añadió que él no era su amigo ni pretendía serlo pues quería acostarse con ella: "¡Ok!, entonces no somos amigos pues yo me quiero acostar contigo". A Patricia le enojó su soberbia, pero agradeció su sinceridad: "Cariño, no te esfuerces tanto, no me voy a acostar contigo, sencillamente porque no me gustas", sonrió, sin revelar su frío pensamiento.

Poco tiempo después, aquel grupo con el que compartía sus andanzas, sus excesos, finalmente se separó. Cuando la gente se junta por las razones equivocadas, inevitablemente se separa por las razones verdaderas. Ese fue el momento justo cuando Patricia decidió retomar su vida, revisarse, reinventarse.

De esta forma, cansada del mundanismo, cansada de repetir las mismas historias, personajes y situaciones, Patricia comenzó a buscar otras experiencias. Decidió internalizarse en las profundidades de su ser.  Se quedó en el campo, con su madre; trabajaba y regresaba al campo y leía y pensaba y reflexionaba. Así decidió emprender un viaje, sola. Decidió hacer un cambio dramático en su vida, decidió intentar cosas distintas. Buscó, indagó, se cuestionó qué le gustaría hacer, qué le llenaría el alma, el ser.

Después de mucho indagar, de observarse, de limpiarse, de depurar un poco sus pensamientos. Decidió irse como misionera. Primero se fue a ayudar a un país muy pobre, allí hizo de todo. Se entregó a esta nueva experiencia, aprendía algo nuevo todos los días. Lo que más le llenaba era interactuar con aquellas personas, verlos en su sencillez, en su inocencia y en su miseria. Se desconectó de lo que había dejado atrás; de la ciudad, el alcohol, las drogas, el sexo, el vacío y comenzó un largo viaje.

Ser misionera, había complementado la búsqueda hacia su interioridad, había encontrado su propósito en esta vida, en esta encarnación, ayudar a otros. Sentía gran satisfacción por su elección, por la sencillez y el desapego con el que vivía, se sentía realizada, se había transformado y lo sabía y también comprendía que su metamorfosis concluiría el día que muriera. De manera que, aceptaba la vida tal cual llegaba, aceptaba cada día y se fusionaba a las leyes universales, con humildad y alegría.

Al cabo de varios años regresó.  No se quedaría por mucho tiempo, quería compartir con su familia, quería observar el lugar que había dejado atrás, quería confirmar que sus elecciones habían sido acertadas. Quería toparse con la gente de su pasado, quería verles, observar dónde habían llegado, observarles de cerca aunque desde la distancia. Realmente, quería ponerse a prueba, quería ver cómo se sentía en los mismos espacios de su pasado. De alguna forma, reconocía que se había tomado demasiado en serio su viaje, que había llegado bien profundo y que ahora necesitaba parar por un tiempo. Necesitaba procesar toda la información, necesitaba regresar al mundo real, al exterior; donde nacen y mueren los sueños. Debía experimentar un poco del sabor agridulce de la vida mundana. Sabía que experimentar la cotidianidad desde la sencillez, desde esta nueva perspectiva era lo que necesitaba para confirmar lo que había aprendido durante su viaje. Necesitaba hacer este experimento, para retomar nuevamente la peregrinación que hacía años había comenzado.

Llegó sabiendo que su estadía sería pasajera. Quería experimentar la cotidianidad pero ya planificaba su próxima aventura hacia los profundos confines de su ser. Una tarde se encontró con Alejandro. Hacía años que no lo veía y de pronto, pensó en la sincronicidad del Universo, en las coincidencias. Estaba un poco más viejo, más añoso y probablemente, más experimentado. Le alegró verlo, le divirtió la coincidencia, observó cómo se desarrollaban los eventos, se conectó con aquel momento. Charlaron un poco y él, no perdió la oportunidad para recordarle que siempre iba a querer acostarse con ella. Patricia se sintió halagada pero no lo dijo, él le pidió su número de teléfono y ella le dijo que era el mismo: "Nunca he desactivado mi teléfono móvil y mi número es el mismo, si todavía lo recuerdas, pues me llamas" Sonrió, le dio un beso en la mejilla y se fue. "Es fácil coquetear con un hombre al que sabes que le gustas", pensó Patricia.

