domingo, 22 de agosto de 2010

El Rata...

-"Mira, coge el teléfono, dale"
-"Yo no estoy esperando llamada, cógelo tú"
-"Mano estás cabrón acaba y levántate del jodio sofá ese, no ves que le estoy dando leche al nene. A la verdad que tú no sirves pa'ná. Estás arrrebatao to el puto día, y de paso, te conformas con hacer alguna chiripa por ahí, que sólo te da pa comprar pasto. Maldito sea el día en que me fijé en ti por lindo. Maldito sea el día en que creí tus palabras, tus mentiras...Por pendeja, por ignorante porque me dejé preñar y ahora haces menos, eres un mueble. Tú no sirves, cabrón. Tú, tú eres un..."

Esa tortura que te va destruyendo poco a poco. Ese enojo constante. Esa ira contenida que se desencadena a la menor provocación. Ese interminable círculo al cual llamamos costumbre. Ese sabor amargo que nos quema por dentro pero que no queremos dejar de sentir pues nos hace sentir vivos.

Así transcurrían los días de Betzaida, entre enojos, peleas y decepciones. Se había enamorado de Nelson, un hombre mucho mayor que ella, experto en la seducción y en vivir del cuento. No se sabía de dónde había venido pero desde que llegó al Residencial lo apodaron como Bambi. Comentaban que venía huyendo desde algún lugar. Nadie sabía quién era, era misterioso, sigiloso pero con una cara tan dulce, con un gesto tan inocente y con una suavidad tan infantil, que por eso le llamaban Bambi.

Todo había comenzado algunos años atrás, cuando, Betzaida, aún era más joven e inexperta. Una mañana, acompañó a su vecina Mini al colmado y mientras caminaban por la acera, pavoneándose, para que los del punto las miraran, para que los viejos de la esquina comentaran lo que les harían a las dos muchachitas, se tropezaron con Bambi. Allí, entre aquellos tipos estaba Nelson: "¡Qué lindo!", le dijo Betzaida a Mini y Mini le contestó: "¿No lo habías visto? Está viviendo en casa de Doña María, dicen que le rentó un cuarto hace como dos meses. Nadie sabe de dónde vino y no tiene familia aquí. Dicen que viene huyendo pero a la verdad que nadie sabe. Claro que está bien rico. Es un viejito, pero está buenísimo". "Ajá" dijo Betzaida mientras le pasaban por el lado y él también la miraba. Mini continuó: "A la verdad que ya tú no sabes na de aquí, entre tu escuela y el trabajo te has desconectao de todo. ¡Porque mira que de ese tipo sí que dicen cosas! Bueno, aunque ya sabes, como aquí to el mundo sabe sin saber y también se inventan cuentos y como el Papi chulo está rico pues me imagino que ya lo están desprestigiando..." Betzaida rió y no comentó nada, había quedado deslumbrada, enceguecida ante la belleza de aquel hombre. "'By the way', se llama Nelson y le dicen Bambi por su cara de animalito indefenso...¡Ah! y creo que le gustaste". "¿Tú crees?", dijo Betzaida después de volver en sí: "¿Te imaginas?, ¡wow!" Ambas rieron y siguieron su camino.

Bambi escogió su víctima de inmediato. Preguntó quién era la muchacha de los pantalones a la cadera y la gorrita, preguntó dónde vivía. Fue discreto para no levantar suspicacia de los otros tipos, pues llevaba poco tiempo allí y tenía que ser cauteloso, como siempre. Su cara linda le servía de máscara, su sutileza y humildad reforzaban su imagen de buen tipo. Nelson pensaba que cuando se es atractivo y a la vez pareces buen tipo, la gente, inevitablemente confía en ti. De manera que esa era la imagen que le gustaba presentar, esa era su mejor careta, la que utilizaba hasta establecer su territorio y comenzar a destruir vidas ajenas.

 Se atravesó en el camino de Betzaida, una muchachita en sus veintitantos, recién graduada de Universidad, con grandes aspiraciones y muy talentosa. Betzaida quería salir del Caserío y llevarse a su familia a otro lugar. Trabajaba en las tardes y noches en un hotel de la Ciudad, ayudaba a su familia y nunca se quejaba.

A los pocos días de aquel encuentro, Bambi encontró la manera de conocer a Betzaida. La observó con cuidado y se le apareció mientras salía del Residencial; "¡Hola! Mi nombre es Nelson, ¿me dejas acompañarte?" Le preguntó su nombre, le dijo que tenía mucho interés en conocerla y caminó junto a ella hasta la parada del autobús. No la dejó ir sin antes lograr tener su número telefónico. La llamó ese mismo día y de ahí en adelante todos los días, sin falta. Cuando Betzaida tenía tiempo, charlaban y se encontraban por el patio del Residencial. Él le contaba la historia de su vida, según la había construido para justificar su inestabilidad. Le habló sobre sus padres, hermanos, sobre sus aventuras, sobre sus viajes y le explicó de manera un poco accidentada la forma como llegó hasta el Residencial. Le dijo que conocía a una hija de Doña María, Glenda y que ella le había pedido a su madre que le alquilara un cuartito, mientras buscaba trabajo y se estabilizaba. Le contó que ya estaba trabajando en una construcción, aunque por el momento estaba detenida, y que con lo que ganaba, pagaba el cuartito y compraba comida: "también compro algo de pasto, ya sabes, me gusta fumar para relajarme, me gusta estar 'chillin', 'relax'. Ese es el único vicio que yo tengo", le dijo sonreído.

En el Caserío el chisme no se hizo esperar: "Parece que Nelson y Betzaida están en algo...", decían sin decir. Las mujeres entre contentas y envidiosas le celebraban a Betzaida haberse llevado el premio gordo de allí, el recién llegado, el hombre guapo con cara de ángel. Algunas decían: "¿Sabrá Dios de dónde vendrá y lo que habrá hecho? ". Otras añadían: "Muchacha que se joda, con lo bueno que está me lo llevo pa casa y lo mantengo, con tal de que me chiche to los días". Por otro lado, los hombres; los del punto, los de la esquina, los que se la pasaban en la cantina, los que trabajaban en mantenimiento, todos lo observaban, lo veían ganarse la confianza, despacito, sin hacer bulla ni ruido, sigiloso. Ninguno comentaba nada, en corto tiempo lo aceptaron en la comunidad y ya no lo miraron con desconfianza.

Se comentaba por allí, que desde que Nelson llegó al Caserío se conectó con Leticia, una mujer de su edad, una señora que vivía allí desde hacía corto tiempo pero que todos apreciaban mucho por su simpatía y educación. Leticia era maestra de Escuela Elemental, nunca estaba por allí, venia de trabajar en las tardes y se encerraba en su apartamento. Algunos días de la semana, hacía trabajo voluntario para la comunidad y algunas otras, bajaba a la cantina de Cuso para darse unos traguitos y escuchar las canciones de La Lupe. Se quedaba allí un rato y luego volvía a encerrarse. Pero desde que llegó Nelson se le veía merodeando por el edificio donde ella vivía y lo veían entrar a su apartamento pero no lo veían salir. Sin embargo, nadie le dijo nada a Betzaida, ni siquiera Pupe, el hermano de Mini. Pupe, se había convertido en el acompañante esporádico de Nelson, porque en el Caserío nadie es amigo de nadie: "Yo no sé na, allá ellos que se entiendan, que breguen. Bambi es mi pana y yo no le voy a decir na a mi hermana. Después se forma un bochinche y yo salgo cagao, ¡nah!", decía el hermano de Mini cuando le preguntaban si le había dicho algo a Betzaida sobre Leticia.

A Grecia le contaron lo que decía Pupe en el punto: "Por eso es que los hombres siempre van a tener el control, porque son solidarios. Esa fidelidad que se tienen, ese código de guardar silencio, es el que mantiene al género masculino en su supremacía. Por el contrario, las mujeres somos enemigas unas de otras, nos sacamos los ojos, hablamos de nuestras amigas hundimos a las que no y cuando nos ponen los cuernos culpamos a la mujer, en lugar de hacer responsables al tipo con el que nos acostamos. Estamos bien jodías, tenemos que aprender de los hombres eso de la solidaridad", dijo en voz alta en la cantina, aprovechando que curiosamente esa tarde, había allí más mujeres que hombres. Nadie le hizo caso, todas siguieron en lo suyo.

Poco tiempo después, ya Betzaida y Bambi eran pareja, se les veía siempre juntos; en el colmado, en el parque, se veían felices: "Parece que se enamoró de la muchachita" comentaban las vecinas. "Ojalá que no le haga un muchacho, porque el tipo será bueno con ella pero como que no le gusta trabajar mucho, además que yo lo he visto metiéndosele al apartamento a la señora que no se junta con nadie pero que es buena gente, ¿Cómo es que se llama?" decía Matilde, la vecina de enfrente de Doña María. "Bambi-Chulin-Rico-Príncipe de mi corazón" dijo La Cana, riendo. "Mija no, él no, la señora", añadió Matilde. "Leticia, se llama Leticia", contestó La Cana, desternillada de la risa. Al grupo se les unió Grecia, la esposa de Cuso el de la cantina: "Esta pendejá de los cuernos es cultural, así que tenemos que aprender a bregar con esto, como si viniera con el equipo. Es como cuando te compras un carro, todos son para lo mismo pero varían en los modelos y los tamaños; unos son para llevar carga pesada, como los camiones, otros para divertirse, como las motoras pero todos sirven para lo mismo y hacen lo mismo. Con los hombres es la misma historia, algunos son buenos otros son malos, lindos, feos, trabajadores, vagos y todos pegan cuernos, TO-DOS. Por ejemplo; Modelo masculino del '66, delgado, blanco, 5'9"de estatura, 7 ó 7.5" de pinga (tamaño promedio), simpático, buena gente, inseguro y pega cuernos. Cualquiera de los modelos varía en color, textura, sabor, millaje y tamaño de la cosa, pero a fin de cuentas todos son lo mismo. Así que, quizás debemos resignarnos con esto de los cuernos y encontrar otras cualidades que los complementen. ¿Qué les parece?". Todas rieron hasta la saciedad siendo Nelson el tema de conversación.

Grecia y Cuso vivían en el Caserío desde hacía quince años. Habían pastoreado una Iglesia Protestante hasta que los expulsaron por robarle a los feligreses. Lo perdieron todo. Así llegaron al Caserío y encontraron en la cantina un espacio donde utilizar sus destrezas del lenguaje y discursivas y a la vez, llevar una vida mundana. A la gente de allí les gustaba escucharlos, porque decían cosas inteligentes. A Grecia le encantaba leer y tomaba talleres para mejorar su auto-estima: "En este lugar se pierde todo, todo, pero uno se acostumbra. La gente aquí es buena pero el Sistema te corrompe...", decía Grecia cuando le preguntaban por las cosas que pasaban en el Residencial.

En el Residencial pasaba de todo. Había una farmacia, una cantina y hasta un dispensario médico. Había mucha gente con ganas de ayudar, pero entre todos ellos se destacaba Cuso y Grecia, eran los líderes comunitarios. También se destacaban otras personas; Leticia, regalaba horas para hacer trabajo voluntario y enseñar a leer los envejecientes. Don Kike, organizaba actividades para los niños y niñas en edad preescolar y así sucesivamente, se mantenía la comunidad unida y en armonía.

Aunque Nelson había llegado hacía poco tiempo comenzó a destacarse por ser un buen samaritano. Ayudaba al que lo necesitara sin pedir nada a cambio. De manera que cuando hizo pública su relación con Betzaida, casi todo el mundo se alegró: "Si la trata bien que se quede con él, porque aquí, to son unos drogadictos, unos vagos y unos abusadores." Decía Margarita, la madre de Betzaida.

Como a los seis meses se desocupó un apartamento que los padres de Betzaida tenían bajo su custodia y allí se mudó Betzaida con Bambi. Un nidito de amor para ella y la belleza de hombre. Aún nadie se imaginaba que Bambi era un ángel expulsado del cielo. Betzaida ni se imaginaba dónde se estaba metiendo.

En el Caserío prevalece la ley del silencio. Todos ven lo que pasa pero nadie dice nada. Continuaban los rumores de que Bambi seguía visitando la señora que vivía en los edificios que daban para el área de la farmacia y de la cantina de Cuso. Era un Residencial gigantesco, un monstruo de cemento, un mundo aparte. Decían que seguía visitando a Leticia, la señora misteriosa, la que tenía pocos hombres pero que era guapota, la que se sentaba sola en la cantina para darse su traguito en las tardes y escuchar canciones de La Lupe, en la vellonera. Aquella mujer que se reía sola, que hablaba con todos pero que tampoco nadie conocía, y que últimamente, en las tardes, ya no se veía por la cancha o por la cantina, pero se le veía abriéndole la puerta a Bambi.

