No tenía claro lo que su presencia despertaba en ella. Sin embargo, a pesar de los días sin verle, a pesar de su silencio, a pesar de saberlo decepcionado con la vida: no perdería ni una sola oportunidad para besar, acariciar y disfrutarse, aquel ser sacado de algún cuento de hadas.
Marco, se le aparecía como un fantasma y ella no se resistía. Se dejaba llevar, llegaba hasta donde estaba sin poner mucha resistencia. Acordaron encontrarse en el lugar de siempre, allí donde el tiempo pasaba sin que se dieran cuenta.
Al llegar encontró la puerta entreabierta y entró sin titubear: sabía que la estaba esperando. Lo vio en el balcón, parado de espaldas a la entrada. Descamisado, con las manos metidas en los bolsillos. Se volteó al sentirla entrar y sin pensarlo mucho, le dijo: “Acércate”. Raquel, se acercó, lentamente, para poder mirarlo con detenimiento. Le gustaba su piel, su pelo oscuro, le gustaba cómo se paraba, su virilidad, su desenfado, su perenne melancolía. Le hubiese gustado tocarlo, pero no se atrevió. Se paró a su lado y él, por primera vez, la miró con indiferencia. Faltaba aquella sonrisa que a ella tanto le gustaba y que le provocaba el cuerpo.
No entendió bien lo que estaba pasando mas no pregunto. Prefirió esperar y no precipitarse. Se sentaron en el balcón y al comenzar a hablar, le pidió que no hiciera preguntas. Marco, miraba hacia la nada, con desinterés, como si estuviese cumpliendo con un requisito. Absorto en sus pensamientos más profundos. Lucía incómodo, su cuerpo no apuntaba hacia ella y no la miraba al hablar. Raquel, sabía que nada de lo que estaba ocurriendo tenía mucho sentido. La había invitado a venir pero no se sentía bienvenida.
De repente, Marco, se levantó sin decir nada, como si le hubiese leído el pensamiento y estuviese accediendo a que se marchara de allí. Caminó hacia la entrada sin hablar, ella lo siguió sin preguntar. En la puerta, Raquel, se acercó para despedirse y no hacer del encuentro uno más extraño.
Sin embargo, allí en la entrada o la salida, la miró a los ojos por primera vez desde que llegó y se le acercó como siempre. Le susurró: "Te dije que no preguntes nada, que llegues, me beses y gimas para mí". La besó en los labios, saboreó su boca, la acercó hacia él y sin mucho preámbulo, le levantó el vestido. Volvió a cerrar la puerta sin alejarla de él y continuó besándola, sin decir nada.
Para Raquel, era fácil envolverse en aquellas manos que sabían tocarla, en aquella boca que sabía besarla y comprendió, que la lujuria nada tiene que ver con el amor. Que los encuentros y los desencuentros nada tienen que ver con lo que nos parece lógico, ni con lo que hemos aprendido o interpretado. Que los encuentros lujuriosos son encuentros donde los cuerpos se juntan para dar y recibir placer. El placer en esencia, sin grandes preguntas ni practicadas respuestas. Aprendía de Marco, sobre el desapego pero también, aprendía sobre el placer como instrumento, como medio irremplazable para comunicar el gusto de la carne.
Continuó besándola, cada vez con más ganas. Le tocaba las nalgas por debajo del vestido, le metió la mano entre la ropa interior sin preguntar ni pedir permiso. Se restregó sobre ella mientras la seguía penetrando con los dedos, sin palabras y sin amor, porque eran las ganas lo único que compartían aquellos dos.
Se la cogió parada frente a la pared de la entrada, sin moverse, dejándose llevar por sus gemidos y por su humedad. Le agarraba la cara para lamerla y comerle la boca. Aquellos dos seres, casi nunca se movían mientras se cogían. Los dominaba una sensación particular, para la cual no tenían explicación alguna pero que al final, tampoco necesitaban. Era el gusto de sentirse y dar placer lo que los unía.
Marco, se le aparecía como un fantasma y ella no se resistía. Se dejaba llevar, llegaba hasta donde estaba sin poner mucha resistencia. Acordaron encontrarse en el lugar de siempre, allí donde el tiempo pasaba sin que se dieran cuenta.
Al llegar encontró la puerta entreabierta y entró sin titubear: sabía que la estaba esperando. Lo vio en el balcón, parado de espaldas a la entrada. Descamisado, con las manos metidas en los bolsillos. Se volteó al sentirla entrar y sin pensarlo mucho, le dijo: “Acércate”. Raquel, se acercó, lentamente, para poder mirarlo con detenimiento. Le gustaba su piel, su pelo oscuro, le gustaba cómo se paraba, su virilidad, su desenfado, su perenne melancolía. Le hubiese gustado tocarlo, pero no se atrevió. Se paró a su lado y él, por primera vez, la miró con indiferencia. Faltaba aquella sonrisa que a ella tanto le gustaba y que le provocaba el cuerpo.