Mientras caminaba, mientras se alejaba de aquel viejo y experimentado cazador pensaba: "Somos esencialmente la misma cosa, a pesar de las experiencias, a pesar de la manera como hayamos decidido vivir, siempre la esencia prevalece, eso no cambia." Patricia sabía que ya no era la misma persona, se daba cuenta de que era distinta. Sin embargo, allí también se dio cuenta que su esencia; la coquetería, la seducción, el gusto por lo arriesgado, aquella cosa mala que la habitaba desde siempre, estaba ahí, siempre lista para manifestarse. Comprendió, que su complejidad era coexistir con dos seres disímiles, dos seres que al fusionarse creaban la totalidad que la representaba, la unidad. Dos seres distintos pero que convivían dentro de ella y se manifestaban en momentos distintos, de manera diferente. Aceptar la dualidad de su ser, le dio tranquilidad, paz y la certidumbre de que estaba en el camino correcto. Ninguna confligía con la otra, una la llevaba hacia la evolución, hacia la paz, hacia el gozo de saberse protegida por la luz Universal, la otra complementaba la totalidad de su esencia, la mujer vivaracha, coqueta, mundana, ávida de experiencias, a la que aún le encantaba probar el vacío y lanzarse a la nada.

Aquella misma tarde, Alejandro, cazador incansable, la llamó. "Un cazador se vuelve obsesivo, si no puede cazar a una presa, la persigue, la persigue y la persigue hasta lograr su objetivo. Aunque no tenga frío, aunque no tenga hambre, caza por vicio, por entretenimiento. Persigue una presa escurridiza porque se convierte en un reto" pensó Patricia al darse cuenta de que era él quien llamaba. Alejandro insistía en seducirla y Patricia en negarse, y en ese toma y dame, de cierta manera, coincidieron en algo, a ambos les gustaba jugar.

Una semana más tarde, Patricia fue activada como misionera, había ocurrido un desastre en el lugar donde había estado los últimos años y algunas personas habían mencionado su nombre. Empacó y se fue, sin pensarlo, sin cuestionárselo. La naturaleza escoge al azar los lugares que necesitan limpiarse: "Todo en la vida ocurre de súbito, por eso no podemos planificar nada, no podemos controlar nada", pensó Patricia, mientras se dejaba llevar hacia otra experiencia.

Los meses en aquél lugar volvieron a transformarla, inevitablemente. Una vez más Patricia se reinventaba, se miraba por dentro y veía su trayectoria por esta vida, miraba lo que había hecho y cómo había vivido. Se preguntaba, ¿Cuántas veces habría encarnado y solamente habría caminado por la vida de manera lineal?, ¿Cuántas veces habría estado en este plano y no habría hecho nada para evolucionar? Reía al pensar que esta encarnación tenía como objetivo hacerla caminar con un propósito y se lo había tomado tan en serio que llevaba buscándose y reinventándose desde antes de hacerse consciente de lo que le estaba ocurriendo. Todavía no sabia hacia donde se dirigía, pero si sabía que quería vivir el ahora con intensidad. No quería perderse un sólo momento de esta vida en su camino hacia la interioridad y menos, de la sencilla complejidad del exterior.

Meses más tarde regresó y una vez más, coincidió con Alejandro. Estaba en un café, observando la gente pasar, una vez más, pensando en la vida y de pronto, allí llegó el hombre. Parecía que el Universo, de alguna forma, se empeñaba en juntarlos. Rieron por la coincidencia y conversaron un poco. Realmente no conversaron, irónicamente, casi nunca conversaban. Alejandro entablaba un monólogo excepcional en el cual narraba sus aventuras, contaba cuentos y hablaba de él y de su grandiosidad. Eso era lo mejor que hacía, hablar de él, entablar un monólogo en el cual narraba sus aventuras a lo Indiana Jones. Lo observó hablando de lo mucho que sabía y de lo bueno que era en todo lo que hacía, en la manera como todos lo envidiaban e intentaban obstaculizar su progreso. El ego de Alejandro era lo que menos toleraba, lo que menos la motivaba. "A lo mejor, todo habría sido más sencillo, si el tipo no fuese tan prepotente".  Sin embargo, allí estaba, una vez más frente Alejandro Magno, frente a Alejandro el Grande, escuchando su discurso. Quizás más relajada, menos reactiva, más abierta a experimentar lo que el Universo volvía a ponerle de frente. Ahora Patricia, disfrutaba observar, capturar momentos.