Una vecina de Leticia comentaba: "La pared de mi cuarto separa mi cuarto del de ella y a veces se escuchan chingando y parece que Bambi se la chinga bueno". Todas las demás vecinas, de por allí, reían y se imaginaban con envidia, a la Betzaida y la Leticia: "No discrimina el tipo se está clavando a la muchachita, a la doñita y me dijo Miguelito, que lo vio entrando en casa de Mirta, la bien caderúa que trabaja en el colmado, pero ahí yo no me meto. Allá ellos que se resuelvan. Ya sabía yo, 'too good to be true', a esos que tienen cara de pendejos bien administrá hay que cogerles miedo. Por eso yo me quedo con mi malote, que yo sé que me pone cuernos y que se la pasa jodiendo pero no me coge de pendeja...bueno, no me coge tanto de pendeja...porque los hombres siempre te cogen de pendeja, hijos de puta..."

En menos de un año Bambi cogió fama de buena cama, de que estaba bien dotado y que con eso pagaba el que lo mantuviecen, así, comenzaron a llamarle, El Bambi. Vivía de Betzaida, ella le compraba todo, le pagaba el teléfono celular y hasta le dejaba dinero para que saliera a comer si ella tenía trabajo en las tardes. Sus padres no se metían. En el Caserío nadie se mete en la vida de nadie. Pero allá abajo, por el punto, comentaban que si Betzaida tuviese un hermano que la defendiera, que si su padre no fuera un alcohólico empedernido, a lo mejor, El Bambi no estaría haciendo lo que hacía. Le ofrecieron trabajo en el punto y estuvo algunas semanas pero sabía que a Betzaida no le iba a gustar si se enteraba que estaba vendiendo drogas y además, los horarios confligían con los de Betzaida y según él, le gustaba pasar con ella el mayor tiempo posible. El trabajo de construcción le hacía callos en sus manos suaves, además, por su blancura angelical no podía coger sol, así que cada día trabajaba menos. Sin embargo, ayudaba al que se lo pedía y mantenía nítido el apartamentito en el que convivía con Betzaida: "Yo soy organizado desde siempre, pero el ejército me volvió aún más...", le decía a Betzaida cuando ella le halagaba por mantener su nidito recogido y limpio.

A Betzaida no le faltaban atenciones de su vago, no le faltaba cama. Le hacía el "amor" todo el tiempo; en las mañanas, en las tardes, cuando ella quisiera, cuando la veía triste, cuando la veía preocupada y le decía que la amaba. Acostarse con Betzaida era la única forma de pago que podía ofrecer a cambio de su inercia y de su incapacidad para poder ofrecer algo de sí. Se acostaba con ella para enamorarla, para mantenerla distraída, para que nunca sospechara que estaba con otras mujeres, para que no se cuestionara que se la estaba chupando, como un vampiro, poco a poco. Vivía con la gallina de los huevos de oro.

Por su parte, Betzaida estaba en el cielo, nadie así de guapo la había pretendido antes, y menos que se portara tan bien con ella y menos que se lo hiciera así de bueno, como El Bambi. Cuando hablaba con sus amigas lo justificaba y nunca se quejaba, lo adulaba: "Estoy en 'heaven' con el nene", como lo llamaba, aunque él era mucho mayor que ella: "¡Claro que es su nene!!, ella lo mantiene, lo calza y lo viste, como a un hijito...", comentaban sus amigas cuando ella no estaba, entre risas y sarcasmos: "¿Lo calzará?, con lo bueno que está..." 

A solo pasos de aquel nidito se desarrollaba otra película, también con El Bambi como protagonista pero con Leticia como contra parte femenina. Según contaban los vecinos cuando se reunían durante las tardes en la cantina de Cuso, allí pasaba algo que no entendían. Lo veían entrando a casa de Leticia con demasiada frecuencia, decían que entraba con descuido. Llegaba en la tarde y lo veían salir poco antes de que llegara Betzaida del trabajo. "Ese tipo es buena gente pero es muy descarao. Betzaida lo mantiene y el tipo se la pasa detrás de la doñita. Ojalá que Betzaida no se entere porque se le va acabar el guiso. Es un picaflor, pero parece que la doñita se lo clava rico. Ella se ve que es así callá, pero que le gusta la cosa...", decía Milton, el vecino de enfrente de Leticia. Entre cerveza y cerveza la conversación seguía progresando. Papo, el plomero oficial del Caserío, contó: "Mira mijo a esa doñita yo la he fajao mil veces, yo hasta le hice un trabajo de plomería en la casa, y yo con los colmillos afilaos y ella fue bien simpática pero na, y yo hasta pensé que era pata y mírala ahora, clavándose a El Bambi, El Dandi. Ese cabrón le hace honor a su nombre, es una mezcla de venadito indefenso y de todo un Dandi, pedazo de cabrón suertú..." Allí mismo, Cuso se desternillaba de la risa. Cuso, que lo veía y lo sabía todo, contaba que el tipo se le aparecía a veces allí en la cantina: "A veces ella está aquí, tranquila, oyéndose a su Lupe, cantando Teatro, y se le aparece El Bambi , en par de minutos se la lleva. En otras ocasiones los he visto hablando por el parque, a veces se le aparece por la calle. Parece que el cabrón la vela, y se le nota que le gusta, porque siempre la mira igual. Pero esa doñita no es pendeja, se ve que se la ha pasado mal y que no va a mantener a ningún bribón, por más guapo que sea. Esa señora no jode con nadie y se ve que ella no es de aquí, se ve que ella paró aquí porque la trajo hasta acá la vida y sabrá Dios que cosa que le haya pasao. El Bambi ese, la tiene dormía'..."

A El Bambi le encantaba Leticia y a Leticia le encantaba el vagoneta, pero ella no quería ni lavarle la ropa ni mantenerlo. Lo consideraba un buen hombre y se lo gozaba cuando le llegaba, sin hacer ruido y sin meterse con nadie, sin esperarlo, porque él siempre volvía por más. Y no importaba si se había cogido a Betzaida par de horas antes, tan pronto veía a Leticia se le alteraba el sistema, se le endurecía la cosa y ya no podía frenarse: "Esto me pasa solamente contigo", le decía. Leticia le creía sin decírselo y se preguntaba si un hombre podría mentir con tanta naturalidad. Se preguntaba cómo sería su relación con Betzaida, allá adentro de su apartamento: "Cuando vives una vida diferente a lo que eres, cuando has mentido tienes que ser sigiloso para que no te descubran", pensaba Leticia. Dudaba de él, de su sinceridad, pero le gustaban sus palabras y con el tiempo, también se fue enamorando.

Al cabo de los años, ya nadie comentaba lo de Leticia y El Bambi, se habían acostumbrado a aquél trío, cuarteto o lo que fuera aquél disparate. Todos sabían que era un vividor, que a Betzaida parecía no importarle y que Leticia se conformaba con ser la otra, entre otras. De la caderúa del colmado, nadie comentaba y últimamente lo habían visto merodeando a la hermanita de Jaime pero todos sabían que si se metía allí, le iban a volar la cabeza. Se retiro a tiempo. El Bambi no era, para nada, ingenuo.

A El Bambi nadie le advertía de nada, en su sigilo y silencio, parecía en control de todo, aunque no controlaba nada. Su vicio por las mujeres era más fuerte que él. Se disfrutaba el juego de la seducción, se disfrutaba ponerlas celosas, inseguras, hasta le gustaba crear suspicacia, que se pelearan entre ellas sin pelearse, defendiendo al premio mayor, Él. En ocasiones mientras caminaba con Betzaida hacia el colmado se tropezaba con Leticia y la miraba con lujuria, como cuando se la cogía y Betzaida se daba cuenta de que allí algo pasaba y miraba a la doñita con desconfianza y se enojaba con ella, como si ella fuera responsable de lo que hacía su Bambi, como si ella fuera culpable de gustarle a su vago. Casi nunca preguntaba nada y cuando lo hacía se conformaba con la excusa que le daba El Bambi. En una ocasión le preguntó por qué lo veían siempre por la farmacia y por la cantina y él le contestó: "Porque me la paso por ahí. ¿Qué, ahora me vas a poner un detective? Me avisas si te vas a poner así, que a mí no me gusta que duden de mí." Así controlaba la situación, le respondía, con coraje, con sarcasmo, como si ella lo estuviera ofendiendo y la hacía sentir culpable. Así ella se disculpaba y lo premiaba por haber dudado de él.

El tiempo seguía pasando y Betzaida seguía sospechando que algo pasaba con Leticia. En algunas ocasiones algunas de sus amigas le habían comentado que lo habían visto hablando con la doñita y un día, uno de los nenes del edificio le dijo: "Ayer vi a Nelson en el parque hablando con Leticia" pero se hacía la boba y no decía nada.

Curiosamente, cuando estaba con él y se encontraban con Leticia, ni se saludaban. Leticia se hacía la que no los veía. Un día, Betzaida le preguntó directamente a El Bambi por qué pasaba eso: "¿Por qué tú y esa señora nunca se saludan cuando yo estoy? A mí me han dicho que ustedes hablan. ¿Por qué ella me saluda si estoy sola pero cuando estoy contigo ni me mira?" y él le dijo: "Yo creo que le gusto a esa señora y por eso ella no nos saluda cuando la vemos. Ella es simpática y buena gente conmigo, a veces me habla en la cantina pero es verdad, cuando estoy contigo no saluda. Mama, no te preocupes, que yo con quien estoy es contigo, tú eres mi mujer y no hay más nadie, tú eres la que me lo mama rico y yo no necesito buscar nada afuera, te amo..." De esa forma convencía a Betzaida, le calmaba las sospechas por un tiempo.

Pero cuando una mujer sospecha se le activan los radares. Esa voz interior que te dice que algo sucede, que estés alerta. Betzaida estaba alerta pero estaba, aún más, enamorada y cuando te enamoras se te cruza la voz interior con el corazón y dejas de escuchar los gritos de alerta, dejas de ver las señales, los rótulos, los mensajes que se te aparecen en frente y es ahí cuando te diriges, inevitablemente, hacia el abismo más profundo.

De otro lado, Leticia se dio cuenta de que se había enamorado de El Bambi y decidió cortar con él. Cometió el error de decírselo: "Yo te quiero chico y no te estoy dejando ser feliz con Betzaida. Esa muchachita es buena y te quiere, no puedo seguir en el medio de tu relación con ella. Ten claro que me retiro para dejarte ser feliz con ella no porque quiera retirarme." Siempre le hablaba con mucha honestidad y con mucho amor.  Nelson se quedó callado, no intentó convencerla pero le dijo: "Está 'cool', aunque creo que estás pensando de más. Las cosas no son como tú piensas. Aquí no está pasando nada malo, yo no me voy a quitar..." Sus sencillas palabras convencieron a Leticia, rápido, como siempre. Ya había intentado alejarlo en otras ocasiones y él, volvía a convencerla.

Deshacerse de un manipulador experto es difícil, sobretodo si estás sola, sobretodo si te trata con ternura y te mira con amor. Leticia lloraba en silencio, no sabía cómo salir de aquella cosa sin sentido. La razón y la experiencia le decían que debía moverse y salir corriendo, pero cuando El Bambi se le aparecía por allí, no podía resistirse, le gustaba demasiado.

Betzaida seguía sospechando, algo dentro de ella le decía que entre esos dos algo pasaba. De las demás mujeres no sospechaba y Leticia tampoco. Un día se puso a organizar unos libros de la Universidad y se encontró con una tarjeta, dentro de la tarjeta una foto de Leticia, desnuda. La tarjeta decía, para que no me olvides... Comenzó a temblar, lo sabía, ahí estaba la prueba. Comenzó a llorar, se enloqueció, allí sola. Llamó a Mini y le contó lo que había encontrado y Mini le dijo: "Vete y confróntala, pa que no sea puta". Betzaida tenía que irse a trabajar y Nelson estaba desyerbando unos patios con Pupe. Lo llamó llorando y le dijo lo que había encontrado. Lo confrontó, le montó una pataleta y lo inquirió sobre la foto: "Entre ustedes pasa algo, porque si no fuera así, ella no te enviaba esta foto con esa dedicatoria".  Nelson se quedó impávido, la escuchó y le explicó, sin alterarse, que entre ellos nunca había pasado nada, que esa tarjeta, Leticia se la había dado hacía unos días porque ella quería acostarse con él pero que como él no le hacía caso, ella estaba tratando de seducirlo tirándose fotos desnuda: "¿Y por qué dice para que no me olvides? ¿Por qué la guardaste?" El Bambi hizo uso de toda su experiencia para salir de aquel enredo, mintió como sabía hacerlo y lo negó todo: "Escribió eso por joder, pa seducirme. Esa señora está sola y buscando macho, ya te dije que yo le gusto. Mama tú eres mi amor y yo te amo sólo a ti. Tú sabes que las mujeres están cabronas, cuando se obsesionan con los hombres. Además, creo que a Carlitos, el del punto, también le ha dado fotos de ella". Betzaida estaba indignada: "Yo voy a hablar con ella, esto es una falta de respeto".

