viernes, 19 de noviembre de 2010

De lo que no puedes escapar...

Sentado frente aquel pedazo de mundo, David pensaba sobre su vida. Veía pasar frente a él un sin número de imágenes que recreaban su existencia. Recordaba su infancia, los años en que no tenía nada por qué preocuparse, los años en los que la vida era tan sencilla como jugar y sentarse en el balcón a observar la gente pasar.

"Tris-tras, Tris-tras", sonaban las ruedas del carrito de supermercado que Ventura empujaba por las calles de su pueblecito, del lugar de donde salió siendo aún muy joven: "Gofio, polvo de amor, paletas de ajonjolí, dulce de coco. Gofio, polvo de amor, paletas de ajonjolí, dulce de coco", gritaba la mujer. Vestida con harapos, añosa, sola. Le quedaba un diente, de los de abajo, cargaba una sombrilla y en cada una de sus arrugas se veía no sólo el paso del tiempo sino el de la vida. David recordaba vívidamente aquella escena, recordaba a Ventura claramente. "A la verdad que hay cosas que nunca olvidas, cosas que se te quedan grabadas en la cabeza, en el cuerpo, en la piel", pensaba y sonrió por lo trivial de aquel recuerdo. Ventura no representaba nada trascendental, era tan sólo una imagen de su pasado que formaba parte de su infancia. Sin embargo, le sorprendió la vividez de su recuerdo y dijo: "No importa dónde te metas, no importa a dónde te vayas, los recuerdos son los recuerdos y a esos, ni el tiempo ni la distancia los borra".

A sus sesenta y tres años David, por primera vez recapitulaba sobre su vida: "Lo menos que he hecho en esta vida es pensar, soy un hombre de acción. Viví para sentir ese "rush" de adrenalina que te da el vivir en los extremos, arriesgándote. A lo mejor por eso me he pela'o tanto las rodillas, a lo mejor por eso me he tropezado tantas veces con las mismas situaciones, pero la verdad es que así he sido... Los años te van ablandando y de pronto un día te confrontan con los recuerdos, hasta con aquéllos que ni siquiera pensaste importantes".

Comenzó a tener frío, allí siempre hacía frío y pensaba David, que con el tiempo y con los años que llevaba en ese lugar, no sólo se le enfriaron los huesos sino que además, se le había congelado el alma. Hacía tiempo que nada le emocionaba, todo era neutral, gris. Sus hijos habían crecido y se habían ido a hacer su vida, Katia, su esposa ya ni le reprochaba, bueno, no podía reprocharle porque ya no estaba, lo había abandonado, una vez más.

Sin embargo, ese día, por primera vez, sentado frente a aquel pedazo de mundo tan conocido e incierto, reconocía dos cosas; que había pasado por la vida sin ni siquiera cuestionársela y que se la pasaba recordando, recordando, recordando: "Me la he pasado recordando pero sin interpretar los recuerdos, me la he pasado añorando viejos momentos que nunca regresarán". Continuó hablando solo: "Eso es lo único que no puedes dejar atrás, los recuerdos, los malos, los buenos, los regulares. Aquéllos que te hicieron reír, los que te hicieron llorar, los que son parte de los cuentos, los que son parte de la historia, de tu historia. ¿Qué fue lo que dejé atrás?, ¿Qué no resolví?...¡A la verdad que los años me han apendejao!". Se incorporó, se sacudió el abrigo y regresó al cuartucho donde se mudó desde que Katia lo dejó por última vez, según ella.

Durante los últimos años, cada vez que David se metía en su cueva, Katia le decía que se fuera de la casa y se decía: "No lo soporto cuando se va en esos viajes, estoy hastiada. ¿Cuándo lo voy a ver contento por un año entero?, cada vez es más difícil, y ahora que los muchachos no están es peor...estoy cansada, me harté. Que se vaya un rato..." Intentaba dejarlo, se lo arreglaba en su cabeza pero su dependencia la llevaba donde él una vez más y volvía a caer en su propia trampa. Esta última vez, antes de que saliera de la casa Katia le dijo: "David, ¿sabes?, me olvidé de mí y viví para ti y nunca me viste realmente porque siempre estuviste escondiéndote de ti mismo, de tu extraño ser, de esa cosa loca que te habita y que no conoces. Hoy entiendo tantas cosas y lamento haber perdido tanto tiempo aquí, haber perdido mi juventud y mi vida intentando llegar donde ti, mientras tú escapabas de tus recuerdos, de tu conciencia. Ojalá que algún día logres borrarlos, ojalá. Me cansé de vivir a tu sombra..."

David, recordó lo que Katia le dijo y pensó: "Ya mismo se aparece por ahí pidiendo perdón, una vez más. Por eso los hombres no respetamos a las mujeres, porque no se dan a respetar". Hablaba consigo mismo entre aquellas cuatro paredes, mientras se sentaba y prendía un cigarrillo de mariguana: "¡Blah!, al carajo los recuerdos".

Regresó a su encierro habitual, a aquél recóndito lugar donde a través de la droga convivía mejor con su conciencia. Pero los recuerdos, las historias y los cuentos si no los resuelves te persiguen como fantasmas: "Mami cómprame estos soldaditos, mami, cómprame esto, mami, mami, mami...Muchacho deja eso ahí que no hay chavos, no jodas, deja eso ahí..." Se sorprendió David ante otro recuerdo de la infancia, esta vez de su madre;  Doña Lela, la mujer más relevante de su vida y a la cual también había castigado con su ausencia: "Llevo toda la vida haciendo lo mismo, castigando a las mujeres que me quieren, haciendo como un niñito en medio de una pataleta, recogiendo mis juguetes y dejando el juego. Dejándolas con las ganas, castigándolas con mi ausencia. ¿Cómo no me di cuenta de esto antes?...Puñeta, pero ¿Por qué sigo recordando?".  De pronto, una voz conocida interrumpió aquél monólogo: "Porque eso es lo que has hecho toda tu vida, vivir de recuerdos, aunque lo niegues..." David miró hacia los lados, hacia atrás y no vio nada. Había escuchado esa voz, pero no daba con el rostro. Se asustó un poco y pensó: "A la verdad que Katia debe volver pronto, antes de que me tueste, ya hasta estoy escuchando voces".

Esa noche el arrebato no fue agradable, los pensamientos, los recuerdos, le pasaban por el frente como pequeñas películas. Algunos lograban atormentarlo, algunos otros le daban sosiego, otros tristeza, nostalgia, alegría y se repetían como un espejo frente al otro, uno tras otro; alegría, tristeza, culpa, sosiego, nostalgia, angustia y tormento, lujuria, besos suaves, duros, sorpresa, palpitaciones, excitación, incertidumbre, locura, más lujuria, sexo, desnudez, cuerpos e imágenes, nombres, mujeres, engaños, miedo, terror: "Cállate", gritó desesperado: "No quiero oírte más, vete".

Pero la voz aparecía con cada pensamiento y lo cuestionaba. Cada imagen le aceleraba el pulso: "Lucero", recordaba su desnudez, sus besos, su entrega.  También pasó frente a él su cobardía y manera huidiza de resolverlo todo: "Los castigabas con tu ausencia, los hacías responsables de tu desgracia, cuando el único responsable eras tú. Qué manera más fácil de resolver la vida huyendo como un fugitivo". David comenzó a contestarle a esa voz que no identificaba pero que era su propia voz: "Fue culpa de ellos, de mami por no dejarme salir, de Katia por no atenderme, de Lucero por no protegerme, de mi padre por no estar presente, de mis hijos por no reconocerme, es culpa de todos, yo no sé, no entiendo. ¡Shhhhhhh!, déjame".  Comenzó a dar vueltas por el cuartucho, comenzó a buscar en las gavetas de la cocina, por debajo de la cama, en el baño: "Aquí hay alguien que está jodiendo conmigo, lo sé".  No encontró nada, sólo a sí mismo, no supo qué hacer, la voz se repetía como un profundo eco en su cabeza y lo perseguía.