Hacía algún tiempo que había validado la otra parte de su ser que conformaba la totalidad de lo que era. Sin embargo, entre tanto ajetreo, aún no había podido verla manifestarse. En el ahora, con el entendimiento y la sabiduría que te da el aceptar que somos un conjunto de características que se contraponen pero que no se invalidan, que simplemente, se complementan. Nada la desviaría de su peregrinaje, sólo se desviaría un poco.

El cielo comenzó a nublarse y Alejandro, quien vivía muy cerca del café,  la invitó a su casa. Patricia aceptó, caminaron hacia el lugar. Un pequeño apartamento, allí en la ciudad, donde se fusionaban la riqueza y la pobreza, la belleza y la fealdad, lo mundano y lo profundo. Al entrar en su espacio, en su intimidad, le pareció que se internaba en otra realidad. Una realidad paralela, como si entrara en un cuento. Era un espacio lúgubre, sucio, maloliente. Allí todo estaba roto, carcomido por los años, por la dejadez, por el abandono. Patricia se cuestionó cómo se atrevía invitarla a semejante lugar, "¿Cómo justificará vivir de esa forma?" pensó y siguió pensando, sorprendida: "Si las casas son un reflejo de la interioridad de los seres que la habitan, ¿cómo será la interioridad de Alejandro? Así...desordenada, oscura, sucia." Patricia no sabía donde pararse, donde ubicarse, observaba con sorpresa, intentando parecer normal. El olor del espacio era pesado, húmedo, la luz era tenue, pobre. Había desorden por todas partes, ropa sobre el sofá, toallas tiradas sobre una silla, ropa de cama percudida sobre un suelo aún más sucio...un desorden como pocas veces había visto. Patricia no comprendía por qué estaba allí, pero la no resistencia, la llevó a crear un personaje dentro de aquella historia. De alguna manera quería experimentar aquella sordidez, aquel caos interior que la atraía y con el cual, de alguna manera, se identificaba.

Aunque no lo dijeron, ambos sabían por lo que estaban allí. Desde que aceptó la invitación, supo que llegar hasta la casa de Alejandro era entrar en su territorio y que ya, debía sentir el sabor de la victoria. Saber que su presa estaba allí, expuesta, dispuesta a se cazada. No le molestó lo que él pensara, tampoco intentó justificarse. No estaba allí para demostrar nada. Estaba allí, arrastrada por la curiosidad, sorprendida por lo que veía y seducida por lo que, una vez más, creaba en su complicada mente.

Entró en personaje y se imaginó que estaba en un cuarto de algún lugar, con alguien a quien acababa de conocer. Sintió la frialdad del espacio y la morbosidad del momento, allí estaban, ella y el extraño, juntos con un propósito, darle placer a sus cuerpos. Patricia no comentó nada sobre la fantasía en su cabeza.
Se excitó al pensar en lo que estaba haciendo. 

Se había resistido por años a la seducción de Alejandro pero esta vez, dejaría que la cazadora de hombres, la seductora, la otra mitad que la habitaba se manifestara plenamente. No le importaba lo que él pensaba, esta vez él no era el cazador pues ella lo había escogido. Esta vez él era su presa y ella lo había cazado para cogérselo. Sí, cogería con él, cogerían porque llevaba tiempo sin coger, porque estaba cansada de cogerse a si misma, porque quería sentir el peso de un cuerpo sobre ella, quería que la miraran y que le hablaran y que le dijeran que la deseaban y quería escuchar el aliento de un hombre, que la mordieran, que le halaran el pelo, que se la cogieran, que se lo hicieran con ganas, quería sentir aquello que hacia tiempo no sentía y Alejandro y su habitación, eran los mejores personajes y el mejor escenario.

Patricia volvió en sí, aunque en personaje, se dejó llevar. Se sentaron en aquella sala a charlar, y hasta sintió que le picaba un poco el cuerpo, pensó en los ácaros, en lo que estaba a punto de hacer pero no se detuvo y rió en silencio. Alejandro le invitó un trago, afuera llovía y era un domingo cualquiera, aburrido. Lo aceptó, pensó que así iba a ser más fácil permanecer en personaje. Había escogido tener una aventura y no había vuelta atrás. Alejandro hablaba, hablaba y hablaba de él. Juraba que era un ícono de la cotidianidad, de lo pueblerino y era sólo alguien del montón, intentando hacerse un hueco en la sociedad, intentando hacerse un espacio dónde habitar, dónde permanecer.