El Bambi, estaba en aprietos y lo sabía, tenía que hacer algo pronto, antes de que la sangre llegara al río. Sabía que Leticia estaba enamorada de él y también, estaba convencido de que por estar tan enamorada no lo delataría, pues si lo delataba no volvería a estar con ella y ella no quería perderlo: "Tienes razón, es una falta de respeto pero déjame hablar con ella antes y decirle que no me envíe más fotos. Le voy a decir que me está trayendo problemas contigo y que yo nunca voy  a estar con ella, porque estoy enamorado de ti. ¿Te parece? Quédate tranquila mi amor, te veo en casa esta noche. Te amo" Colgó el teléfono y llamó a Leticia. Le contó lo que había pasado con la foto y que Betzaida estaba como una fiera. Leticia le preguntó qué le había dicho: "Nada, le dije que entre tú y yo nada ha pasado, que me dejara hablar contigo antes. Mira Leti, si me bota pues me jodí, ya soy un viejo. Si dejas de saber de mí por un tiempo es que, ya sabes, me botaron". Leticia lo escuchó en silencio y le dijo: "No dejes que hable conmigo" A lo que él contestó: "Pero, ¿por qué?". "Por que no tengo nada que hablar con ella" dijo Leticia secamente. Se despidieron y Leticia se quedó pensando en lo que había pasado. El tipo la había negado y ni siquiera la había protegido. Después de todo el tiempo que llevaban juntos, después de todas las cosas que le había dicho sobre lo que sentía por ella. Después de conocerse tan bien en la cama, después de tantos besos y caricias de amor. Se indignó poco a poco, se decepcionó aún más: "Nunca le he importado, que cabrón, que embustero..."

Betzaida llegó esa noche y Nelson la estaba esperando. Todavía estaba indignada y volvió a inquirirlo con los mismos argumentos. El Bambi, le explicó sobre su amor, sobre su entrega a esta relación, sobre su compromiso y se encargó de convencerla con sus lágrimas y promesas de amor. Cuando ya Betzaida se había debilitado y convencido, de que Leticia era un perra quita maridos, se entregó una vez más a su nene. El Bambi no perdió la oportunidad, la agarró y la besó con pasión: "A mi, la que me pone bellaco eres tú, mira como me pones, toca" Así empezaron de nuevo, convencida de que Leticia era una loca desesperada, que se le brindaba a los hombres y de que El Bambi estaba completa, total y absolutamente enamorado de ella. Se la cogió toda la noche, la acarició tiernamente, la abrazó y le dijo mil veces que la amaba. Al próximo día no se mencionó el asunto y salieron en la mañana a dar una vuelta por la Ciudad.

Era sábado y saliendo del Caserío, casualmente se encontraron con Leticia. Betzaida pensó que Leticia, cuando la viera, estaría avergonzada, pues había quedado como una loca a la que habían descubierto en su intento por robarle a su marido. Pensaba que Leticia bajaría la cabeza y los evitaría. Pero no fue así, Leticia se detuvo y la miró a la cara con soberbia y fue ella quien se confundió. Sin embargo, esa mañana Betzaida no quería pensar en eso, aún estaba extasiada con lo que había pasado la noche anterior: "Además, con quien él está es conmigo, a quien lleva de la mano es a mí y tú estás celosa, vieja pendeja" pensó, mientras le pasaban por el lado. Nelson, ni siquiera se volteó a mirarla. A cada instante, la indignación de Leticia aumentaba. No dejaba de pensar en la cobardía de aquel hombre. 

Al próximo día Leticia se fue en la tarde a la cantina de Cuso. No había nadie consumiendo, era temprano, sólo estaba Grecia, lavando unos vasos. Entró, pidió un trago y se sentó a escuchar a La Lupe. La cantina tenía un espejo largo detrás de las botellas, un espejo en el cual se reflejaba todo el lugar, un espejo que le daba amplitud a aquél minúsculo espacio. Vio su imagen reflejada y recordó todas las veces en que se encontró con la mirada de Nelson, parado detrás de ella, listo para seducirla, se entristeció aún más.

Estaba en la cantina sola, en silencio. Estaba indignada y mientras le daba un sorbo a su trago, se le pararon por detrás: "¡Hola!" Sin voltearse miró por el espejo, era Betzaida, pegadita detrás de ella, con soberbia, con el mentón levantado, en actitud de reto, a la defensiva. Sonrió y contestó: "¡Hola!" Bajó la vista al trago, no por miedo o vergüenza sino porque sabía que, era terrible lo que iba a suceder. Rogó porque alguien llegara. Volvió a levantar la vista frente a ella. Betzaida estaba nerviosa, se le notaba a través del espejo, Leticia también: "Deja de mandarle fotos a mi novio", dijo Betzaida. Leticia sonrió y se volvió de frente a ella, se quedó recostada de la banqueta, la miró fijamente a los ojos y con la tranquilidad que te da la vida, después de muchos años de estar por ahí tropezando, le dijo: "Mira, yo le envié la foto a tu novio porque yo me acuesto con él..." Sintió como se le desgarraba el alma al decir estas palabras, al desenmascarar al hombre que más pasión había traído a su vida. Desde el momento que comenzó a hablar se arrepintió pero ya no había vuelta atrás. Betzaida se quedó impávida, también mirándola a los ojos. No tuvo reacción más allá de un parpadear constante y de que su camisa se levantaba por las palpitaciones aceleradas, por toda la adrenalina que le corría por el cuerpo. Leticia también temblaba pero su nerviosismo disminuyó tan pronto terminó su oración. La conversación no duró mucho tiempo, Leticia se disculpó con Betzaida por haberle causado tanto dolor, se disculpó por ser ella quien le confesara todo: "A pesar de tu actitud, sé cómo te sientes porque a mí también me lo hicieron, a mí también me traicionaron". Betzaida intentaba decir cosas pero sus pensamientos estaban desorganizados. No se esperaba lo que Leticia le dijo, la tomó por sorpresa. Le creyó a Nelson, tanto que se atrevió a confrontar a Leticia con la certidumbre de que estaba defendiendo lo que le correspondía, por todo el sacrificio y dedicación que le había puesto a la relación. Betzaida siguió intentando decir cosas pero casi todo lo que salía de su boca era incoherente. Leticia sentía tanto dolor por ella, sabía claramente lo que pasaba, sabía cómo se sentía, volvió a disculparse y le dijo que no tenía nada más que decir: "No es necesario que digas nada más, ya has dicho suficiente", dijo Betzaida, se viró y salió torpemente de la cantina.

Leticia también estaba destruida. Comenzó a temblar nuevamente, no podía creer lo que había hecho. No podía creer lo que le había pasado, a su edad. Se levantó y salió de allí. Grecia, la esposa de Cuso, había presenciado todo y le había sorprendido la situación y aún más, la ecuanimidad de aquella mujer, la tranquilidad de sus palabras y la compasión que le tuvo a la chica.

Se encerró por varias semanas, no habló con nadie. Salía muy temprano, sólo a trabajar y se encerraba cuando llegaba. Lloró, lloró y lloró, rezó con devoción y pidió perdón. Sabía que le había destruido la vida a esa muchacha y también sabía que nunca más volvería a estar con El Bambi. Había cerrado con broche de oro ese capítulo en su vida: "Tremendo cierre que le di a esta historia, yo que me quejaba de que dejaba mis historias inconclusas. Ahora, me fui al extremo. Te botaste Leti, cerraste capítulo como nunca antes. Nunca vas a saber de él, te va a odiar por lo que le reste de vida", y lloró y siguió llorando hasta que se le acabaron las lágrimas, hasta que se le limpió el alma de tanto dolor.

Una tarde decidió salir a caminar, luego se metió en la cantina y allí se encontró a la esposa de Cuso: "Te debo dinero del otro día que me fui sin pagar" Grecia le guiñó un ojo y le dijo: "Mija no te preocupes si tú eres de la casa". Leticia le puso dinero a la vellonera, pidió un trago y mientras escuchaba las canciones de La Lupe, Grecia se le acercó y le dijo: "¿Sabes que ella lo botó y lo recogió de nuevo? Por eso es que las mujeres estamos jodías, por no darnos a respetar. Y te digo más, me dijeron que se lo llevó de vacaciones. Ya tú sabes, lo premió por portarse mal. Leticia, todo el mundo por ahí está comentando cosas de ti, pues él se encargó de negarlo todo. Aunque todo el mundo sabía que él se te metía en el apartamento y aquí comentaban que ustedes tenían algo. Te lo digo porque tú sabes como es la gente y me imagino que habrá personas que te dejarán de hablar y que hablen a tus espaldas..."

Mientras Grecia hablaba, al fondo se escuchaba otra canción de La Lupe, que Leticia comenzó a tararear, sin dejar de mirar a Grecia. Leticia sabía muy bien lo que iba a pasar, lo que siempre pasa en situaciones como estas. Sabía que Betzaida prefería perdonarlo a quedarse sin él. Sonrió y volvió a poner la misma canción, La Tirana. Se paró al lado de la vellonera y comenzó a cantarla: "Según tu punto de vista, yo soy la mala, vampiresa en tu novela, la gran tirana. Cada cual en este mundo, cuenta el cuento a su manera, y lo hace ver de otro modo, en la mente de cualquiera. Desencadenas en mí, venenosos comentarios, después de hacerme sufrir, el peor de los calvarios. Según tu punto de vista, yo soy la mala, la que te llevó hasta el alma, la gran tirana. Para mí es indiferente, lo que sigas comentando, si dice la misma gente, que el dia en que te dejé, fui yo quien salió ganando...Según tu punto de vista, yo soy la mala, la que te llevó hasta el alma, la gran tirana. Para mí es indiferente, lo que sigas comentando, si dice la misma gente, que el día en que te dejé, yo fui quien salí ganando, que el día en que te dejé, fui yo quien salió ganando..." Las lágrimas le recorrían el rostro, desconsolada, vivíéndose aquella canción. Recreando en su cabeza toda aquella historia. Grecia la miraba con asombro y tristeza y sabía que el dolor de Leticia tenía dos partes. Lloraba porque ya nunca más podría besar a El Bambi pero también lloraba porque sabía que a Betzaida, le tomaría años recuperarse de todo ese dolor.

Lloraba desconsoladamente cuando comenzó a hablar: "Me dijo que dejara de enviarle fotos a su novio. Precisamente a su novio, al cual me cogía desde hacía tiempo, desde antes que ellos se juntaran. A su novio, que no me dejaba tranquila y al cual confieso que dejaba que me persiguiera porque no ha habido hombre en mi vida que me guste tanto como él . Su novio con el que me encontraba a escondidas. Su novio con el cual me besaba y estrujaba tan pronto ella daba la espalda".  Hablaba con dolor, con desconsuelo, volvió a poner la canción y se le acercó a Grecia: "Cuando empezó con la muchachita, ya teníamos algo y yo me enojé cuando lo vi con ella y me alejé y dejé de hablarle, pero al mes de estar con ella me buscó y me pidió perdón, me dijo que me quería mucho y otro montón de mentiras. Y le creí, yo le creía a ese cabrón. Me costaba trabajo pensar que era mentira lo que decía, pues sonaba sincero, honesto. Comenzamos a saludarnos y él comenzó a llamarme, hasta que en poco tiempo me dijo que él se había dado cuenta de lo mucho que yo le gustaba después que estaba con ella y que no sabía qué hacer. ¿Te puedes imaginar lo qué pensé? Me molesté pero volví a abrirle la puertas, las piernas y el corazón". Miraba fijamente a Grecia y no dejaba de llorar: "Yo no lo sabía, me enteré después, pero ahí ya se estaba mudando con ella. ¿Puedes creer tanta falsedad y mentira? Me enteré después que ya nos habíamos acostado y que me tenía enchulá. Dime tú si no es un sicópata hijoeputa, perverso, embustero."

Volvió a sentarse, se tomó el trago de un sorbo, pidió otro y continuó hablando, sentada frente a Grecia, quien la escuchaba con atención: "Es un tipo planificado, monstruoso. Se dedicó a estudiarnos, la estudió a ella y también a mí, sabía cómo íbamos a reaccionar. Pero yo también lo estudié a él y lo conocí y lo confundí, yo soy más inteligente que él y él será embustero y cobarde pero yo lo fui conociendo, calladita, esperando el momento de la estocada final y lo tomé por sorpresa y le saqué los dos ojos, los dos y en el proceso también me saqué los míos. No se puede salir ileso de algo así, se salé con heridas que te dejan marcas de por vida para que no te olvides jamás de lo que pasó. La destruí, le destruí la vida a esa chica. ¿Y sabes? Jamás pensé que a mi edad estaría pasando por algo así. Jamás pensé que estaría en una posición como esta."