Despertó en un lugar desconocido, un hospital. Le explicaron que tuvo una crisis de identidad y que lo habían encontrado deambulando por las calles, casi con hipotérmia. Que no cargaba consigo ninguna identificación y que no recordaba nada. Le dijeron que llevaba allí tres semanas, que habían logrado estabilizarlo y que había perdido el conocimiento después que llegó al hospital. Que había despertado hacía una semana pero que hasta ese momento no recordaba quién era ni dónde vivía y que sólo mencionaba un nombre, Lucero. "¿Quién es Lucero?", preguntó la mujer sentada junto a él. "¿Quién es usted?", preguntó David, desconcertado. "¡Hey, parece que está de vuelta! Disculpe, soy la  Dra. Jacqueline Ríos, soy sicóloga y me asignaron su caso para ver si podía hacerle volver a la realidad. Hablo con usted todos los días desde que despertó y por fin lo veo regresar. ¿Cómo se siente? Está en un lugar seguro, queremos ayudarle. Así que, si es posible, dígame todo lo que recuerda sobre usted".

David no entendía nada y comenzó a desesperarse. Miró a la mujer frente a él, se puso de pie y le dijo: "¿Qué hago aquí? Déjeme salir". La sicóloga también se incorporó: "No hay problema, puede salir cuando quiera pero antes debemos saber a quién debemos llamar para que le recoja y...¿cuál es su nombre?..."  "David, me llamo David", dijo secamente. La doctora intentaba calmarlo: "David, aquí podemos ayudarle, el estado paga para que demos servicio a personas que como usted, sufren de alguna crisis de identidad. Podemos ayudarle a entender lo que está pasando en su cabeza o en su corazón. Si nos lo permite, podremos ayudarle. Venga, siéntese aquí, tranquilícese y piense si desea recibir nuestra ayuda. Voy a salir y regreso en un rato. ¿Le parece?".  David guardó silencio mientras ella salía.

"¿Qué carajo pasó?, ¿De qué crisis de identidad habla?", comentó, pero la sicóloga ya había cerrado la puerta. "Mencioné a Lucero, a Lucero, ¡wow!, ¿Qué habré dicho?". Miró por la ventana del cuarto donde se encontraba, vio la frialdad del exterior y lo solo que estaba: "Qué me está pasando? No puedo llamar a Katia, se va a desesperar, ¡nah! ¿dónde está mi osito?" y rió ante su pensamiento. Siempre que preguntaba por su osito, sonreía y recordaba a Lucero: "Lucero, Lu-ce-ro, todavía me río al pensarte, después de veinte años todavía el osito me hace sonreir...Pero y ¿por qué estoy tan mamao, pensando en estas mierdas?". 

De pronto, su recuerdo fue interrumpido por aquella mujer, la sicóloga: "Bueno David y ¿qué ha pensado, nos deja ayudarle?". David la miró con un poco de desconfianza y pensó en sus sesenta y tres años y en lo desconcertante de todo aquello. "Sí, creo que sí. Pero antes dígame, ¿qué dije de Lucero?". La doctora lo miraba y veía su desconcierto. Tenía el rostro desencajado, los ojos hundidos y los espejuelos rotos. Sintió compasión ante él, ante su fragilidad:  "La llamaba, parecía que le hablaba. ¿Fue alguien que murió, su hermana, una novia, quién fue Lucero?". La interrumpió: "Dígame lo que le dije sobre ella".  Jacqueline, la doctora, sabía de Lucero más de lo que le estaba diciendo pero quería saber cuán consciente se encontraba, antes de decirle que Lucero estaba allí.

Lucero no había dudado ni un instante en viajar hasta el hospital de aquel frío lugar. David había sido el amor de su vida y ahora, después de tantos años sabía de él, aunque de una manera algo extraña. David necesitaba su ayuda y la estaba llamando, según le había dicho la mujer que la llamó... no podía negarse. Lucero le explicó a su esposo que un viejo amigo necesitaba ayuda y que iría a verlo. Marcos no la retuvo aunque sabía que se trataba de un viejo amor, pero sabía que Lucero tampoco lo retendría si estuviera en su posición. "¿Qué le pasó a tu amigo?", preguntó Marcos.  Lucero no quería hablar, sabía que tendría que remover cosas del pasado que había guardado en algún lugar de su ser: "No sé, parece que tuvo un accidente o una crisis, no recuerda nada pero menciona mi nombre y les dio mi número de teléfono, no sé que decirte".  Marcos la miró con incredulidad: "Puedes decirme la verdad".   Lucero lo miró y le dijo: "¿Cuál verdad?".  "Que fue el amor de tu vida", balbuceó Marcos. Incómoda, Lucero contestó: "Es un viejo amigo al cual hace más de veinte años que no veo. ¿Te vas a poner celoso de una vieja como yo? ¡Oye! Es un viejo amor, cierto, fue relevante en mi vida pero nunca me apreció, en cambió tú sí, tú me has adorado en estos últimos años y eso es muy importante y valioso para mí. No sientas miedo, regreso pronto".

Al próximo día llegó al hospital. La sicóloga se reunió con ella y le explicó la condición de David, le dijo que ningún familiar lo había procurado y que tampoco tenían información sobre estos. Le dijo que aunque estaba consciente, no reconocía nada ni nadie. Lucero sólo quería saber si estaba bien. Consciente de su inconsciencia pasó a verle. Entró, lo miró tiernamente, le tocó la cara y le dijo: "¡Wow baby, sigues igual de lindo!".  Lo abrazó como si llevara años esperando hacerlo y así era, se sentó a su lado y lo vio sumido en sus recuerdos, en su silencio, en su tormento. No logró hacerlo reaccionar, aunque sí, lo escuchó llamarla, y también lo vio sonreir. Sintió una profunda tristeza y decidió quedarse algunos días por si volvía en sí.

De manera que, la doctora, ante aquella historia de amor algo accidentada y de tantos años, decidió tener mucho cuidado con el manejo de la situación. Curiosamente, David volvió en sí dos días después que Lucero llegó. Dos días en los que entraba a su cuarto y pasaba horas hablándole, aunque él no reaccionara.  La Dra. Ríos no sabía si la presencia de Lucero tenía que ver con el que hubiese regresado de su enajenación, pero sí, sabía que el asunto era delicado y que tenía que ser cuidadosa, no fuera a enconcharse el viejo-muchacho otra vez.

David insistía en saber lo que había dicho sobre Lucero.  La sicóloga le explicó cuidadosamente: "Déjame ver si puedo recrear algún pasaje con fidelidad... Le decías que te mirara que lo que te pasaba con ella no te pasaba con nadie. Mientras la llamabas sonreías y parecía que la veías, por eso pensé que era algún familiar o alguna mujer relevante en tu vida o alguien que murió".  David se acercó a la ventana, abrumado, miró a la doctora y le dijo: "A Lucero, a Lucero la traté mal, a Lucero la engañé, a Lucero no tuve los cojones de quererla como se lo merecía, a Lucero he tratado de olvidarla pero su recuerdo me persigue como un cabrón fantasma..." guardó silencio y volvió a mirar por la ventana.

A la sicóloga no le sorprendía lo que le decía David. Sabía, que los asuntos no resueltos nos persiguen por toda la vida, como fantasmas, como sombras que se posan debajo de la cama y saltan sobre nosotros y nos brincan encima para que nunca olvidemos lo que pasó: "¿Qué pasó con ella?, ¿Por qué no la trató bien?... David, mientras deliraba la mencionó tantas veces que comenzamos a preguntarle sobre ella, nos dijo que quería verla y hablarle. Le pedimos información y nos dijo que no sabía de ella desde hacía mucho tiempo, pero igual, nos dio un número telefónico. David, pude ver la nostalgia en sus ojos a pesar de su inconsciencia. Sin embargo, después de ese comentario no volvió a decir nada. Llamamos a Lucero para ver si podíamos saber algo sobre usted. Dimos con ella y no sólo nos dijo su nombre, David Welis, sino que...también quiso venir a verle. Lucero está afuera y quiere verle, ¿me permite dejarla pasar?".  David se puso rígido, se pasó la mano por el rostro, se mordió las uñas y miró a Jacqueline: "¡Que Lucero está aquí, que yo recordaba su número, que Lucero tiene el mismo número, que Lucero quiere verme!...No, esto no está pasando, quiero mi osito", y comenzó a reír descontroladamente y a la vez, comenzó a llorar con un profundo dolor.