Alejandro aún no había entendido, que el único lugar donde podemos permanecer es en nuestra búsqueda como individuos, que el único lugar al cual pertenecemos es a nosotros mismos, sin fingimientos, sin intención de demostrar nada, sin deseos de que nos vean de otra forma que en la simplicidad de la esencia. Le daba risa su prepotencia tras la cual se escondía un gran miedo y una gran tristeza, pero no estaba allí para analizarlo y menos juzgarlo. Estaba allí, simplemente para gozárselo.

De pronto, se habían invertido los roles y él se había vuelto mujer y ella hombre. Ella en cazador y él en su presa. Alejandro estaba allí, haciendo una actuación sobre el por qué valía la pena estar con él, faltaba que dijera que planchaba, lavaba y fregaba, bueno...aunque eso no lo podía decir pues la dejadez en su espacio demostraba que no era buen ama de casa. Patricia volvió a reír en silencio, mientras él balbuseaba alguna cosa.

Había dejado de escucharlo, su voz era sólo un susurro. Patricia sentía su cuerpo vibrando con ganas, se había erotizado ante la película que se había formado y esto le confirmaba que somos responsables de nuestro placer sexual. "Está en nuestras manos el cómo nos la pasemos en la cama con un hombre. Si dejamos llevar nuestra mente en la dirección correcta, hacia el erotismo; el orgasmo está garantizado", pensaba, mientras Alejandro continuaba su monólogo. No sabía de lo que estaba hablando, había dejado de escucharlo desde hacía rato. Lo miró una vez más, se le acercó y lo besó sin pedir permiso; en la boca, con ganas, respirando profundo como queriendo quitarle algo y le dijo: "no te estoy escuchando, sólo quiero que me lo hagas..." A él también se le erotizó el cuerpo, también se le aceleró el pulso. Se le estaba dando aquello que había deseado desde hacía tiempo.

Se desnudaron sin pudor, se toquetearon, se lamieron y se cogieron como animales, se miraron, intentando encontrar en el otro aquello que les faltaba. Dos cuerpos sudados en aquel espacio sórdido, donde el polvo era denso. Frente a aquella pared llena de humedad que recreaba una sombra que parecía un mapa, frente a aquel abanico lleno de polvo, sobre aquel catre sin sábanas, que olia a cuerpos sudados, en el cual habrían estado sabrá dios cuántas mujeres, hombres, seres de carne y hueso, en su búsqueda de placer, en su búsqueda de un buen orgasmo. Buscando, siempre buscando algo que los sacara del marasmo, de la rutina y del aburrimiento del día a día., Sus cuerpos estaban poseídos, extasiados, no podían parar, terminaban y volvían  a empezar, se vestían y se desnudaban. Y al final, cuando se acabó la historia en su cabeza, cuando el personaje se esfumó con el orgasmo. Allí, tendida, ante aquel horroroso lugar, junto aquel hombre que nunca le gustó, Patricia sintió que se le había exorcizado el cuerpo. Ahora, sin distracciones, podría volver a lo que había escogido. Regresar a su búsqueda, a su realización, sin conflictos, aceptando la dualidad con humildad, con agradecimiento, con paz.

Patricia sabía que no volvería a ese lugar, sabía que esta experiencia había llegado más lejos de lo que pensó. Comprendió que lo mundano, como lo había experimentado cuando joven, ya no significaba nada para ella. Entendió que el vacío no es un espacio desocupado, es la soledad del alma. Es donde permanecemos mientras encontramos la luz, es el limbo. Así, después de todo lo que había experimentado por la vida, después de todos los lugares que había visitado, se dio cuenta por fin que la miseria, nada tiene que ver con las carencias, pues la miseria se lleva por dentro. La miseria la llevan aquellos que no se arriesgan a experimentar ese vacío, a comprender y aceptar la dualidad que nos compone, de la que estamos hechos.

Curiosamente, al próximo día la llamaron de emergencia, había ocurrido otro desastre. Ahí estaba la lección de ese encuentro, debía entender que ningún fenómeno, ningún capricho del Universo podía compararse con los fenómenos que ocurren en la interioridad de los seres humanos. Ya no le sorprendía nada, lo había visto casi todo, había estado en el cielo y también en el infierno, en la luz y en la sombra, afuera y adentro, en la cómoda habitación de su ser y en el lugar más recóndito, más sombrío, más oscuro de la interioridad de un hombre y de sí misma. No había duda, estaba lista para el próximo viaje...

Mara

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