Leticia sabía que aunque Betzaida lo había perdonado nunca confiaría en él. Sabía que en su desesperación lo sacó del Caserío pensando que ella era el problema: "Grecia la enfermedad no está en la sábana, yo no fui el problema, fui parte de éste. El problema es que nos metimos con una rata, con un tipo sin escrúpulos ni empatía, incapaz de ponerse en el lugar de las demás personas, nos metimos con un cobarde poco hombre. Imagínate si es injusto, que él tampoco la protegió a ella, cuando permitió que viniera a hablar conmigo. Con todo y que yo le advertí que no dejara que ella me hablara..."

Grecia, a sus cincuenta y pico de años, sabía mucho más que Leticia: "Lo que pasa es que las ratas son egoístas y él pensaba que tú estabas tan enamorada de él que lo ibas a proteger, que le ibas a decir a la muchachita que nunca más le enviarías fotos, que entre ustedes no pasó nada y que te perdonara. Pero, ¿sabes qué? si tú lo hubieses protegido, él igual ni te lo agradecía, igual ella te hubiese metido una bofetá y habrías quedado por ahí como una pendeja y él habría seguido detrás de ti, acostándose contigo sin respetarte, por se tan débil y aquí, nadie te respetaria. Por lo menos, después de esto, nadie se va a meter contigo. Nunca, ninguno de estos Tralala, va a intentar joder contigo, porque te diste a respetar. Si ella quiere seguir con él, que siga, dale seis meses y verás como vuelve a sus andanzas. Los ratas nunca se arrepienten, no les da miedo nada,. Pero ¿sabes?, siempre hay uno más listo que una rata, y sí, a los tipos como él siempre les llega su día. Ojalá ni tú, ni yo, ni la pobre de Betzaida, tengamos que presenciarlo. Para decirte más y para que te tranquilices y entiendas que hiciste lo correcto quiero que sepas que él veía otras mujeres además de ti. Eso lo comentaban por ahí. Así que no te sientas mal por haberlo desenmascarado. Cuso me mata si sabe que yo te estoy contando esto, pero que se joda, tú me caes bien y no te mereces sufrir por un cabrón de esa calaña. Hacía tiempo que no pasaba algo así por aquí. Hacía tiempo que una mujer no ponía a un tipo en su sitio. Hacía tiempo que no nos dábamos a respetar y tú lo hiciste por todas nosotras. Gracias Leticia, gracias por reivindicarnos. Ojalá que algún día Betzaida se de cuenta de que le hiciste un favor. Ojalá algún día pueda salir de aquí y conseguirse a un hombre que valga la pena". Esa tarde Leticia regresó a su apartamento, tan triste como en las últimas semanas pero más tranquila y reconciliada con todo lo que había pasado.

Dos meses después Betzaida y Nelson regresaron al Caserío. Betzaida anunció que se había casado con El Bambi, con El Rata, como ahora le llamaban y que tenia un mes y medio de embarazo. El Rata, ya casado y con Betzaida preñá podía volver a su andanzas. Un día se tropezó con Leticia pero ni se miraron. Leticia ni se inmutó, lo vio por primera vez como realmente era. Le vio su pelaje aceitoso y grisáceo, le vio la nariz puntiaguda y los dos dientes filosos, vio su cola larga y por primera vez, ya no sintió pena. Se le erizaron los pelos y agradeció al Universo por haberlo sacado de su vida.

Las víctimas de El Bambi, ahora El Rata, no se hicieron esperar. Trató de seducir a Irlanda, la hermana menor de Grecia pero Cuso se le acercó un día y le dijo: "Ninguna de las mujeres con las que te metiste antes tenían un buen hombre que las protegiera, pero Irlanda me tiene a mí, así que si no quieres que te explote la cabeza de un batazo ni te le acerques. Debes considerar irte de este lugar. Ahora entendemos porqué llegaste aquí así, sigiloso, habías hecho algo parecido en otro lugar. Las ratas destruyen todo lo que encuentran a su paso, no distinguen entre lo que sirve y lo que es basura. Tuviste suerte, pues esas mujeres con las que te metiste, son decentes y la pobrecita de Betzaida es demasiado joven para entender que la estás destruyendo". Nelson lo miró con desprecio y volvió a su casa, pensó un poco sobre lo que le dijo Cuso y se mantuvo tranquilo hasta que Betzaida parió. Las aguas habían vuelto a su nivel. Aunque se les escuchaba peleando todos los días. Comenzó a rumorarse, otra vez, que Nelson, El Rata se había metido con una muchacha que trabajaba como mesera en un Centro Comercial. Lo habían visto, montado en el carro de ella, besuqueándose.

Betzaida se sentía sola pero no se quejaba, nunca se quejaba. Para esos días ya casi no lo toleraba, lo insultaba a la menor provocación, pero no lo dejaba. Así comenzaba todo de nuevo, en la historia de nunca acabar. La historia en la que permanecemos hasta que un buen día, la vida nos golpéa con tanta fuerza que no nos deja más opciones que tomar decisiones. Mientras tanto, todo seguía dando vueltas en el mismo lugar:
-"Mira, coge el teléfono, dale"
-"Yo no estoy esperando llamada, cógelo tú"
-"Mano estás cabrón acaba y levántate del jodio sofá ese, no ves que le estoy dando leche al nene. A la verdad que tú no sirves pa'ná. Estás arrrebatao to el puto día, y de paso, te conformas con hacer alguna chiripa por ahí, que sólo te da pa comprar pasto. Maldito sea el día en que me fijé en ti por lindo. Maldito sea el día en que creí tus palabras, tus mentiras. Me cago en la madre mía por no creerle a Leticia, por recogerte de nuevo. Por pendeja, por ignorante porque me dejé preñar y ahora haces menos, eres un mueble. Tú no sirves, cabrón. Eres un RATA..."


Mara

viernes, 13 de agosto de 2010

Entre la luz y la sombra...

De pronto un día se le torció el camino. De pronto un día lo que parecía estático comenzó a moverse. De pronto un día no cabía dentro de sí y no le satisfacía lo que estaba experimentando. De pronto un día cambió, se sintió distinta. Se preguntó cómo pasó todo, cómo se fue dando, cómo llegó hasta allí. Entonces Patricia recapituló un poco y buscó en el pasado, en los recuerdos, el origen de aquél hastío, buscó dónde y cuándo comenzó todo.

En ocasiones, la vida nos confronta con experiencias que pensábamos no tendríamos o repetiríamos.Quizás para ver cómo vamos a salir de éstas o quizás, porque a lo mejor, tiene un extraordinario gusto por el morbo. Patricia se imaginaba a doña vida, recostada de una pared, observando cómo saldría de una nueva encrucijada.

Era más joven, tendría quizás 35 años. Su vida era bastante buena, según su criterio, todo fluía con naturalidad, no podía quejarse de nada. Después de algunos años tormentosos había encontrado cierta estabilidad; económica, profesional y emocional. Tenía varios amantes, a los cuales veía sin ataduras, de vez en cuando. No tenía conflicto en disfrutarse su soltería, ni haberse tenido que mudar fuera de la ciudad, a la casa donde se crió, a la casa de su madre, con su madre. Tenía libertad para entrar y salir cuando quisiera, podía ahorrar dinero y en aquél lugar, encontraba cierta paz que la llevaba a reflexionar, lo que tanto disfrutaba.

Un sábado en la noche salió con sus amigos por la ciudad. Frecuentaban diferentes bares, con demasiada frecuencia, se divertían juntos. Sin embargo, en los últimos tiempos notaba que ya no se divertía igual.  Recordó que ese sábado había salido por hábito, que no se sintió cómoda durante la velada; alcohol, drogas, cacería, seducción, baile. "Todos los excesos, concentrados en un pequeño grupo de personas; vacías, huecas, enajenadas, adormecidas, necesitadas de algo, sin saber de qué, sin siquiera cuestionárselo", la sorprendió ese pensamiento pero lo descartó, ese no era un buen momento para pensar.

Esa noche conoció a Alejandro. No le gustó físicamente, le pareció común y corriente, del montón. Le pareció prepotente y lo era. La noche había sido larga, estaba aburrida, cansada, medio borracha y con una cosa por dentro que no la dejaba disfrutarse aquello que antes la enloquecía; la inmediatez, la locura de los excesos. Así que, de pronto decidió volver a su hogar, entrada en tragos, sin entender qué le estaba pasando. Condujo hasta su casa, allá en las montañas, sola, mientras sus amigos y aquél extraño siguieron de juerga.

No volvió a toparse con Alejandro después de aquella noche, ni siquiera preguntó por él. Supo que una de las chicas del grupo había terminado en su cama; cantando, bailando y... A Patricia no le importó, como tampoco le importó coincidir con él en otra fiesta. Ella lo vio y se hizo la que no lo recordaba, en cambio, él se acercó, la saludó con alegría, fue afable, ameno y hasta cariñoso. Patricia insistió en que no le gustaba, aunque no se lo dijo, y Alejandro insistió en conquistarla. Esa noche, en esa fiesta, Patricia comprendió que el tipo era un seductor, que tenía buena conversación y que podía llevarse a la mujer que le diera la gana, no por guapo y sí, porque decía lo que tenía que decir, cuando lo tenia que decir y como lo tenia que decir. Todo un cazador...

Alejandro intentó convencerla, intentó hacerle entender que tener una aventura con él valdría la pena. Patricia utilizó la excusa de que no se acostaba con sus amigos, sabiendo que lo que decía era una estupidez, pues acababa de conocer a aquel tipo. Alejandro la escuchó con detenimiento, se rió de su absurdo comentario y añadió que él no era su amigo ni pretendía serlo pues quería acostarse con ella: "¡Ok!, entonces no somos amigos pues yo me quiero acostar contigo". A Patricia le enojó su soberbia, pero agradeció su sinceridad: "Cariño, no te esfuerces tanto, no me voy a acostar contigo, sencillamente porque no me gustas", sonrió, sin revelar su frío pensamiento.

Poco tiempo después, aquel grupo con el que compartía sus andanzas, sus excesos, finalmente se separó. Cuando la gente se junta por las razones equivocadas, inevitablemente se separa por las razones verdaderas. Ese fue el momento justo cuando Patricia decidió retomar su vida, revisarse, reinventarse.

De esta forma, cansada del mundanismo, cansada de repetir las mismas historias, personajes y situaciones, Patricia comenzó a buscar otras experiencias. Decidió internalizarse en las profundidades de su ser.  Se quedó en el campo, con su madre; trabajaba y regresaba al campo y leía y pensaba y reflexionaba. Así decidió emprender un viaje, sola. Decidió hacer un cambio dramático en su vida, decidió intentar cosas distintas. Buscó, indagó, se cuestionó qué le gustaría hacer, qué le llenaría el alma, el ser.

Después de mucho indagar, de observarse, de limpiarse, de depurar un poco sus pensamientos. Decidió irse como misionera. Primero se fue a ayudar a un país muy pobre, allí hizo de todo. Se entregó a esta nueva experiencia, aprendía algo nuevo todos los días. Lo que más le llenaba era interactuar con aquellas personas, verlos en su sencillez, en su inocencia y en su miseria. Se desconectó de lo que había dejado atrás; de la ciudad, el alcohol, las drogas, el sexo, el vacío y comenzó un largo viaje.

Ser misionera, había complementado la búsqueda hacia su interioridad, había encontrado su propósito en esta vida, en esta encarnación, ayudar a otros. Sentía gran satisfacción por su elección, por la sencillez y el desapego con el que vivía, se sentía realizada, se había transformado y lo sabía y también comprendía que su metamorfosis concluiría el día que muriera. De manera que, aceptaba la vida tal cual llegaba, aceptaba cada día y se fusionaba a las leyes universales, con humildad y alegría.

Al cabo de varios años regresó.  No se quedaría por mucho tiempo, quería compartir con su familia, quería observar el lugar que había dejado atrás, quería confirmar que sus elecciones habían sido acertadas. Quería toparse con la gente de su pasado, quería verles, observar dónde habían llegado, observarles de cerca aunque desde la distancia. Realmente, quería ponerse a prueba, quería ver cómo se sentía en los mismos espacios de su pasado. De alguna forma, reconocía que se había tomado demasiado en serio su viaje, que había llegado bien profundo y que ahora necesitaba parar por un tiempo. Necesitaba procesar toda la información, necesitaba regresar al mundo real, al exterior; donde nacen y mueren los sueños. Debía experimentar un poco del sabor agridulce de la vida mundana. Sabía que experimentar la cotidianidad desde la sencillez, desde esta nueva perspectiva era lo que necesitaba para confirmar lo que había aprendido durante su viaje. Necesitaba hacer este experimento, para retomar nuevamente la peregrinación que hacía años había comenzado.