Jacqueline, la sicóloga,  lo miró con compasión, se le acercó y le dijo: "Va a estar bien, ya comenzó un proceso, llore aunque digan que los hombres no lloran, suelte ese dolor viejo, déjelo salir".  David se secó la cara y le dijo, "No quiero verla, que se vaya".  "¿Está seguro?", dijo la doctora.  Estaba desconcertado: "Seguro, ¿de qué puedo estar seguro después de todo este mierdero que usted me ha dicho?".  La sicóloga estaba muy intrigada ante la siquis de este hombre. Le costaba un poco de trabajo entender por qué, aunque no había dejado de llamar a Lucero, por qué, a pesar de su sesenta y tres años aún no tenía el valor de mirarla a la cara:  "¿Qué habrá pasado aquí?", pensó mientras lo observaba:  "David, Lucero me pidió que le dijera que lleva años esperando conversar con usted''. David volvió a interrumpirla: "¿Eso le dijo?, le digo que es una loca, ¿qué quiere hablar conmigo? con todo y  lo cabrón que fui. Probablemente quiera insultarme y no estoy para eso. No, dígale que se vaya".  La sicóloga respetaba su decisión y no iba a forzarlo: "No hay problema, vuelvo pronto, tranquilícese, todo está bien".  Volvió a salir de la habitación y David volvió a quedar solo en su confusión: "Una cosa es llamar al diablo y otra es verlo venir... Quiero mi osito ahora" y volvió a sonreír: "Soy un cabrón, ¿cómo puedo pensar y sonreír en medio de esta mierda y a la vez, desear volver a ver esa maldita loca que nunca he podido olvidar?".

La doctora regresó en poco tiempo: "David, le voy a dejar descansar un rato, creo que volver en sí debe haberle agotado y a lo mejor deba recapitular un poco sobre todo esto. Aquí está esta libreta por si quiere escribir algo, por si quiere escribir su información, por si quiere que llamemos a alguien en caso de que vuelva a tener otra crisis. A lo mejor, escribir le sirva para organizar sus ideas. Regresaré en un rato, si necesita algo toque este botón y una enfermera le asistirá de inmediato. Todo va a estar bien, ya verá". David miró a la mujer salir de la habitación, miró una vez más por la ventana, miró la libreta y se sentó a escribir.

Esa tarde, ya al oscurecer, la Dra. Ríos regresó a la habitación de David. Al entrar se encontró con el piso lleno de papeles rotos, en muchos pedazos y a David, sentado frente a la ventana: "¿Cómo se siente?", preguntó.  "¡Hola, hola, hola!, ¿qué pasa contigo?", rió David con malicia.  Jacqueline lo observó con suspicacia y le repitió: "¿Qué pasa contigo?".  David la miró, se incorporó y se le acercó un poco: "Me encanta cuando me dices eso, me encantas cuando me pones esa carita. ¡Ay! Lucero me vuelves loco, tú me encantas". La doctora dio un paso atrás y comprendió lo que sospechaba, otra vez se había perdido en sus recuerdos. Intentó infructuosamente de hacerlo volver en sí.

Al próximo día Lucero regresó. Aún no podía creer que no hubiese querido verla en su cordura pero que siguiera llamándola e imaginándosela en su locura. Volvió a entrar al cuarto pero David no la reconoció. Se quedó un rato con él, lo miró, lloró a su lado y le habló con un inmenso amor, un amor viejo: "¿Recuerdas cuando me decías que nuestras almas estaban atraídas, recuerdas cuando me decías que te daban palpitaciones al verme, al llegar a casa, te acuerdas de todas las veces que te dije lo importante que eras en mi vida? Nunca me atreví a decirte que te amaba, aunque me explotaba el pecho de tanto amor. Y hoy veinte años después mira donde estamos, ninguno pudo escapar de los recuerdos. No importó la distancia física, ni las excusas que intentáramos en nuestra cabeza. Los recuerdos no conocen el tiempo ni el espacio, ocupan un espacio que no tiene forma tangible y se nos aparecen cuando menos los esperamos y van y vienen. David, los recuerdos son esas cositas que se activan cuando alguna cosa en el presente recrea un instante del pasado. Como cuando el Universo nos permite presenciar una lluvia de hojas y al observarlas, se nos aparecen imágenes de algún instante en el que tú y yo estuvimos ahí. Yo también me volví loca, pero me enfrenté por días, semanas, meses a tu recuerdo y te observé y te lloré como nunca antes había llorado y te extrañé como nunca antes había extrañado y te escribí miles de cartas y me despedí de ti muchas más, pero tu recuerdo tampoco se fue, hasta que lo reconocí como parte de mi ser y permití que me habitará y lo acepté como parte de quien soy, en mi quietud y silencio. Y te perdone y me perdoné y agradecí a la vida por permitirme conocer el amor en esta existencia y por dejarme utilizar esta emoción como referencia. Por eso no enloquecí, porque me enfrenté a mi amor por ti, porque me enfrenté a mis errores, me confronté con tu partida y te lloré como si hubieses muerto y te guardé luto, hasta que acepté que ya más nunca volverías y que siempre te iba a recordar".

Veinte años después Lucero se liberaba de David, al por fin poder expresarle todo el amor y dolor que había sentido. Volvió a verle por días pero David nunca regresó, su mirada se había perdido en el infinito, su piel se había relajado, hasta parecía más joven. Lucero nunca supo si fueron sus palabras las que también lo liberaron o si quizás, en su mundo, por fin la había olvidado. La última vez que lo visitó, le llevó una carta y le pidió a la doctora que se la entregara si regresaba de su cueva. Se le acercó por última vez, volvió a tocarle el rostro, los labios, las cejas, como cuando eran jóvenes, lo besó con el mismo amor, le tocó el cabello, lo volvió a besar y se fue sin mirar atrás.

David nunca volvió de aquél lugar donde se metió un día. Sin embargo, cuando hablaba de Lucero sonreía, le brillaban los ojos y siempre decía la misma cosa: "Esto me pasa sólo contigo, contigo, contigo..."


Mara

domingo, 22 de agosto de 2010

El Rata...

-"Mira, coge el teléfono, dale"
-"Yo no estoy esperando llamada, cógelo tú"
-"Mano estás cabrón acaba y levántate del jodio sofá ese, no ves que le estoy dando leche al nene. A la verdad que tú no sirves pa'ná. Estás arrrebatao to el puto día, y de paso, te conformas con hacer alguna chiripa por ahí, que sólo te da pa comprar pasto. Maldito sea el día en que me fijé en ti por lindo. Maldito sea el día en que creí tus palabras, tus mentiras...Por pendeja, por ignorante porque me dejé preñar y ahora haces menos, eres un mueble. Tú no sirves, cabrón. Tú, tú eres un..."

Esa tortura que te va destruyendo poco a poco. Ese enojo constante. Esa ira contenida que se desencadena a la menor provocación. Ese interminable círculo al cual llamamos costumbre. Ese sabor amargo que nos quema por dentro pero que no queremos dejar de sentir pues nos hace sentir vivos.

Así transcurrían los días de Betzaida, entre enojos, peleas y decepciones. Se había enamorado de Nelson, un hombre mucho mayor que ella, experto en la seducción y en vivir del cuento. No se sabía de dónde había venido pero desde que llegó al Residencial lo apodaron como Bambi. Comentaban que venía huyendo desde algún lugar. Nadie sabía quién era, era misterioso, sigiloso pero con una cara tan dulce, con un gesto tan inocente y con una suavidad tan infantil, que por eso le llamaban Bambi.

