jueves, 9 de noviembre de 2017
Desenredándome...
Se le acercó sin miedo, con su rostro sonreído, con los ojos brillosos y achinados. Ella entendió lo que él quería y también se acercó. Se besaron con facilidad, sin torpeza, con hambre, con las ganas de todos los años que pasaron sin juntarse. Sus cuerpos se conocían, sus bocas se recordaron.
Dos seres separados por la vida que el destino se empeñaba en volver a juntar sin que ni siquiera ellos supieran por qué o para qué. Aunque eso no importó en aquel instante.
Se miraron sin separarse mucho y volvieron a besarse, con ganas. Sintió la suavidad de su boca, de su lengua, la humedad, el sabor a fresa.
Sintió la lujuria en todas partes de aquel pequeño espacio: los besos, la respiración acelerada, su cuerpo erotizado, la suavidad de su piel y su erección, a través de la ropa.
Le agarró la cara, le mordió los labios y se erotizó aún más. Se besaban sin equivocarse, sin tropezarse, en una danza de labios y lenguas suaves, mordiscos sutiles: manos, bocas, lengua, saliva, humedad, lujuria, ganas.
A través del beso conocemos las virtudes amatorias de quien nos besa y detectamos sutilmente lo que encontraremos a través de ese camino erótico que acabamos de emprender y que con suerte nos llevará hasta un orgasmo. Es el beso el comienzo y a su vez el desenlace.
Se le había encendido el cuerpo. Sentía el calor que generaba, las palpitaciones, la cercanía del otro y la humedad en su entrepierna, que unida con la urgencia de las manos de aquel hombre hermoso, anticipaban lo que allí ocurriría.
No dejaban de hablarse mientras su bocas se comían: "Tú estás riquísima" le susurró, mientras la tocaba y la miraba. Ella sonreía, disfrutándose aquel momento pues era uno de esos instantes irrepetibles en el tiempo. Sabía lo que él buscaba, sabía lo que él quería mas lo dejó seducirla. Dejó que le provocara el cuerpo como le gustaba, porque merecía aquellas caricias y la lujuria y el erotismo y los besos. Porque todos merecemos que nos regalen la oportunidad de viajar hacia lo más profundo de nuestra siquis y explorar el erotismo en su máxima expresión, sin temor a ser juzgados y sin vergüenza. Allí donde se despierta el instinto y se nos prende el alma.
Se separó, le dijo que debía marcharse y él, le pidió que se quedara. Volvió a besarla, a tocarla: "No va a pasar nada, ya nos conocemos, ya hemos estado aquí antes. Déjame cogerte."
Ella se levantó y lo tomó de la mano. Lo llevó hasta el baño, lo desnudó, lo besó con las mismas ganas, se separó de él y le dijo: "La próxima vez, comenzamos por aquí." Le sonrió y se marchó.
Despertó empapada en sudor y con la entrepierna húmeda, pensó en la noche anterior y volvió a dormirse...
Mara
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