Llegó sabiendo que su estadía sería pasajera. Quería experimentar la cotidianidad pero ya planificaba su próxima aventura hacia los profundos confines de su ser. Una tarde se encontró con Alejandro. Hacía años que no lo veía y de pronto, pensó en la sincronicidad del Universo, en las coincidencias. Estaba un poco más viejo, más añoso y probablemente, más experimentado. Le alegró verlo, le divirtió la coincidencia, observó cómo se desarrollaban los eventos, se conectó con aquel momento. Charlaron un poco y él, no perdió la oportunidad para recordarle que siempre iba a querer acostarse con ella. Patricia se sintió halagada pero no lo dijo, él le pidió su número de teléfono y ella le dijo que era el mismo: "Nunca he desactivado mi teléfono móvil y mi número es el mismo, si todavía lo recuerdas, pues me llamas" Sonrió, le dio un beso en la mejilla y se fue. "Es fácil coquetear con un hombre al que sabes que le gustas", pensó Patricia.

Mientras caminaba, mientras se alejaba de aquel viejo y experimentado cazador pensaba: "Somos esencialmente la misma cosa, a pesar de las experiencias, a pesar de la manera como hayamos decidido vivir, siempre la esencia prevalece, eso no cambia." Patricia sabía que ya no era la misma persona, se daba cuenta de que era distinta. Sin embargo, allí también se dio cuenta que su esencia; la coquetería, la seducción, el gusto por lo arriesgado, aquella cosa mala que la habitaba desde siempre, estaba ahí, siempre lista para manifestarse. Comprendió, que su complejidad era coexistir con dos seres disímiles, dos seres que al fusionarse creaban la totalidad que la representaba, la unidad. Dos seres distintos pero que convivían dentro de ella y se manifestaban en momentos distintos, de manera diferente. Aceptar la dualidad de su ser, le dio tranquilidad, paz y la certidumbre de que estaba en el camino correcto. Ninguna confligía con la otra, una la llevaba hacia la evolución, hacia la paz, hacia el gozo de saberse protegida por la luz Universal, la otra complementaba la totalidad de su esencia, la mujer vivaracha, coqueta, mundana, ávida de experiencias, a la que aún le encantaba probar el vacío y lanzarse a la nada.

Aquella misma tarde, Alejandro, cazador incansable, la llamó. "Un cazador se vuelve obsesivo, si no puede cazar a una presa, la persigue, la persigue y la persigue hasta lograr su objetivo. Aunque no tenga frío, aunque no tenga hambre, caza por vicio, por entretenimiento. Persigue una presa escurridiza porque se convierte en un reto" pensó Patricia al darse cuenta de que era él quien llamaba. Alejandro insistía en seducirla y Patricia en negarse, y en ese toma y dame, de cierta manera, coincidieron en algo, a ambos les gustaba jugar.

Una semana más tarde, Patricia fue activada como misionera, había ocurrido un desastre en el lugar donde había estado los últimos años y algunas personas habían mencionado su nombre. Empacó y se fue, sin pensarlo, sin cuestionárselo. La naturaleza escoge al azar los lugares que necesitan limpiarse: "Todo en la vida ocurre de súbito, por eso no podemos planificar nada, no podemos controlar nada", pensó Patricia, mientras se dejaba llevar hacia otra experiencia.

Los meses en aquél lugar volvieron a transformarla, inevitablemente. Una vez más Patricia se reinventaba, se miraba por dentro y veía su trayectoria por esta vida, miraba lo que había hecho y cómo había vivido. Se preguntaba, ¿Cuántas veces habría encarnado y solamente habría caminado por la vida de manera lineal?, ¿Cuántas veces habría estado en este plano y no habría hecho nada para evolucionar? Reía al pensar que esta encarnación tenía como objetivo hacerla caminar con un propósito y se lo había tomado tan en serio que llevaba buscándose y reinventándose desde antes de hacerse consciente de lo que le estaba ocurriendo. Todavía no sabia hacia donde se dirigía, pero si sabía que quería vivir el ahora con intensidad. No quería perderse un sólo momento de esta vida en su camino hacia la interioridad y menos, de la sencilla complejidad del exterior.

Meses más tarde regresó y una vez más, coincidió con Alejandro. Estaba en un café, observando la gente pasar, una vez más, pensando en la vida y de pronto, allí llegó el hombre. Parecía que el Universo, de alguna forma, se empeñaba en juntarlos. Rieron por la coincidencia y conversaron un poco. Realmente no conversaron, irónicamente, casi nunca conversaban. Alejandro entablaba un monólogo excepcional en el cual narraba sus aventuras, contaba cuentos y hablaba de él y de su grandiosidad. Eso era lo mejor que hacía, hablar de él, entablar un monólogo en el cual narraba sus aventuras a lo Indiana Jones. Lo observó hablando de lo mucho que sabía y de lo bueno que era en todo lo que hacía, en la manera como todos lo envidiaban e intentaban obstaculizar su progreso. El ego de Alejandro era lo que menos toleraba, lo que menos la motivaba. "A lo mejor, todo habría sido más sencillo, si el tipo no fuese tan prepotente".  Sin embargo, allí estaba, una vez más frente Alejandro Magno, frente a Alejandro el Grande, escuchando su discurso. Quizás más relajada, menos reactiva, más abierta a experimentar lo que el Universo volvía a ponerle de frente. Ahora Patricia, disfrutaba observar, capturar momentos.

Hacía algún tiempo que había validado la otra parte de su ser que conformaba la totalidad de lo que era. Sin embargo, entre tanto ajetreo, aún no había podido verla manifestarse. En el ahora, con el entendimiento y la sabiduría que te da el aceptar que somos un conjunto de características que se contraponen pero que no se invalidan, que simplemente, se complementan. Nada la desviaría de su peregrinaje, sólo se desviaría un poco.

El cielo comenzó a nublarse y Alejandro, quien vivía muy cerca del café,  la invitó a su casa. Patricia aceptó, caminaron hacia el lugar. Un pequeño apartamento, allí en la ciudad, donde se fusionaban la riqueza y la pobreza, la belleza y la fealdad, lo mundano y lo profundo. Al entrar en su espacio, en su intimidad, le pareció que se internaba en otra realidad. Una realidad paralela, como si entrara en un cuento. Era un espacio lúgubre, sucio, maloliente. Allí todo estaba roto, carcomido por los años, por la dejadez, por el abandono. Patricia se cuestionó cómo se atrevía invitarla a semejante lugar, "¿Cómo justificará vivir de esa forma?" pensó y siguió pensando, sorprendida: "Si las casas son un reflejo de la interioridad de los seres que la habitan, ¿cómo será la interioridad de Alejandro? Así...desordenada, oscura, sucia." Patricia no sabía donde pararse, donde ubicarse, observaba con sorpresa, intentando parecer normal. El olor del espacio era pesado, húmedo, la luz era tenue, pobre. Había desorden por todas partes, ropa sobre el sofá, toallas tiradas sobre una silla, ropa de cama percudida sobre un suelo aún más sucio...un desorden como pocas veces había visto. Patricia no comprendía por qué estaba allí, pero la no resistencia, la llevó a crear un personaje dentro de aquella historia. De alguna manera quería experimentar aquella sordidez, aquel caos interior que la atraía y con el cual, de alguna manera, se identificaba.

Aunque no lo dijeron, ambos sabían por lo que estaban allí. Desde que aceptó la invitación, supo que llegar hasta la casa de Alejandro era entrar en su territorio y que ya, debía sentir el sabor de la victoria. Saber que su presa estaba allí, expuesta, dispuesta a se cazada. No le molestó lo que él pensara, tampoco intentó justificarse. No estaba allí para demostrar nada. Estaba allí, arrastrada por la curiosidad, sorprendida por lo que veía y seducida por lo que, una vez más, creaba en su complicada mente.

Entró en personaje y se imaginó que estaba en un cuarto de algún lugar, con alguien a quien acababa de conocer. Sintió la frialdad del espacio y la morbosidad del momento, allí estaban, ella y el extraño, juntos con un propósito, darle placer a sus cuerpos. Patricia no comentó nada sobre la fantasía en su cabeza.
Se excitó al pensar en lo que estaba haciendo. 

Se había resistido por años a la seducción de Alejandro pero esta vez, dejaría que la cazadora de hombres, la seductora, la otra mitad que la habitaba se manifestara plenamente. No le importaba lo que él pensaba, esta vez él no era el cazador pues ella lo había escogido. Esta vez él era su presa y ella lo había cazado para cogérselo. Sí, cogería con él, cogerían porque llevaba tiempo sin coger, porque estaba cansada de cogerse a si misma, porque quería sentir el peso de un cuerpo sobre ella, quería que la miraran y que le hablaran y que le dijeran que la deseaban y quería escuchar el aliento de un hombre, que la mordieran, que le halaran el pelo, que se la cogieran, que se lo hicieran con ganas, quería sentir aquello que hacia tiempo no sentía y Alejandro y su habitación, eran los mejores personajes y el mejor escenario.

Patricia volvió en sí, aunque en personaje, se dejó llevar. Se sentaron en aquella sala a charlar, y hasta sintió que le picaba un poco el cuerpo, pensó en los ácaros, en lo que estaba a punto de hacer pero no se detuvo y rió en silencio. Alejandro le invitó un trago, afuera llovía y era un domingo cualquiera, aburrido. Lo aceptó, pensó que así iba a ser más fácil permanecer en personaje. Había escogido tener una aventura y no había vuelta atrás. Alejandro hablaba, hablaba y hablaba de él. Juraba que era un ícono de la cotidianidad, de lo pueblerino y era sólo alguien del montón, intentando hacerse un hueco en la sociedad, intentando hacerse un espacio dónde habitar, dónde permanecer.

Alejandro aún no había entendido, que el único lugar donde podemos permanecer es en nuestra búsqueda como individuos, que el único lugar al cual pertenecemos es a nosotros mismos, sin fingimientos, sin intención de demostrar nada, sin deseos de que nos vean de otra forma que en la simplicidad de la esencia. Le daba risa su prepotencia tras la cual se escondía un gran miedo y una gran tristeza, pero no estaba allí para analizarlo y menos juzgarlo. Estaba allí, simplemente para gozárselo.

De pronto, se habían invertido los roles y él se había vuelto mujer y ella hombre. Ella en cazador y él en su presa. Alejandro estaba allí, haciendo una actuación sobre el por qué valía la pena estar con él, faltaba que dijera que planchaba, lavaba y fregaba, bueno...aunque eso no lo podía decir pues la dejadez en su espacio demostraba que no era buen ama de casa. Patricia volvió a reír en silencio, mientras él balbuseaba alguna cosa.

Había dejado de escucharlo, su voz era sólo un susurro. Patricia sentía su cuerpo vibrando con ganas, se había erotizado ante la película que se había formado y esto le confirmaba que somos responsables de nuestro placer sexual. "Está en nuestras manos el cómo nos la pasemos en la cama con un hombre. Si dejamos llevar nuestra mente en la dirección correcta, hacia el erotismo; el orgasmo está garantizado", pensaba, mientras Alejandro continuaba su monólogo. No sabía de lo que estaba hablando, había dejado de escucharlo desde hacía rato. Lo miró una vez más, se le acercó y lo besó sin pedir permiso; en la boca, con ganas, respirando profundo como queriendo quitarle algo y le dijo: "no te estoy escuchando, sólo quiero que me lo hagas..." A él también se le erotizó el cuerpo, también se le aceleró el pulso. Se le estaba dando aquello que había deseado desde hacía tiempo.

Se desnudaron sin pudor, se toquetearon, se lamieron y se cogieron como animales, se miraron, intentando encontrar en el otro aquello que les faltaba. Dos cuerpos sudados en aquel espacio sórdido, donde el polvo era denso. Frente a aquella pared llena de humedad que recreaba una sombra que parecía un mapa, frente a aquel abanico lleno de polvo, sobre aquel catre sin sábanas, que olia a cuerpos sudados, en el cual habrían estado sabrá dios cuántas mujeres, hombres, seres de carne y hueso, en su búsqueda de placer, en su búsqueda de un buen orgasmo. Buscando, siempre buscando algo que los sacara del marasmo, de la rutina y del aburrimiento del día a día., Sus cuerpos estaban poseídos, extasiados, no podían parar, terminaban y volvían  a empezar, se vestían y se desnudaban. Y al final, cuando se acabó la historia en su cabeza, cuando el personaje se esfumó con el orgasmo. Allí, tendida, ante aquel horroroso lugar, junto aquel hombre que nunca le gustó, Patricia sintió que se le había exorcizado el cuerpo. Ahora, sin distracciones, podría volver a lo que había escogido. Regresar a su búsqueda, a su realización, sin conflictos, aceptando la dualidad con humildad, con agradecimiento, con paz.

Patricia sabía que no volvería a ese lugar, sabía que esta experiencia había llegado más lejos de lo que pensó. Comprendió que lo mundano, como lo había experimentado cuando joven, ya no significaba nada para ella. Entendió que el vacío no es un espacio desocupado, es la soledad del alma. Es donde permanecemos mientras encontramos la luz, es el limbo. Así, después de todo lo que había experimentado por la vida, después de todos los lugares que había visitado, se dio cuenta por fin que la miseria, nada tiene que ver con las carencias, pues la miseria se lleva por dentro. La miseria la llevan aquellos que no se arriesgan a experimentar ese vacío, a comprender y aceptar la dualidad que nos compone, de la que estamos hechos.