Todo había comenzado algunos años atrás, cuando, Betzaida, aún era más joven e inexperta. Una mañana, acompañó a su vecina Mini al colmado y mientras caminaban por la acera, pavoneándose, para que los del punto las miraran, para que los viejos de la esquina comentaran lo que les harían a las dos muchachitas, se tropezaron con Bambi. Allí, entre aquellos tipos estaba Nelson: "¡Qué lindo!", le dijo Betzaida a Mini y Mini le contestó: "¿No lo habías visto? Está viviendo en casa de Doña María, dicen que le rentó un cuarto hace como dos meses. Nadie sabe de dónde vino y no tiene familia aquí. Dicen que viene huyendo pero a la verdad que nadie sabe. Claro que está bien rico. Es un viejito, pero está buenísimo". "Ajá" dijo Betzaida mientras le pasaban por el lado y él también la miraba. Mini continuó: "A la verdad que ya tú no sabes na de aquí, entre tu escuela y el trabajo te has desconectao de todo. ¡Porque mira que de ese tipo sí que dicen cosas! Bueno, aunque ya sabes, como aquí to el mundo sabe sin saber y también se inventan cuentos y como el Papi chulo está rico pues me imagino que ya lo están desprestigiando..." Betzaida rió y no comentó nada, había quedado deslumbrada, enceguecida ante la belleza de aquel hombre. "'By the way', se llama Nelson y le dicen Bambi por su cara de animalito indefenso...¡Ah! y creo que le gustaste". "¿Tú crees?", dijo Betzaida después de volver en sí: "¿Te imaginas?, ¡wow!" Ambas rieron y siguieron su camino.

Bambi escogió su víctima de inmediato. Preguntó quién era la muchacha de los pantalones a la cadera y la gorrita, preguntó dónde vivía. Fue discreto para no levantar suspicacia de los otros tipos, pues llevaba poco tiempo allí y tenía que ser cauteloso, como siempre. Su cara linda le servía de máscara, su sutileza y humildad reforzaban su imagen de buen tipo. Nelson pensaba que cuando se es atractivo y a la vez pareces buen tipo, la gente, inevitablemente confía en ti. De manera que esa era la imagen que le gustaba presentar, esa era su mejor careta, la que utilizaba hasta establecer su territorio y comenzar a destruir vidas ajenas.

 Se atravesó en el camino de Betzaida, una muchachita en sus veintitantos, recién graduada de Universidad, con grandes aspiraciones y muy talentosa. Betzaida quería salir del Caserío y llevarse a su familia a otro lugar. Trabajaba en las tardes y noches en un hotel de la Ciudad, ayudaba a su familia y nunca se quejaba.

A los pocos días de aquel encuentro, Bambi encontró la manera de conocer a Betzaida. La observó con cuidado y se le apareció mientras salía del Residencial; "¡Hola! Mi nombre es Nelson, ¿me dejas acompañarte?" Le preguntó su nombre, le dijo que tenía mucho interés en conocerla y caminó junto a ella hasta la parada del autobús. No la dejó ir sin antes lograr tener su número telefónico. La llamó ese mismo día y de ahí en adelante todos los días, sin falta. Cuando Betzaida tenía tiempo, charlaban y se encontraban por el patio del Residencial. Él le contaba la historia de su vida, según la había construido para justificar su inestabilidad. Le habló sobre sus padres, hermanos, sobre sus aventuras, sobre sus viajes y le explicó de manera un poco accidentada la forma como llegó hasta el Residencial. Le dijo que conocía a una hija de Doña María, Glenda y que ella le había pedido a su madre que le alquilara un cuartito, mientras buscaba trabajo y se estabilizaba. Le contó que ya estaba trabajando en una construcción, aunque por el momento estaba detenida, y que con lo que ganaba, pagaba el cuartito y compraba comida: "también compro algo de pasto, ya sabes, me gusta fumar para relajarme, me gusta estar 'chillin', 'relax'. Ese es el único vicio que yo tengo", le dijo sonreído.

En el Caserío el chisme no se hizo esperar: "Parece que Nelson y Betzaida están en algo...", decían sin decir. Las mujeres entre contentas y envidiosas le celebraban a Betzaida haberse llevado el premio gordo de allí, el recién llegado, el hombre guapo con cara de ángel. Algunas decían: "¿Sabrá Dios de dónde vendrá y lo que habrá hecho? ". Otras añadían: "Muchacha que se joda, con lo bueno que está me lo llevo pa casa y lo mantengo, con tal de que me chiche to los días". Por otro lado, los hombres; los del punto, los de la esquina, los que se la pasaban en la cantina, los que trabajaban en mantenimiento, todos lo observaban, lo veían ganarse la confianza, despacito, sin hacer bulla ni ruido, sigiloso. Ninguno comentaba nada, en corto tiempo lo aceptaron en la comunidad y ya no lo miraron con desconfianza.

Se comentaba por allí, que desde que Nelson llegó al Caserío se conectó con Leticia, una mujer de su edad, una señora que vivía allí desde hacía corto tiempo pero que todos apreciaban mucho por su simpatía y educación. Leticia era maestra de Escuela Elemental, nunca estaba por allí, venia de trabajar en las tardes y se encerraba en su apartamento. Algunos días de la semana, hacía trabajo voluntario para la comunidad y algunas otras, bajaba a la cantina de Cuso para darse unos traguitos y escuchar las canciones de La Lupe. Se quedaba allí un rato y luego volvía a encerrarse. Pero desde que llegó Nelson se le veía merodeando por el edificio donde ella vivía y lo veían entrar a su apartamento pero no lo veían salir. Sin embargo, nadie le dijo nada a Betzaida, ni siquiera Pupe, el hermano de Mini. Pupe, se había convertido en el acompañante esporádico de Nelson, porque en el Caserío nadie es amigo de nadie: "Yo no sé na, allá ellos que se entiendan, que breguen. Bambi es mi pana y yo no le voy a decir na a mi hermana. Después se forma un bochinche y yo salgo cagao, ¡nah!", decía el hermano de Mini cuando le preguntaban si le había dicho algo a Betzaida sobre Leticia.

A Grecia le contaron lo que decía Pupe en el punto: "Por eso es que los hombres siempre van a tener el control, porque son solidarios. Esa fidelidad que se tienen, ese código de guardar silencio, es el que mantiene al género masculino en su supremacía. Por el contrario, las mujeres somos enemigas unas de otras, nos sacamos los ojos, hablamos de nuestras amigas hundimos a las que no y cuando nos ponen los cuernos culpamos a la mujer, en lugar de hacer responsables al tipo con el que nos acostamos. Estamos bien jodías, tenemos que aprender de los hombres eso de la solidaridad", dijo en voz alta en la cantina, aprovechando que curiosamente esa tarde, había allí más mujeres que hombres. Nadie le hizo caso, todas siguieron en lo suyo.

Poco tiempo después, ya Betzaida y Bambi eran pareja, se les veía siempre juntos; en el colmado, en el parque, se veían felices: "Parece que se enamoró de la muchachita" comentaban las vecinas. "Ojalá que no le haga un muchacho, porque el tipo será bueno con ella pero como que no le gusta trabajar mucho, además que yo lo he visto metiéndosele al apartamento a la señora que no se junta con nadie pero que es buena gente, ¿Cómo es que se llama?" decía Matilde, la vecina de enfrente de Doña María. "Bambi-Chulin-Rico-Príncipe de mi corazón" dijo La Cana, riendo. "Mija no, él no, la señora", añadió Matilde. "Leticia, se llama Leticia", contestó La Cana, desternillada de la risa. Al grupo se les unió Grecia, la esposa de Cuso el de la cantina: "Esta pendejá de los cuernos es cultural, así que tenemos que aprender a bregar con esto, como si viniera con el equipo. Es como cuando te compras un carro, todos son para lo mismo pero varían en los modelos y los tamaños; unos son para llevar carga pesada, como los camiones, otros para divertirse, como las motoras pero todos sirven para lo mismo y hacen lo mismo. Con los hombres es la misma historia, algunos son buenos otros son malos, lindos, feos, trabajadores, vagos y todos pegan cuernos, TO-DOS. Por ejemplo; Modelo masculino del '66, delgado, blanco, 5'9"de estatura, 7 ó 7.5" de pinga (tamaño promedio), simpático, buena gente, inseguro y pega cuernos. Cualquiera de los modelos varía en color, textura, sabor, millaje y tamaño de la cosa, pero a fin de cuentas todos son lo mismo. Así que, quizás debemos resignarnos con esto de los cuernos y encontrar otras cualidades que los complementen. ¿Qué les parece?". Todas rieron hasta la saciedad siendo Nelson el tema de conversación.