No entendió bien lo que estaba pasando mas no pregunto. Prefirió esperar y no precipitarse. Se sentaron en el balcón y al comenzar a hablar, le pidió que no hiciera preguntas. Marco, miraba hacia la nada, con desinterés, como si estuviese cumpliendo con un requisito. Absorto en sus pensamientos más profundos. Lucía incómodo, su cuerpo no apuntaba hacia ella y no la miraba al hablar. Raquel, sabía que nada de lo que estaba ocurriendo tenía mucho sentido. La había invitado a venir pero no se sentía bienvenida.
De repente, Marco, se levantó sin decir nada, como si le hubiese leído el pensamiento y estuviese accediendo a que se marchara de allí. Caminó hacia la entrada sin hablar, ella lo siguió sin preguntar. En la puerta, Raquel, se acercó para despedirse y no hacer del encuentro uno más extraño.
Sin embargo, allí en la entrada o la salida, la miró a los ojos por primera vez desde que llegó y se le acercó como siempre. Le susurró: "Te dije que no preguntes nada, que llegues, me beses y gimas para mí". La besó en los labios, saboreó su boca, la acercó hacia él y sin mucho preámbulo, le levantó el vestido. Volvió a cerrar la puerta sin alejarla de él y continuó besándola, sin decir nada.
Para Raquel, era fácil envolverse en aquellas manos que sabían tocarla, en aquella boca que sabía besarla y comprendió, que la lujuria nada tiene que ver con el amor. Que los encuentros y los desencuentros nada tienen que ver con lo que nos parece lógico, ni con lo que hemos aprendido o interpretado. Que los encuentros lujuriosos son encuentros donde los cuerpos se juntan para dar y recibir placer. El placer en esencia, sin grandes preguntas ni practicadas respuestas. Aprendía de Marco, sobre el desapego pero también, aprendía sobre el placer como instrumento, como medio irremplazable para comunicar el gusto de la carne.
Continuó besándola, cada vez con más ganas. Le tocaba las nalgas por debajo del vestido, le metió la mano entre la ropa interior sin preguntar ni pedir permiso. Se restregó sobre ella mientras la seguía penetrando con los dedos, sin palabras y sin amor, porque eran las ganas lo único que compartían aquellos dos.
Se la cogió parada frente a la pared de la entrada, sin moverse, dejándose llevar por sus gemidos y por su humedad. Le agarraba la cara para lamerla y comerle la boca. Aquellos dos seres, casi nunca se movían mientras se cogían. Los dominaba una sensación particular, para la cual no tenían explicación alguna pero que al final, tampoco necesitaban. Era el gusto de sentirse y dar placer lo que los unía.
No pasó mucho tiempo hasta que, Marco, se contorsionó empujándola un poco más contra la pared, penetrándola un poco más, si es que eso era posible. Se quedó quieto dentro de ella, con la respiración acelerada. Raquel, sentía sus palpitaciones, su cuerpo caliente y su silencio, siempre el silencio.
No pasó mucho rato hasta que la levantó un poco y la acercó hacia una silla, la sentó sobre él, sin dejar de penetrarla. Le pidió que se tocara mientras la miraba. Se excitaba otra vez, viéndola tocarse para él, envuelta en todas las sensaciones que podría estar experimentando. Raquel, no decía nada, sólo le miraba el rostro y se dejaba llevar por las manos que le acariciaban el cuerpo, por la bellaquera que aquel hombre de ensueño le provocaba por dentro. Sintió cómo sus piernas lo apretaban, cómo se contoneaba sin poder controlarlo.
Se recostó en su pecho para sentir su calor, sabiendo que debía marcharse. Se incorporó, lo miró a los ojos, le comió la boca, una vez más y suspiró en el beso, sabiendo que no regresaría. Se puso de pie con dificultad, se acomodó la ropa interior sin apenas mirarlo, se desarrugó el vestido, y así, sin decir nada, abrió la puerta y se marchó...
No pasó mucho rato hasta que la levantó un poco y la acercó hacia una silla, la sentó sobre él, sin dejar de penetrarla. Le pidió que se tocara mientras la miraba. Se excitaba otra vez, viéndola tocarse para él, envuelta en todas las sensaciones que podría estar experimentando. Raquel, no decía nada, sólo le miraba el rostro y se dejaba llevar por las manos que le acariciaban el cuerpo, por la bellaquera que aquel hombre de ensueño le provocaba por dentro. Sintió cómo sus piernas lo apretaban, cómo se contoneaba sin poder controlarlo.
Se recostó en su pecho para sentir su calor, sabiendo que debía marcharse. Se incorporó, lo miró a los ojos, le comió la boca, una vez más y suspiró en el beso, sabiendo que no regresaría. Se puso de pie con dificultad, se acomodó la ropa interior sin apenas mirarlo, se desarrugó el vestido, y así, sin decir nada, abrió la puerta y se marchó...
Mara