Curiosamente, al próximo día la llamaron de emergencia, había ocurrido otro desastre. Ahí estaba la lección de ese encuentro, debía entender que ningún fenómeno, ningún capricho del Universo podía compararse con los fenómenos que ocurren en la interioridad de los seres humanos. Ya no le sorprendía nada, lo había visto casi todo, había estado en el cielo y también en el infierno, en la luz y en la sombra, afuera y adentro, en la cómoda habitación de su ser y en el lugar más recóndito, más sombrío, más oscuro de la interioridad de un hombre y de sí misma. No había duda, estaba lista para el próximo viaje...

Mara

sábado, 7 de agosto de 2010

Speedy...

Quería que todos mis relatos mostraran una enseñanza, alguna lección, pero hay veces en que la historia, el cuento, en sí mismo, en su simplicidad, es la mejor enseñanza. Contar por contar, para exorcizar la mente....

Una tarde, Luciana y cinco amigos; Mariela, Sandra, Guillo, Martita y Ceci, se encontraban reunidos. Mensualmente, se juntaban para cenar, beber, fumar y dialogar sobre los últimos acontecimientos de sus vidas, para ponerse al día. Se conocían desde hacía años y el grupo era heterogéneo y divertido; casadas, divorciadas, viudas y homosexuales. En la vida de una mujer siempre hay un amigo homosexual, ellos completan la totalidad de lo que somos y son la mejor compañía. Mismo gusto por el género masculino y a la vez, energía masculina. Todo en uno.

Esta pandilla de amigos, había ido y venido. Por cosas de la vida, no habían podido juntarse, los seis, por algún tiempo; por el trabajo, por enfermedad, maternidad, duelo. Por fin volvían a encontrarse, todos, después de varios años. Luciana había dejado al grupo durante el último año, estuvo trabajando fuera del país. De manera que, la reunión se celebraba en su honor y probablemente, la conversación giraría en torno a ella y sus últimas andanzas.  Contó sobre el país en el cual vivió y trabajó, contó sobre la gente, sobre los lugares que visitó y sobre los amoríos que tuvo.

En materia de amoríos Luciana tenía una enciclopedia de relatos. De modo que, al rato de estar conversando, Martita le preguntó sobre alguna experiencia significativa durante ese último año, algún cuento digno de ser relatado.  Comenzó a reírse y les dijo: "Pensé que no me iban a preguntar. Tengo la mejor historia sobre lo que no queremos en una relación, por lo menos a nuestra edad. Una situación que no podremos evitar hasta que nos la topemos de frente, pero ante la cual debemos salir corriendo, despavoridos si queremos, tan pronto la descubramos."

Así, sin más preámbulos, Luciana contó que había conocido a John, a los seis meses de estar en aquel distante país: "No había estado con nadie desde hacía tiempo, y menos con alguien de ese país y de repente, cuando menos lo esperaba, se me cruzó este tipo en el camino. De más está decirles que estaba loca por acostarme con alguien." Relató sobre cómo lo conoció y dónde, sobre los primeros encuentros, las primeras salidas a cenar y sobre la primera noche que estuvieron juntos. Ofreció detalles sobre lo que hicieron, dónde fueron y cómo llegaron a la cama; los besos, quitarse la ropa, besarse aún más, menos ropa, más intensidad. Luciana hablaba animádamente, relató todo el acto, con detalle y de pronto, cuando llegó a la parte pico, cuando el tipo la penetró, dijo secamente: "...Con expresión de vergüenza me miró y dijo, "Acabé". Me sorprendí, aunque lo esperaba, pues me había dicho que hacía mucho tiempo que no se acostaba con ninguna mujer. Bueno, y como trato de ser compasiva y pensé en su ansiedad, en su deseo por lucir bien, en los nervios de la primera vez y en que los hombres necesitan de una reacción física para que todo el "performance" pueda ejecutarse, pues permanecí en silencio y continuamos con la segunda parte del ritual. Hablamos, nos acariciamos y nos acostamos a dormir". Sus amigos la atendían con complicidad y algunos hacían comentarios entre ellos y reían.

Sandra comentó, que a las mujeres nos pasan cosas extrañas con los hombres, pues todos son iguales y a la vez distintos: "Así también son las mujeres" dijo Guillo, saliendo en defensa por su género sin que el verdadero relato se hubiese desarrollado completamente. Luciana añadió: " Tienen razón, por la vida hay de todo y en materia de hombres y de sexo, una gama de posibilidades; Altos, bajitos, grandes. chiquitos, flacos, gorditos, los buena cama, los regular, los malos, los bien malos, los que creen que meter mano es hacer una película porno, los que son egoístas, los que pierden la erección, los que nunca la tienen, ¡ah! y los que se vienen rápido..." Rieron a carcajadas ante su comentario."Confieso que esta experiencia que les estoy contando me tomó por sorpresa de principio a fin y que pequé por enferma y por inexperta en ese asunto".

Luciana contó que después de aquel primer "Acabé", siguió viendo a John, sin juzgar el primer encuentro pero buscando una segunda oportunidad para verlo manifestarse: "Decidí esperar por una próxima ocasión, no lo iba a descartar en la primera. Me gustaba, estaba bien bueno y pensé que eso le puede pasar a cualquiera la primera vez. Así que seguí viéndolo, nos la pasábamos bien juntos, conversábamos y salíamos con cierta frecuencia. Cada día junto a John era especial. Sin embargo, por experiencia también sabía que cuando una relación inicia y también empieza el sexo, cada encuentro y cada ocasión son la mejor excusa para estar juntos íntimamente, osea para chichar, aunque eso sólo pase al principio de la relación...pero con él no era así. El tipo siempre inventaba una excusa para no intimar. Por fin llegó una segunda ocasión, y ahí en medio del manoseo y la cosa, 3-2-1, cara de susto, vergüenza y..."Acabé". Luciana interrumpió su relato para mirar las caras de sus amigos y reír junto a ellos. Se dio un sorbo del trago y continuó: "Ahí pensé ¡Oh Shit!, nos jodimos...pensé en un sobrenombre pero me lo callé. "¿Qué sobrenombre?" dijo Martita. Luciana la ignoró y continuó su historia: "Reí en silencio, pero igual volví a ser compasiva y le dije que no se preocupara, que se quedara tranquilo que eso era normal. ¡Normal cojones!, ya me estaba preocupando", sonrió de medio lado, con su característica picardía.

Los amigos de Luciana querían salir a fumar pero estaba tan ofuscada en su cuento que decidieron esperar para escuchar, cómo continuaba la historia: "Al próximo día me metí en internet, hice una búsqueda por Google; "Premature Ejaculation", "fast ejaculation", "weak erection/premature ejaculation".  Busqué, busqué  y busqué, leí, indagué y en corto tiempo, ya sabía lo que necesitaba para ayudar al muchacho guapo con cara de ángel.  En el ciberespacio había de todo, desde medicamentos hasta tratamiento sicológico, ejercicios para hacer solo y para hacer en pareja. Me empapé del material e ideé la manera en que abordaría la situación..."

Detuvieron la conversación, salieron a fumar y allí Guillo le dijo: "Nena dale, que ese cuento está bien bueno". Luciana, conversaba elocuentemente, cigarrillo y trago en mano: "Bueno, hubo un próximo encuentro con el John y después del ya conocido, "Acabé" nos quedamos en la cama bromeando y conversando. Hasta que por fin le comenté que entre las posibles causa de que él tuviera eyaculación precoz estaba, los malos hábitos de masturbación. El pobre me miraba con atención y vergüenza y yo, como una maestra dando un discurso, explicándole, como si fuera una experta en la materia...y añadí, entonces, como los adolescentes se esconden para masturbarse, pues se acostumbran a eyacular con prisa, por temor a que los cojan y esto lo que causa, en ocasiones, es que ya como adultos sufran del mismo tipo de ansiedad y eyaculen prematuramente. Me sentía orgullosa de la manera tan desapegada y técnica en que había explicado su problema. Le hablé sin cagarme de la risa, porque confieso que me daba risa y pena a la vez, ya me conocen...El tipo como que se molestó y me dijo: "¿Te metiste a buscar?" y yo hasta orgullosa le dije: "¡Claro!". Y pues, qué les digo, ahí comenzó el principio del fin". Todos hablaban a la vez y Guillo comentó: "¿Y qué esperabas? Le tocaste la parte más sensible de un hombre, su virilidad y sexualidad. Nena, por eso los hombres se quieren morir, eso es bien delicado. A lo mejor tu intención no era ofenderlo pero lo hiciste. Pusiste en duda su capacidad para satisfacerte". Luciana y las demás chicas se miraron entre ellas empezaron a reírse y Luciana añadió: "pues te confieso que la seguí cagando hasta el final". Entraron volvieron a sentarse pidieron otra ronda de tragos y continuó su monólogo.

"Casi nunca decía que no, pero evitaba ir a mi casa o que yo fuera a la de él. Nos veíamosa casi a diario pero para hacer cosas y yo acá, loca por tirármelo todo el tiempo. No entendía lo que pasaba, era cariñoso, sexy, me seducía allá afuera, me enviaba mensajes, era todo un primor. Pero la dosis de sexo me tocaba una o dos veces en el fin de semana. Así que lo interceptaba en las mañanas, me bañaba, me le metía en la cama, lo tocaba, le daba "break" para que fuera al baño, hiciera pipi y se cepillara los dientes y me lo cogia tempranito, no se me fuera a arrepentir durante el día. Ahí duraba un poquito más. Pobre, a lo mejor se sentía violado y yo ahí, fajá..." Las risas no paraban, lo animado del relato y la minuciosidad en detalle no dejaba que la desatendieran, ni siquiera contestaban las llamadas que recibían a sus móviles. Mariela pidió permiso para ir al baño, como si estuviera en la escuela: "Tengo que ir al baño, detén el cuento que no me quiero perder ni un detalle, ¡please!" Cambiaron el tema momentáneamente y al volver, Mariela dijo: "Soy toda oídos, síguelo".

"Ya estaba medio resignada con la cosa y notaba que conforme pasaba el tiempo, a él le daba ansiedad estar a solas conmigo, aunque siempre era cariñoso. Nos quedábamos juntos, pero él como que nunca sabía si quería irse en la noche o temprano en la mañana,. La disyuntiva era perpetua y confieso que me jodía un poco pero quería ser compasiva y me callaba.  Siempre tenía algo que hacer del trabajo, o tenía una reunión. Preocupado, siempre preocupado. Sin embargo, cuando salíamos teníamos las mejores conversaciones. Me deslumbraba su inteligencia y capacidad de análisis, era brillante.  Un día, mientras conversábamos sobre sexo, ¡para variar!. Tema obligado cuando no te chichan suficiente, John me comentó que a él le gustaba más, hacerme sexo oral que cogerme" Todos comenzaron a reír y alguien dijo:"¡Qué embustero!", otro dijo: "¡Yeah, right!" y cuando disminuyó la algarabía, Luciana añadió: "Yo no podía creer lo que me estaba diciendo. A ningún hombre, ni a ninguna mujer le gusta mamar más que chichar, ojalá eso fuera así... ¡eso es mentrira!". Martita añadió: "Hasta yo sé eso y no tengo calle... Está bien, confieso que tengo algo de calle, pero es que me casé con Carlos bien joven. Nada, el punto es que no le creíste y nosotros tampoco, ¿Cierto?", y todos al unísono contestaron: "Cierto" Luciana continuó: "Pensé que el tipo era raro y embustero, me dije, ¿será gay?, ¿será que no le gusto lo suficiente?, ¿será que tiene otra mujer?..." Guillo la interrumpió y le dijo: "¿Y qué le dijiste?" Luciana rió y añadió: "Después de pensar un poco, contesté alguna tontería, para salir del paso, e ignoré el comentario. En ese momento, para mí lo más importante era no olvidar el comentario, pues quería que formara parte de la historia que contaría... Lo acepto, soy morbosa".