Grecia y Cuso vivían en el Caserío desde hacía quince años. Habían pastoreado una Iglesia Protestante hasta que los expulsaron por robarle a los feligreses. Lo perdieron todo. Así llegaron al Caserío y encontraron en la cantina un espacio donde utilizar sus destrezas del lenguaje y discursivas y a la vez, llevar una vida mundana. A la gente de allí les gustaba escucharlos, porque decían cosas inteligentes. A Grecia le encantaba leer y tomaba talleres para mejorar su auto-estima: "En este lugar se pierde todo, todo, pero uno se acostumbra. La gente aquí es buena pero el Sistema te corrompe...", decía Grecia cuando le preguntaban por las cosas que pasaban en el Residencial.

En el Residencial pasaba de todo. Había una farmacia, una cantina y hasta un dispensario médico. Había mucha gente con ganas de ayudar, pero entre todos ellos se destacaba Cuso y Grecia, eran los líderes comunitarios. También se destacaban otras personas; Leticia, regalaba horas para hacer trabajo voluntario y enseñar a leer los envejecientes. Don Kike, organizaba actividades para los niños y niñas en edad preescolar y así sucesivamente, se mantenía la comunidad unida y en armonía.

Aunque Nelson había llegado hacía poco tiempo comenzó a destacarse por ser un buen samaritano. Ayudaba al que lo necesitara sin pedir nada a cambio. De manera que cuando hizo pública su relación con Betzaida, casi todo el mundo se alegró: "Si la trata bien que se quede con él, porque aquí, to son unos drogadictos, unos vagos y unos abusadores." Decía Margarita, la madre de Betzaida.

Como a los seis meses se desocupó un apartamento que los padres de Betzaida tenían bajo su custodia y allí se mudó Betzaida con Bambi. Un nidito de amor para ella y la belleza de hombre. Aún nadie se imaginaba que Bambi era un ángel expulsado del cielo. Betzaida ni se imaginaba dónde se estaba metiendo.

En el Caserío prevalece la ley del silencio. Todos ven lo que pasa pero nadie dice nada. Continuaban los rumores de que Bambi seguía visitando la señora que vivía en los edificios que daban para el área de la farmacia y de la cantina de Cuso. Era un Residencial gigantesco, un monstruo de cemento, un mundo aparte. Decían que seguía visitando a Leticia, la señora misteriosa, la que tenía pocos hombres pero que era guapota, la que se sentaba sola en la cantina para darse su traguito en las tardes y escuchar canciones de La Lupe, en la vellonera. Aquella mujer que se reía sola, que hablaba con todos pero que tampoco nadie conocía, y que últimamente, en las tardes, ya no se veía por la cancha o por la cantina, pero se le veía abriéndole la puerta a Bambi.

Una vecina de Leticia comentaba: "La pared de mi cuarto separa mi cuarto del de ella y a veces se escuchan chingando y parece que Bambi se la chinga bueno". Todas las demás vecinas, de por allí, reían y se imaginaban con envidia, a la Betzaida y la Leticia: "No discrimina el tipo se está clavando a la muchachita, a la doñita y me dijo Miguelito, que lo vio entrando en casa de Mirta, la bien caderúa que trabaja en el colmado, pero ahí yo no me meto. Allá ellos que se resuelvan. Ya sabía yo, 'too good to be true', a esos que tienen cara de pendejos bien administrá hay que cogerles miedo. Por eso yo me quedo con mi malote, que yo sé que me pone cuernos y que se la pasa jodiendo pero no me coge de pendeja...bueno, no me coge tanto de pendeja...porque los hombres siempre te cogen de pendeja, hijos de puta..."

En menos de un año Bambi cogió fama de buena cama, de que estaba bien dotado y que con eso pagaba el que lo mantuviecen, así, comenzaron a llamarle, El Bambi. Vivía de Betzaida, ella le compraba todo, le pagaba el teléfono celular y hasta le dejaba dinero para que saliera a comer si ella tenía trabajo en las tardes. Sus padres no se metían. En el Caserío nadie se mete en la vida de nadie. Pero allá abajo, por el punto, comentaban que si Betzaida tuviese un hermano que la defendiera, que si su padre no fuera un alcohólico empedernido, a lo mejor, El Bambi no estaría haciendo lo que hacía. Le ofrecieron trabajo en el punto y estuvo algunas semanas pero sabía que a Betzaida no le iba a gustar si se enteraba que estaba vendiendo drogas y además, los horarios confligían con los de Betzaida y según él, le gustaba pasar con ella el mayor tiempo posible. El trabajo de construcción le hacía callos en sus manos suaves, además, por su blancura angelical no podía coger sol, así que cada día trabajaba menos. Sin embargo, ayudaba al que se lo pedía y mantenía nítido el apartamentito en el que convivía con Betzaida: "Yo soy organizado desde siempre, pero el ejército me volvió aún más...", le decía a Betzaida cuando ella le halagaba por mantener su nidito recogido y limpio.

A Betzaida no le faltaban atenciones de su vago, no le faltaba cama. Le hacía el "amor" todo el tiempo; en las mañanas, en las tardes, cuando ella quisiera, cuando la veía triste, cuando la veía preocupada y le decía que la amaba. Acostarse con Betzaida era la única forma de pago que podía ofrecer a cambio de su inercia y de su incapacidad para poder ofrecer algo de sí. Se acostaba con ella para enamorarla, para mantenerla distraída, para que nunca sospechara que estaba con otras mujeres, para que no se cuestionara que se la estaba chupando, como un vampiro, poco a poco. Vivía con la gallina de los huevos de oro.

Por su parte, Betzaida estaba en el cielo, nadie así de guapo la había pretendido antes, y menos que se portara tan bien con ella y menos que se lo hiciera así de bueno, como El Bambi. Cuando hablaba con sus amigas lo justificaba y nunca se quejaba, lo adulaba: "Estoy en 'heaven' con el nene", como lo llamaba, aunque él era mucho mayor que ella: "¡Claro que es su nene!!, ella lo mantiene, lo calza y lo viste, como a un hijito...", comentaban sus amigas cuando ella no estaba, entre risas y sarcasmos: "¿Lo calzará?, con lo bueno que está..." 

A solo pasos de aquel nidito se desarrollaba otra película, también con El Bambi como protagonista pero con Leticia como contra parte femenina. Según contaban los vecinos cuando se reunían durante las tardes en la cantina de Cuso, allí pasaba algo que no entendían. Lo veían entrando a casa de Leticia con demasiada frecuencia, decían que entraba con descuido. Llegaba en la tarde y lo veían salir poco antes de que llegara Betzaida del trabajo. "Ese tipo es buena gente pero es muy descarao. Betzaida lo mantiene y el tipo se la pasa detrás de la doñita. Ojalá que Betzaida no se entere porque se le va acabar el guiso. Es un picaflor, pero parece que la doñita se lo clava rico. Ella se ve que es así callá, pero que le gusta la cosa...", decía Milton, el vecino de enfrente de Leticia. Entre cerveza y cerveza la conversación seguía progresando. Papo, el plomero oficial del Caserío, contó: "Mira mijo a esa doñita yo la he fajao mil veces, yo hasta le hice un trabajo de plomería en la casa, y yo con los colmillos afilaos y ella fue bien simpática pero na, y yo hasta pensé que era pata y mírala ahora, clavándose a El Bambi, El Dandi. Ese cabrón le hace honor a su nombre, es una mezcla de venadito indefenso y de todo un Dandi, pedazo de cabrón suertú..." Allí mismo, Cuso se desternillaba de la risa. Cuso, que lo veía y lo sabía todo, contaba que el tipo se le aparecía a veces allí en la cantina: "A veces ella está aquí, tranquila, oyéndose a su Lupe, cantando Teatro, y se le aparece El Bambi , en par de minutos se la lleva. En otras ocasiones los he visto hablando por el parque, a veces se le aparece por la calle. Parece que el cabrón la vela, y se le nota que le gusta, porque siempre la mira igual. Pero esa doñita no es pendeja, se ve que se la ha pasado mal y que no va a mantener a ningún bribón, por más guapo que sea. Esa señora no jode con nadie y se ve que ella no es de aquí, se ve que ella paró aquí porque la trajo hasta acá la vida y sabrá Dios que cosa que le haya pasao. El Bambi ese, la tiene dormía'..."

A El Bambi le encantaba Leticia y a Leticia le encantaba el vagoneta, pero ella no quería ni lavarle la ropa ni mantenerlo. Lo consideraba un buen hombre y se lo gozaba cuando le llegaba, sin hacer ruido y sin meterse con nadie, sin esperarlo, porque él siempre volvía por más. Y no importaba si se había cogido a Betzaida par de horas antes, tan pronto veía a Leticia se le alteraba el sistema, se le endurecía la cosa y ya no podía frenarse: "Esto me pasa solamente contigo", le decía. Leticia le creía sin decírselo y se preguntaba si un hombre podría mentir con tanta naturalidad. Se preguntaba cómo sería su relación con Betzaida, allá adentro de su apartamento: "Cuando vives una vida diferente a lo que eres, cuando has mentido tienes que ser sigiloso para que no te descubran", pensaba Leticia. Dudaba de él, de su sinceridad, pero le gustaban sus palabras y con el tiempo, también se fue enamorando.

Al cabo de los años, ya nadie comentaba lo de Leticia y El Bambi, se habían acostumbrado a aquél trío, cuarteto o lo que fuera aquél disparate. Todos sabían que era un vividor, que a Betzaida parecía no importarle y que Leticia se conformaba con ser la otra, entre otras. De la caderúa del colmado, nadie comentaba y últimamente lo habían visto merodeando a la hermanita de Jaime pero todos sabían que si se metía allí, le iban a volar la cabeza. Se retiro a tiempo. El Bambi no era, para nada, ingenuo.

A El Bambi nadie le advertía de nada, en su sigilo y silencio, parecía en control de todo, aunque no controlaba nada. Su vicio por las mujeres era más fuerte que él. Se disfrutaba el juego de la seducción, se disfrutaba ponerlas celosas, inseguras, hasta le gustaba crear suspicacia, que se pelearan entre ellas sin pelearse, defendiendo al premio mayor, Él. En ocasiones mientras caminaba con Betzaida hacia el colmado se tropezaba con Leticia y la miraba con lujuria, como cuando se la cogía y Betzaida se daba cuenta de que allí algo pasaba y miraba a la doñita con desconfianza y se enojaba con ella, como si ella fuera responsable de lo que hacía su Bambi, como si ella fuera culpable de gustarle a su vago. Casi nunca preguntaba nada y cuando lo hacía se conformaba con la excusa que le daba El Bambi. En una ocasión le preguntó por qué lo veían siempre por la farmacia y por la cantina y él le contestó: "Porque me la paso por ahí. ¿Qué, ahora me vas a poner un detective? Me avisas si te vas a poner así, que a mí no me gusta que duden de mí." Así controlaba la situación, le respondía, con coraje, con sarcasmo, como si ella lo estuviera ofendiendo y la hacía sentir culpable. Así ella se disculpaba y lo premiaba por haber dudado de él.

El tiempo seguía pasando y Betzaida seguía sospechando que algo pasaba con Leticia. En algunas ocasiones algunas de sus amigas le habían comentado que lo habían visto hablando con la doñita y un día, uno de los nenes del edificio le dijo: "Ayer vi a Nelson en el parque hablando con Leticia" pero se hacía la boba y no decía nada.

Curiosamente, cuando estaba con él y se encontraban con Leticia, ni se saludaban. Leticia se hacía la que no los veía. Un día, Betzaida le preguntó directamente a El Bambi por qué pasaba eso: "¿Por qué tú y esa señora nunca se saludan cuando yo estoy? A mí me han dicho que ustedes hablan. ¿Por qué ella me saluda si estoy sola pero cuando estoy contigo ni me mira?" y él le dijo: "Yo creo que le gusto a esa señora y por eso ella no nos saluda cuando la vemos. Ella es simpática y buena gente conmigo, a veces me habla en la cantina pero es verdad, cuando estoy contigo no saluda. Mama, no te preocupes, que yo con quien estoy es contigo, tú eres mi mujer y no hay más nadie, tú eres la que me lo mama rico y yo no necesito buscar nada afuera, te amo..." De esa forma convencía a Betzaida, le calmaba las sospechas por un tiempo.

Pero cuando una mujer sospecha se le activan los radares. Esa voz interior que te dice que algo sucede, que estés alerta. Betzaida estaba alerta pero estaba, aún más, enamorada y cuando te enamoras se te cruza la voz interior con el corazón y dejas de escuchar los gritos de alerta, dejas de ver las señales, los rótulos, los mensajes que se te aparecen en frente y es ahí cuando te diriges, inevitablemente, hacia el abismo más profundo.

De otro lado, Leticia se dio cuenta de que se había enamorado de El Bambi y decidió cortar con él. Cometió el error de decírselo: "Yo te quiero chico y no te estoy dejando ser feliz con Betzaida. Esa muchachita es buena y te quiere, no puedo seguir en el medio de tu relación con ella. Ten claro que me retiro para dejarte ser feliz con ella no porque quiera retirarme." Siempre le hablaba con mucha honestidad y con mucho amor.  Nelson se quedó callado, no intentó convencerla pero le dijo: "Está 'cool', aunque creo que estás pensando de más. Las cosas no son como tú piensas. Aquí no está pasando nada malo, yo no me voy a quitar..." Sus sencillas palabras convencieron a Leticia, rápido, como siempre. Ya había intentado alejarlo en otras ocasiones y él, volvía a convencerla.

Deshacerse de un manipulador experto es difícil, sobretodo si estás sola, sobretodo si te trata con ternura y te mira con amor. Leticia lloraba en silencio, no sabía cómo salir de aquella cosa sin sentido. La razón y la experiencia le decían que debía moverse y salir corriendo, pero cuando El Bambi se le aparecía por allí, no podía resistirse, le gustaba demasiado.

Betzaida seguía sospechando, algo dentro de ella le decía que entre esos dos algo pasaba. De las demás mujeres no sospechaba y Leticia tampoco. Un día se puso a organizar unos libros de la Universidad y se encontró con una tarjeta, dentro de la tarjeta una foto de Leticia, desnuda. La tarjeta decía, para que no me olvides... Comenzó a temblar, lo sabía, ahí estaba la prueba. Comenzó a llorar, se enloqueció, allí sola. Llamó a Mini y le contó lo que había encontrado y Mini le dijo: "Vete y confróntala, pa que no sea puta". Betzaida tenía que irse a trabajar y Nelson estaba desyerbando unos patios con Pupe. Lo llamó llorando y le dijo lo que había encontrado. Lo confrontó, le montó una pataleta y lo inquirió sobre la foto: "Entre ustedes pasa algo, porque si no fuera así, ella no te enviaba esta foto con esa dedicatoria".  Nelson se quedó impávido, la escuchó y le explicó, sin alterarse, que entre ellos nunca había pasado nada, que esa tarjeta, Leticia se la había dado hacía unos días porque ella quería acostarse con él pero que como él no le hacía caso, ella estaba tratando de seducirlo tirándose fotos desnuda: "¿Y por qué dice para que no me olvides? ¿Por qué la guardaste?" El Bambi hizo uso de toda su experiencia para salir de aquel enredo, mintió como sabía hacerlo y lo negó todo: "Escribió eso por joder, pa seducirme. Esa señora está sola y buscando macho, ya te dije que yo le gusto. Mama tú eres mi amor y yo te amo sólo a ti. Tú sabes que las mujeres están cabronas, cuando se obsesionan con los hombres. Además, creo que a Carlitos, el del punto, también le ha dado fotos de ella". Betzaida estaba indignada: "Yo voy a hablar con ella, esto es una falta de respeto".