Las mesas contiguas observaban con cierta curiosidad la mesa en la que se encontraba Luciana con sus amigos, nadie se divertía tanto, aquella noche, en aquel lugar. Ordenaron la cena, pidieron otra ronda de tragos y Luciana siguió hablando: "En materia sexual la cosa no progresaba, lo que obstaculizaba un poco el desarrollo en otras áreas. De manera contradictoria mientrasa menos me cogía, más quería cogérmelo yo. El respondía sin quejarse, pero no veía en él la pasión y la lujuria que tanto me excitan. Como veía el desinterés del tipo para bregar con el problema, ¡porque ya era un problema, un gran problema!, decidí entonces encargarme de la situación e intentar salvarlo de aquel anormal suplicio. Llamé a Guillo y me recomendó que le hiciera sexo oral primero, para relajarlo. Mira y yo entregá...aunque realmente era muy fácil pues en un dos por tres, en un chasquido, se acababa el primer "round". Yo me imaginaba al tipo diciéndome, "Acabé", como si yo no hubiese estado lo suficientemente cerca para notarlo". Las miradas, los gestos, las mímicas de todos, imitando la cara de Luciana, la de John, la risa desenfrenada, como si fueran adolescentes, hacían de la velada todo un espectáculo digno de observar. Ceci, que había guardado silencio durante casi todo el tiempo, dijo: "¿Y entonces?". "Entonces veía su carita desencajada de placer. Nada, esperábamos un ratito y la segunda ronda, porque siempre había segunda ronda, lo reconozco y ahí duraba un poco más. Todo el acto, seguido de mi "coaching"...que si suave, que si para, que despacio, que no te muevas y de repente, ¡zas!... "Acabé". Ahí iba yo, en otro acto de compasión; no te preocupes, me encantó, mientras pensaba; ¡Qué mierdaaaaaaaaa, qué flojo es este tipo!"

Terminaron de comer, salieron a fumar y Guillo comentó: "Nena este cuento está tan bueno que nadie más ha dicho nada, todos queremos saber qué más pasó con el chico, y Luciana le dijo: "A partir de ese día comencé a llamarlo Speedy, Speedy Gonzáles". Todos rieron y Guillo, ya impaciente le preguntó: "Nena dime, ¿cuánto duraba, diez, quince minutos?" y  Luciana lo miró y le dijo: "Si hubiese durado diez minutos no lo estaría contando", a lo que Guillo añadió: "¿Entonces cuánto? y Luciana lo miró y le dijo en voz baja, con cara de duda: "tres minutos...o menos". Ahí se escuchó el silencio y la música de fondo, como en las novelas mejicanas...¡TAN, TAN, TANNNNN! Guillo se tapó la boca como si estuviera horrorizado, miró a las demás chicas y dijo: "No te creo" Rieron descontroladamente otra vez. Guillo volvió a interrumpir y comenzó una explicación masculina sobre la eyaculación, le preguntó a Luciana sobre si había intentado algunas otras técnicas para retrasar la eyaculación y ella confesó haberlas tratado todas: "TO-DAS...era perfecto hasta que llegaba la hora de meter mano, ahí el tipo como que se preocupaba y finalmente me lo hacía pero no había fuegos artificiales ni nada" Guillo le preguntó: "¿Pero te hacía venir? y Luciana le dijo: "Se esforzaba y hacía su trabajo, la cosa se jodía cuando me penetraba. Tan pronto me pentraba y sentía el calientito..." y todos al unísono dijeron entre risas: "Acabé", "Sí, y era horrible", rió Luciana.

Contó que en otra ocasión, mientras ella le hacía sexo oral, lo observó, dijo que tenía los ojos cerrados, que estaba balbuseando algo. Añadió que sintió curiosidad por lo que estaría diciendo y le preguntó sutilmente, provocativa, mientras aún sostenía su pene entre las manos: "¿Qué dices? y él me dijo, nada y aunque insisti y volvió a decirme, nada, yo seguí haciendo mi trabajo y pensé en lo tímido que era, pensé que se avergonzaba de hablar y decir sus fantasías, parecía tan inexperto. Ni siquiera me miraba, pues si le pedía que me mirara, ¡zas!.." y otra vez. todos al unísono dijeron: "Acabé" Las carcajadas retumbaron en el lugar donde se desarrollaba la tertulia. "Ahi no termina la cosa, varios días después, mientras conversábamos y otra vez hablábamos de sexo y él me contaba cosas sobre su intimidad con otras mujeres, me dijo, ¿quieres saber lo que decía el otro día cuando me preguntaste? Y yo que estaba súper curiosa, prendí los radares para escuchar lo que tenía que decir Speedy. Pensé que por fin me iba a confesar sus fantasías". Guillo no dudó en interrumpirla y riendo le dijo: "Y el tipo te confesó su fantasía más íntima; Me imagino a un tipo fuertote mamándomelo y tocándome por detrás". Todos volvieron a reir y Luciana continuó: "Y el tipo dice, lo que yo hacía mientras balbuseaba era contar y pues, me quedé en una pieza y le dije, ¿Contar?". En ese momento del relato todos sus amigos sonreían, la miraban y atendían con impresionante silencio. Luciana siguió el cuento: "Sí, contar, 8+8=16, 16+16=32, 32+32=64, 64+64=128 y así sucesivamente, lo difícil es cuando llego a 4,096, ahí se va complicando la cosa..." Nadie en la mesa podía creer lo que Luciana relataba y ella confesó que, cuando lo escuchó, tampoco lo creyó y menos supo qué decir. No se sentía halagada ni mucho menos. Sandra, que sólo había reído durante el relato preguntó: "¿Y qué le dijiste?" a lo que Luciana contestó: "¡Pues nada!, me quedé muda, creo que entre dientes le dije, ¡Ah! veo..."

En este momento de la historia Luciana confesó que creía que Speedy tenía algún trauma sicológico y que su problema sexual era grave. "Mientras más trataba de ayudarlo, más la cagaba. La cara del tipo cuando nos encontrábamos solos, era casi de terror. Me lo imaginaba corriendo despavorido, con los brazos arriba, como en los muñequitos, escapando de mí. El pobre se preocupaba tanto que se rascaba la cabeza y hasta sangre se sacaba. ¡Bendito!" Guillo volvió a interrumpir y le dijo: "¿Y cómo acabó la cosa?" Luciana rió mucho antes de hablar y dijo: "Pues de pronto un día, Speedy se convirtió en David Cooperfield y en un acto de ilusionismo desapareció sin decir nada..." Rieron al unísono por su ocurrencia, comentaron algunas otras cosas y continuaron la divertida velada. Ahora le tocaba a Guillo contar su historia...

Mara

martes, 3 de agosto de 2010

Hasta que no te quieras...

"Mentiras, mentiras, mentiras y más mentiras. ¿Acaso crees que soy boba?, ¿acaso crees que voy a seguir creyendo tus cuentos? ¡Basta, basta!, ya ha pasado suficiente tiempo, ya te he dado suficientes oportunidades y a la menor provocación otra vez la cagas. Que no, que no vuelvo a creerte. Mírame, mira como estoy, mira en lo que me he convertido..."

Así transcurría la vida de Viviana, entre peleas y sobresaltos, entre rupturas y reconciliaciones. Hacía diez años que se había casado, diez largos años en los que la confianza y la lealtad se había violentado en infinidad de ocasiones, con infinidad de estilos.

Martín era un egocentrista, no podía comprometerse con nada ni con nadie, ni siquiera con él mismo. Mentía por vicio, por defenderse, por cobarde. Engañaba a todos por igual y nunca dejaba ver su verdadero rostro. Se presentaba afable, suave, tierno, ameno, comprensivo, que no emitía juicio sobre nada ni nadie. Pero en sus adentros vivía un monstruoso ser, despiadado, vil. Se burlaba en silencio, de todo lo que ocurría a su alrededor, se burlaba de la manera como manipulaba a Viviana, a Rosa, a Laura, a todas. Sí, a todas las mujeres con las que tenía una seudo-relación mientras estaba comprometido con Viviana. Después de casarse tampoco cambió, siguió dándole lucha, mintiendo, engañándola. La embrujó con sus mentiras y ella era tan joven que no se lo cuestionó. Nunca nadie le había dicho lo que él le decía, se sintió importante y continuó la relación. Eso era mejor que estar sola, además era tan guapo que todos sus amigos se lo celebraban y le decían lo afortunada que era. De manera que, se convenció de su suerte y continuó la historia.

Viviana dudaba, siempre dudó pero desoyó su voz interna, desoyó a sus amigos, desoyó a su familia; que le decía que era un vago, un vividor. La convenció de que su relación era especial, la convenció de guardar y proteger el amor que se tenían, la convenció de guardar silencio. La fue alejando de todos, la aislo sin aislarla: "Lo nuestro es único, no dejes que nadie te convenza de lo contrario, no dejes que nadie siembre veneno, la gente es envidiosa y quiere vernos mal, quiere que nos separemos." Viviana le creía y dejó de contarle sus cosas a sus amistades, se fue callando todo; su desconfianza, su dolor y decepción y su incapacidad para poder terminar aquél infierno. "Soy débil ante él", se decía cuando reflexionaba un poco. 

En poco tiempo Martín volvía a hacerla dudar. Siempre pasaba algo, una llamada, un mensaje, una desaparición. Viviana se atormentaba en silencio pero sus ojos reflejaban la tristeza, sus ojos no engañaban.  Se alejaba un poco de él y Martín sabía que era momento de poner a funcionar sus encantos. Llegaba con su cara hermosamente sonreída, con flores y fingiendo unas ganas terribles de besarla y acariciarla. La convencía, le chupaba toda la vida, era un vampiro y ella no se fijaba, estaba adormecida de amor y necesidad. Lo recibía, le creía, se callaba la desconfianza y se hacía de la vista larga, como quien no sabe. Se hacía la boba, así podía continuar la función.

Cuando buscamos en el exterior la fuente de amor estamos condenados a ser víctimas de los vampiros. Cuando no nos queremos lo suficiente, nos volvemos presas fáciles para estos monstruos. Pero Viviana no sabía nada de amor y menos de quererse, aunque fuera solo un poquito.

Venía de una familia donde su madre, con tal de conservar el hogar y la familia le había permitido a su esposo y padre de Viviana, todos los desaires y sinsabores que nadie puede aguantar. Creció Viviana creyendo que así era el amor; sumiso y abnegado, sacrificado y adolorido. Su madre mantenía la familia y así pensó Viviana que eran las relaciones. Trabajó desde muy joven, se hizo secretaria y trabajaba desde muy temprano y hasta los sábados, con tal de traer el sustento al hogar. Así complacía a su Martín y le compraba sus antojitos.

De otro lado, la historia de Martín era aún más triste, creció solo y sin el amor de sus padres. Lo dieron en adopción cuando niño y creció en un hogar donde los padres sustitutos siempre le hicieron saber que no era parte de la familia. Se fue desconectando de sus emociones para evitar el dolor, se desconectó tanto que no podía conmoverse ante el dolor ajeno, ni ante su propio dolor. De manera, que se juntaron el hambre y la necesidad y surgió este romance, esta historia de dolor, de mentiras, de decepción y traición.

Cuando no conoces quién eres, cuando no has reconocido tu dolor, cuando no has sanado el dolor viejo, ni tus miedos, ni las inseguridades. Cuando no has revisado la caja de los recuerdos rotos, es muy difícil entrar en una relación saludable y aún más difícil tener una relación satisfactoria, donde el crecimiento y el aprendizaje, la confianza, el compromiso y la lealtad sean los pilares que sostengan, eso que llamamos amor.

Durante esos diez años, Viviana y Martín, tuvieron a Manolito y a Mati, dos niños inteligentes y tímidos. Manolito y Mati, sufrían en silencio el infierno en que vivían, no comprendían lo que pasaba en su casa y casi siempre estaban asustados. Cuando Martín y Viviana comenzaban una pelea corrían a casa de Doña Minerva, la vecina del piso de abajo y allí se quedaban hasta que Viviana venía por ellos.

Una noche, llegó a buscarlos llorosa y Doña Minerva dejó los niños en su habitación viendo la tele y se le acercó a Viviana: "Niña, ¿Por qué sufres así?, ¿Crees que te mereces todo esté dolor?" Viviana intentó defenderse pero Doña Minerva la abrazó y le dijo: "Te entiendo, a mí también me pasó" Viviana lloró, lloró desconsoladamente, lloró como si nunca hubiese llorado. Doña Minerva la sentó a su lado, le tomó la mano y comenzó a hablar: "Nadie merece vivir así, nadie merece que la humillen y la decepcionen. Eres una mujer excepcional, brillante, noble. Mira en lo que te has convertido. ¿Dónde te desconectaste, dónde dejaste de escuchar tu voz interior, dónde dejaste de ver los mensajes que el Universo te enviaba?" Viviana metió la cara entre sus manos, con vergüenza, con dolor y volvió a llorar, estaba débil, rota por dentro y le contestó entre sollozos: "No lo sé". Doña Minerva le tocó el cabello y volvió a hablarle: "Ni tú ni tus hijos merecen vivir este infierno, ¿A qué le temes?, ¿De qué tienes miedo?" Viviana volvió a decir: "No sé".