El Bambi, estaba en aprietos y lo sabía, tenía que hacer algo pronto, antes de que la sangre llegara al río. Sabía que Leticia estaba enamorada de él y también, estaba convencido de que por estar tan enamorada no lo delataría, pues si lo delataba no volvería a estar con ella y ella no quería perderlo: "Tienes razón, es una falta de respeto pero déjame hablar con ella antes y decirle que no me envíe más fotos. Le voy a decir que me está trayendo problemas contigo y que yo nunca voy  a estar con ella, porque estoy enamorado de ti. ¿Te parece? Quédate tranquila mi amor, te veo en casa esta noche. Te amo" Colgó el teléfono y llamó a Leticia. Le contó lo que había pasado con la foto y que Betzaida estaba como una fiera. Leticia le preguntó qué le había dicho: "Nada, le dije que entre tú y yo nada ha pasado, que me dejara hablar contigo antes. Mira Leti, si me bota pues me jodí, ya soy un viejo. Si dejas de saber de mí por un tiempo es que, ya sabes, me botaron". Leticia lo escuchó en silencio y le dijo: "No dejes que hable conmigo" A lo que él contestó: "Pero, ¿por qué?". "Por que no tengo nada que hablar con ella" dijo Leticia secamente. Se despidieron y Leticia se quedó pensando en lo que había pasado. El tipo la había negado y ni siquiera la había protegido. Después de todo el tiempo que llevaban juntos, después de todas las cosas que le había dicho sobre lo que sentía por ella. Después de conocerse tan bien en la cama, después de tantos besos y caricias de amor. Se indignó poco a poco, se decepcionó aún más: "Nunca le he importado, que cabrón, que embustero..."

Betzaida llegó esa noche y Nelson la estaba esperando. Todavía estaba indignada y volvió a inquirirlo con los mismos argumentos. El Bambi, le explicó sobre su amor, sobre su entrega a esta relación, sobre su compromiso y se encargó de convencerla con sus lágrimas y promesas de amor. Cuando ya Betzaida se había debilitado y convencido, de que Leticia era un perra quita maridos, se entregó una vez más a su nene. El Bambi no perdió la oportunidad, la agarró y la besó con pasión: "A mi, la que me pone bellaco eres tú, mira como me pones, toca" Así empezaron de nuevo, convencida de que Leticia era una loca desesperada, que se le brindaba a los hombres y de que El Bambi estaba completa, total y absolutamente enamorado de ella. Se la cogió toda la noche, la acarició tiernamente, la abrazó y le dijo mil veces que la amaba. Al próximo día no se mencionó el asunto y salieron en la mañana a dar una vuelta por la Ciudad.

Era sábado y saliendo del Caserío, casualmente se encontraron con Leticia. Betzaida pensó que Leticia, cuando la viera, estaría avergonzada, pues había quedado como una loca a la que habían descubierto en su intento por robarle a su marido. Pensaba que Leticia bajaría la cabeza y los evitaría. Pero no fue así, Leticia se detuvo y la miró a la cara con soberbia y fue ella quien se confundió. Sin embargo, esa mañana Betzaida no quería pensar en eso, aún estaba extasiada con lo que había pasado la noche anterior: "Además, con quien él está es conmigo, a quien lleva de la mano es a mí y tú estás celosa, vieja pendeja" pensó, mientras le pasaban por el lado. Nelson, ni siquiera se volteó a mirarla. A cada instante, la indignación de Leticia aumentaba. No dejaba de pensar en la cobardía de aquel hombre. 

Al próximo día Leticia se fue en la tarde a la cantina de Cuso. No había nadie consumiendo, era temprano, sólo estaba Grecia, lavando unos vasos. Entró, pidió un trago y se sentó a escuchar a La Lupe. La cantina tenía un espejo largo detrás de las botellas, un espejo en el cual se reflejaba todo el lugar, un espejo que le daba amplitud a aquél minúsculo espacio. Vio su imagen reflejada y recordó todas las veces en que se encontró con la mirada de Nelson, parado detrás de ella, listo para seducirla, se entristeció aún más.

Estaba en la cantina sola, en silencio. Estaba indignada y mientras le daba un sorbo a su trago, se le pararon por detrás: "¡Hola!" Sin voltearse miró por el espejo, era Betzaida, pegadita detrás de ella, con soberbia, con el mentón levantado, en actitud de reto, a la defensiva. Sonrió y contestó: "¡Hola!" Bajó la vista al trago, no por miedo o vergüenza sino porque sabía que, era terrible lo que iba a suceder. Rogó porque alguien llegara. Volvió a levantar la vista frente a ella. Betzaida estaba nerviosa, se le notaba a través del espejo, Leticia también: "Deja de mandarle fotos a mi novio", dijo Betzaida. Leticia sonrió y se volvió de frente a ella, se quedó recostada de la banqueta, la miró fijamente a los ojos y con la tranquilidad que te da la vida, después de muchos años de estar por ahí tropezando, le dijo: "Mira, yo le envié la foto a tu novio porque yo me acuesto con él..." Sintió como se le desgarraba el alma al decir estas palabras, al desenmascarar al hombre que más pasión había traído a su vida. Desde el momento que comenzó a hablar se arrepintió pero ya no había vuelta atrás. Betzaida se quedó impávida, también mirándola a los ojos. No tuvo reacción más allá de un parpadear constante y de que su camisa se levantaba por las palpitaciones aceleradas, por toda la adrenalina que le corría por el cuerpo. Leticia también temblaba pero su nerviosismo disminuyó tan pronto terminó su oración. La conversación no duró mucho tiempo, Leticia se disculpó con Betzaida por haberle causado tanto dolor, se disculpó por ser ella quien le confesara todo: "A pesar de tu actitud, sé cómo te sientes porque a mí también me lo hicieron, a mí también me traicionaron". Betzaida intentaba decir cosas pero sus pensamientos estaban desorganizados. No se esperaba lo que Leticia le dijo, la tomó por sorpresa. Le creyó a Nelson, tanto que se atrevió a confrontar a Leticia con la certidumbre de que estaba defendiendo lo que le correspondía, por todo el sacrificio y dedicación que le había puesto a la relación. Betzaida siguió intentando decir cosas pero casi todo lo que salía de su boca era incoherente. Leticia sentía tanto dolor por ella, sabía claramente lo que pasaba, sabía cómo se sentía, volvió a disculparse y le dijo que no tenía nada más que decir: "No es necesario que digas nada más, ya has dicho suficiente", dijo Betzaida, se viró y salió torpemente de la cantina.

Leticia también estaba destruida. Comenzó a temblar nuevamente, no podía creer lo que había hecho. No podía creer lo que le había pasado, a su edad. Se levantó y salió de allí. Grecia, la esposa de Cuso, había presenciado todo y le había sorprendido la situación y aún más, la ecuanimidad de aquella mujer, la tranquilidad de sus palabras y la compasión que le tuvo a la chica.