Doña Minerva le contó su historia, su historia de dolor y decepción. Tan parecida a la de otras tantas mujeres. Al final de su relato añadió: "Pero llegó un día, siempre llega el día, en que me harté de sus mentiras. Estaba rota en tantos pedazos que no me reconocía y ese día tomé una decisión. Decidí pegar pedazo a pedazo de mi ser, decidí recomponerme y fortalecerme, decidí observar desde afuera toda la historia. Decidí desapegarme de aquél vicio. Y lo vi todo con dolor, con mucho dolor, y lloré como nunca había llorado y sentí lastima por mí y por todo lo que había hecho y permitido en nombre del amor. Así cuando ya había llorado suficiente, habían pasado otros tres largos años, pero me había fortalecido en el proceso y ya el muy cabrón no sabía como bregar conmigo. Me le escapaba de las manos cuando me sentía presa de sus mentiras. Hasta que un día que salió a "visitar su familia" desde muy temprano. Recogí sus cosas, llamé un cerrajero y lo saqué de mi casa. Ese día, en ese instante comencé a sentirme libre. La pataleta le duró meses pero ya no le quería cerca. Trató de chantajearme, de manipularme, pero no me conmoví, el momento había llegado y ahora me amaba más de lo que lo había amado jamás. Ahora ya soy vieja y estoy sola pero ¿sabes?, no me arrepiento, nunca me arrepentiré de rescatar mi esencia, de rescatar a Minerva y ¿sabes? también soy feliz porque me di a respetar. Del mal nacido supe muy poco, siguió en sus andanzas y en corto tiempo encontró otra víctima y así se la pasó hasta que reventó como un sapo. Porque cuando te portas mal con la gente que te trata bien, la conciencia te da muchos años para recordarlo y si no te arrepientes terminas reventando." 

Viviana volvió a su casa, con lo niños. Pensó mucho en lo que le dijo esa señora, esa señora que no era su amiga pero que a través de su historia le dejó un gran mensaje. Lloró y lloró y volvió a llorar y se preguntó cómo lo haría, se preguntó como podría romper con el vicio...

Viviana y Martín siguieron juntos hasta que él se aburrió, hasta que él encontró a otra víctima a quién chuparle la vida. Dejó a Viviana sola, con dos hijos, sin dinero y se fue sin mirar atrás. Allí quedó Viviana lastimada, rota en cientos de pedazos, indignada, humillada y enojada consigo misma por no haber sido lo suficientemente valiente, por no quererse un poquito, por no respetarse y por permitir, tanto dolor y decepción...

Mara

domingo, 1 de agosto de 2010

Un besito nada más...

No podía dejar pasar la oportunidad, venía esperándola, buscándola, provocándola desde hacía años. No dudó en correr a la cita, se arriesgaría a pesar de todo, a pesar de su matrimonio, a pesar de sus hijos. No lo comentó con nadie, pidió unos zapatos prestados y se compró un traje sensual.

Se habían conocido hacía años, cuando él aún era soltero y ella, recién casada. Llegó a su casa por recomendación de una amiga. Necesitaba alguien que le resolviera algunas cosas y ahí llegó Luis. Para esos tiempos todavía estaba enamorada de su marido, contenta, sin muchachos, con tiempo para compartir en pareja. Sin embargo, esa primera visita de Luis le movió un poco el tapete, porque le gustó, le gustó como estaba parado en la puerta, le gustó como la miró y le gustó el cosquilleo que sintió. Estaba sola en la casa cuando llegó, lo atendió, le preguntó si podría ayudarla y de ahí en adelante, siempre que necesitaba algo lo llamaba. Además, se lo encontraba en casa de sus amigos, siempre trabajando. Se coquetearon desde aquel día, se decían cosas, inuendos. A ella le gustaban sus insinuaciones, sus piropos callejeros, su simplicidad... y sí, su ordinariez y descaro.

Luis era pintor de profesión, pintor de casas, pintor de brocha gorda. Sin embargo. la dedicación y esmero que le ponía a todo lo que realizaba le había ganado la confianza de la familia para la cual trabajaba y de otro grupo de personas que lo usaban para que les resolviera cosas, era como un "handyman".

De manera que durante los últimos años, Lourdes se lo encontraba con cierta regularidad por su vecindario, en la ferretería, en el gimnasio, por ahí. Bueno, no era tan casual la cosa, a veces se llamaban; para saludarse, para conversar un poquito, en horas laborables, mientras ella trabajaba y él también.  Ella le contaba de su vida y de lo sola que a veces se sentía, aún en compañía. Le contaba sobre los niños, sobre los viajes del marido y sobre lo poco que se veían y compartían: "Tú sabes, lo que falta es, ese compartir de pareja..." le había dicho en una ocasión. A Luis le había impactado su comentario y sin pelos en la lengua le preguntó: "¿Qué el tipo no te lo hace...con lo buena que tú estás?".  Rieron, siempre reían ante la sencillez y espontaneidad de Luis: "Menos de lo que me gustaría, pero ya me resigné", contestó Lourdes con un poco de tristeza y hastío: "Pero ni creas que me preocupa porque yo me resuelvo, ya sabes, siempre podemos resolvernos".  Luis no entendió muy bien a lo que se refería pero rió como si entendiera: "En ocasiones es mejor no preguntar", pensó. Así eran sus conversaciones, casuales pero con un poco de morbo, diciendo sin decir, pidiendo sin exigir, con calma, con sigilo, con paciencia...

Pasó el tiempo, Luis se había casado y estaba en espera de su tercer hijo. Tenía que trabajar para mantenerlos, trabajar mucho. Casualmente, un verano cualquiera, el marido de Lourdes salió en otro viaje de negocios, los niños estaban de vacaciones con los abuelos y ella estaba sola y también se encontró a Luis.

Le contó que seguía trabajando con la misma familia y que como ellos estaban de viaje les iba pintar la casa de playa, durante esos días. "Me gusta trabajar cuando no hay nadie en las casa porque lo hago con calma, con mucha calma...como me gusta." Lourdes entendió el doble sentido de su comentario y le contestó: "!Ajá!, a mí también me gusta así, con calmita y ¿vas a estar solito por allá?", y él le dijo: "sólo unos días, ¿por qué no me visitas y hablamos un rato? Date una escapadita de ese trabajo tuyo..." Ella sintió el calentón cosquilleante, ese que te recorre el cuerpo cuando reconoces lo que podría pasar y le contestó con picardía: "No es mala idea, esta semana tengo que visitar algunos clientes, así que estaré por la calle. Además, lo único que yo quiero es...un besito, un besito nada más"  Rieron por su ocurrencia y se despidieron. Pautaron la cita para el próximo día, en la casa de playa.  

El encuentro que llevaban tiempo maquinando, deseando, esperando, por fin se materializaría, más fácil de lo que ella esperaba: "Un riesgo sin riesgo, todo está en perfecto orden", se dijo.

Las coincidencias, las situaciones que entrelaza el Universo para mostrarnos algo. Los eventos que simultáneamente convergen en un punto y que en ocasiones nos hacen ver la simplicidad de la vida, el momento presente, lo sencillo, lo pasajero, el no me importa y que en otras, nos lleva a repensar y nos empuja a decidir. Esa sincronía que puede cambiar nuestro futuro en un instante. 

Lourdes estaba ansiosa, no dudó en llegar hasta donde él se encontraba. Se las ingenió para llegar a tiempo, sin levantar sospechas. Manejó con descuido y sobresalto, por poco provoca un accidente. Mintió para pasar por el control de acceso de la urbanización y llegar hasta donde ese hombre que le erotizaba el cuerpo y la hacía humedecerse sin control alguno. Reía en silencio y pensaba: "Me lo voy a tirar, a ese macharrazo rico, tan trigueñote, tan fuertote, tan dominicano el maldito, tremendo banquete que me voy a dar." De ante mano, ya se estaba saboreando lo que pasaría.

Cuando llegó, Luis estaba esperándola fuera de la casa. Estaba descamisado, con ese cuerpote negro, con ese brillo característico. Tenía una gorra puesta y parecía un pelotero, pero estaba nervioso, se lo notó en el cuerpo, en sus manos. Le dijo que pasara.  Lourdes miró el interior de la casa de playa; en el piso la paila, la bandeja con el rolo, todo con pintura blanca y él le dijo: "Ten cuidado con esa pared, acabo de pintarla y se te puede ensuciar el traje, ¡estás linda!"  En ese momento a Lourdes le empezaron las palpitaciones y esa cosa mala que se te mete por el cuerpo cuando se te erotiza. Ella se le acercó le tocó el pecho brilloso, sudado y lo besó, el le agarró la nalgas, rápido, sin preámbulos y le dijo: " yo te tengo unas ganas cabronas." La besó con pasión, con más ganas. "Que falta me hacía que me agarraran así, ¡ahhh!", pensó ella. Se besaron con las ganas de años, se tocaron mucho. No había ternura, no habían palabras lindas, había hambre, deseo, lujuria contenida.  

Ya a medio vestir o desvestir, en medio de todo el grajeo y la bellaquera, Luis quería que estuvieran más cómodos, suguirió subir hacia una habitación. Pero estaban excitados, extasiados, con los cuerpos mojados por el sudor, tan sudados y tan descontrolados que se les hacía difícil moverse de donde estaban. Lourdes lo tocaba completo y pensaba: "¡wow!, mira lo que me voy a comer". Por fin se separaron y ella dejó que él subiera, quería recomponerse un poco.

Se arregló un poco el cabello, se quitó el "brassiere", se reacomodó el vestido y  caminó torpemente hacia la escalera. Su torpeza y distracción no la dejaron fijarse en el camino, y tropezó con la bandeja de pintura blanca, ¡plap! un pie cayó dentro de la bandeja. "Se jodieron los zapatos de Luisi," ahora eran rojos y blancos. "Qué mierda!" dijo toda confundida y contrariada. Se fijó en el traje y éste también se había salpicado de blanco, "mi traje nuevo, nooooo!...¡fuck, fuck, fuck!...al carajo, después bregamos con esto." 

No se desanimó, para nada. Se quitó los zapatos, se quitó el vestido y subió al encuentro con su pintor, el macharrazo dominicano, el de la boca carnosa.

Subió las escaleras, contoneándose, dejando que su caderamen se moviera y mostrara con descaro sus bragas pequeñas de color rojo. Aquellas bragas que dejaban al descubierto las nalgotas de la pelirroja sandunguera. La puerta de la habitación estaba entreabierta y el acondicionador de aire, encendido. Estaba de pie, semidesnudo, esperándola. Al verla entrar todo se paralizó, le sorprendió su desnudez (no se imaginaba lo que le había pasado) comenzó a observarla: "Déjame mirarte, que rica tú estás, mira ese culote que traes. ¿Cómo tu marido no te coge con ese cuerpote?" Se le acercó, le tocó el pelo, los senos, las caderas, la besuqueó toda. Lourdes lo miraba y se disfrutaba la seducción, sentía humedecerse...no quería que se detuviera. La llevó hasta la cama, el momento cero había llegado, estaban torpes, con hambre, enfermos de seducción...

Luis por momentos parecía paralizarse ante la desnudez de Lourdes, ante su voluptuosiodad, ante todo el montón de cosa que tenía de frente; el culote, las tetotas y ese remeneo. "¿Qué carajo se hace con to'esto?" pensó Luis.  Siguieron la cosa, los besos, el toqueteo, los mordiscos por aquí y por allá, el olor a saliva, a sexo, a lujuria... 

Se la cogió con ganas, como ella quería desde hacía tiempo y se lo hizo duro como ella pidió y le haló el pelo y le habló cosas feas y le preguntó si le gustaba y ella gimió y le dijo que no parara, que no dejara de cogérsela así. Retozaron con ganas, con esas ganas que se acumulan por un tiempo, con esas ganas que te despiertan tan sólo de sentir a ese otro cerca, esas ganas que embrutecen y que llevan a tomar decisiones equivocadas. 

Porque las ganas nos ponen brutos, porque las ganas no nos dejan pensar y nos entorpecen la sabiduría, porque las ganas son el instinto, lo primitivo, lo que nos confirma lo que somos, simplemente animales. Esas fueron las ganas de Luis y Lourdes...eso era todo, las ganas. 

Y cuando se apagó la música, cuando la respiración dejó de parecer un ruido seductor que habitaba el espacio, cuando los cuerpos dejaron de contonearse, de gozarse, de mirarse, de estar rígidos y mullidos y húmedos y con olor a lujuria. Ahí, justo después de tanta cosa rica Luis se acostó al lado de Lourdes y ella sintió que el encantamiento se había roto, que toda aquella cosa se había  acabado.  Lourdes se dio cuenta de que a él, algo le  pasaba.

A los hombres se les nota si algo les pasa...Luis no volvió a hablar y Lourdes ya no pudo ver el brillo de la lujuria en sus ojos. Se levantó de la cama, abrió la puerta, bajó las escaleras, tomó su zapato lleno de pintura, su vestido rojo, manchado con pintas blancas, se vistió de prisa, guardó el "brassiere" en la cartera y salíó de allí...

Salió triste, triste porque sabía que ya no lo vería más, porque sabía que tendría que buscar otra presa que le diera de nuevo la droga de la seducción, de la locura, del morbo. Tendría que empezar de nuevo, buscando, siempre buscando...un besito y nada más.

Mara