Se encerró por varias semanas, no habló con nadie. Salía muy temprano, sólo a trabajar y se encerraba cuando llegaba. Lloró, lloró y lloró, rezó con devoción y pidió perdón. Sabía que le había destruido la vida a esa muchacha y también sabía que nunca más volvería a estar con El Bambi. Había cerrado con broche de oro ese capítulo en su vida: "Tremendo cierre que le di a esta historia, yo que me quejaba de que dejaba mis historias inconclusas. Ahora, me fui al extremo. Te botaste Leti, cerraste capítulo como nunca antes. Nunca vas a saber de él, te va a odiar por lo que le reste de vida", y lloró y siguió llorando hasta que se le acabaron las lágrimas, hasta que se le limpió el alma de tanto dolor.

Una tarde decidió salir a caminar, luego se metió en la cantina y allí se encontró a la esposa de Cuso: "Te debo dinero del otro día que me fui sin pagar" Grecia le guiñó un ojo y le dijo: "Mija no te preocupes si tú eres de la casa". Leticia le puso dinero a la vellonera, pidió un trago y mientras escuchaba las canciones de La Lupe, Grecia se le acercó y le dijo: "¿Sabes que ella lo botó y lo recogió de nuevo? Por eso es que las mujeres estamos jodías, por no darnos a respetar. Y te digo más, me dijeron que se lo llevó de vacaciones. Ya tú sabes, lo premió por portarse mal. Leticia, todo el mundo por ahí está comentando cosas de ti, pues él se encargó de negarlo todo. Aunque todo el mundo sabía que él se te metía en el apartamento y aquí comentaban que ustedes tenían algo. Te lo digo porque tú sabes como es la gente y me imagino que habrá personas que te dejarán de hablar y que hablen a tus espaldas..."

Mientras Grecia hablaba, al fondo se escuchaba otra canción de La Lupe, que Leticia comenzó a tararear, sin dejar de mirar a Grecia. Leticia sabía muy bien lo que iba a pasar, lo que siempre pasa en situaciones como estas. Sabía que Betzaida prefería perdonarlo a quedarse sin él. Sonrió y volvió a poner la misma canción, La Tirana. Se paró al lado de la vellonera y comenzó a cantarla: "Según tu punto de vista, yo soy la mala, vampiresa en tu novela, la gran tirana. Cada cual en este mundo, cuenta el cuento a su manera, y lo hace ver de otro modo, en la mente de cualquiera. Desencadenas en mí, venenosos comentarios, después de hacerme sufrir, el peor de los calvarios. Según tu punto de vista, yo soy la mala, la que te llevó hasta el alma, la gran tirana. Para mí es indiferente, lo que sigas comentando, si dice la misma gente, que el dia en que te dejé, fui yo quien salió ganando...Según tu punto de vista, yo soy la mala, la que te llevó hasta el alma, la gran tirana. Para mí es indiferente, lo que sigas comentando, si dice la misma gente, que el día en que te dejé, yo fui quien salí ganando, que el día en que te dejé, fui yo quien salió ganando..." Las lágrimas le recorrían el rostro, desconsolada, vivíéndose aquella canción. Recreando en su cabeza toda aquella historia. Grecia la miraba con asombro y tristeza y sabía que el dolor de Leticia tenía dos partes. Lloraba porque ya nunca más podría besar a El Bambi pero también lloraba porque sabía que a Betzaida, le tomaría años recuperarse de todo ese dolor.

Lloraba desconsoladamente cuando comenzó a hablar: "Me dijo que dejara de enviarle fotos a su novio. Precisamente a su novio, al cual me cogía desde hacía tiempo, desde antes que ellos se juntaran. A su novio, que no me dejaba tranquila y al cual confieso que dejaba que me persiguiera porque no ha habido hombre en mi vida que me guste tanto como él . Su novio con el que me encontraba a escondidas. Su novio con el cual me besaba y estrujaba tan pronto ella daba la espalda".  Hablaba con dolor, con desconsuelo, volvió a poner la canción y se le acercó a Grecia: "Cuando empezó con la muchachita, ya teníamos algo y yo me enojé cuando lo vi con ella y me alejé y dejé de hablarle, pero al mes de estar con ella me buscó y me pidió perdón, me dijo que me quería mucho y otro montón de mentiras. Y le creí, yo le creía a ese cabrón. Me costaba trabajo pensar que era mentira lo que decía, pues sonaba sincero, honesto. Comenzamos a saludarnos y él comenzó a llamarme, hasta que en poco tiempo me dijo que él se había dado cuenta de lo mucho que yo le gustaba después que estaba con ella y que no sabía qué hacer. ¿Te puedes imaginar lo qué pensé? Me molesté pero volví a abrirle la puertas, las piernas y el corazón". Miraba fijamente a Grecia y no dejaba de llorar: "Yo no lo sabía, me enteré después, pero ahí ya se estaba mudando con ella. ¿Puedes creer tanta falsedad y mentira? Me enteré después que ya nos habíamos acostado y que me tenía enchulá. Dime tú si no es un sicópata hijoeputa, perverso, embustero."

Volvió a sentarse, se tomó el trago de un sorbo, pidió otro y continuó hablando, sentada frente a Grecia, quien la escuchaba con atención: "Es un tipo planificado, monstruoso. Se dedicó a estudiarnos, la estudió a ella y también a mí, sabía cómo íbamos a reaccionar. Pero yo también lo estudié a él y lo conocí y lo confundí, yo soy más inteligente que él y él será embustero y cobarde pero yo lo fui conociendo, calladita, esperando el momento de la estocada final y lo tomé por sorpresa y le saqué los dos ojos, los dos y en el proceso también me saqué los míos. No se puede salir ileso de algo así, se salé con heridas que te dejan marcas de por vida para que no te olvides jamás de lo que pasó. La destruí, le destruí la vida a esa chica. ¿Y sabes? Jamás pensé que a mi edad estaría pasando por algo así. Jamás pensé que estaría en una posición como esta."

Leticia sabía que aunque Betzaida lo había perdonado nunca confiaría en él. Sabía que en su desesperación lo sacó del Caserío pensando que ella era el problema: "Grecia la enfermedad no está en la sábana, yo no fui el problema, fui parte de éste. El problema es que nos metimos con una rata, con un tipo sin escrúpulos ni empatía, incapaz de ponerse en el lugar de las demás personas, nos metimos con un cobarde poco hombre. Imagínate si es injusto, que él tampoco la protegió a ella, cuando permitió que viniera a hablar conmigo. Con todo y que yo le advertí que no dejara que ella me hablara..."

Grecia, a sus cincuenta y pico de años, sabía mucho más que Leticia: "Lo que pasa es que las ratas son egoístas y él pensaba que tú estabas tan enamorada de él que lo ibas a proteger, que le ibas a decir a la muchachita que nunca más le enviarías fotos, que entre ustedes no pasó nada y que te perdonara. Pero, ¿sabes qué? si tú lo hubieses protegido, él igual ni te lo agradecía, igual ella te hubiese metido una bofetá y habrías quedado por ahí como una pendeja y él habría seguido detrás de ti, acostándose contigo sin respetarte, por se tan débil y aquí, nadie te respetaria. Por lo menos, después de esto, nadie se va a meter contigo. Nunca, ninguno de estos Tralala, va a intentar joder contigo, porque te diste a respetar. Si ella quiere seguir con él, que siga, dale seis meses y verás como vuelve a sus andanzas. Los ratas nunca se arrepienten, no les da miedo nada,. Pero ¿sabes?, siempre hay uno más listo que una rata, y sí, a los tipos como él siempre les llega su día. Ojalá ni tú, ni yo, ni la pobre de Betzaida, tengamos que presenciarlo. Para decirte más y para que te tranquilices y entiendas que hiciste lo correcto quiero que sepas que él veía otras mujeres además de ti. Eso lo comentaban por ahí. Así que no te sientas mal por haberlo desenmascarado. Cuso me mata si sabe que yo te estoy contando esto, pero que se joda, tú me caes bien y no te mereces sufrir por un cabrón de esa calaña. Hacía tiempo que no pasaba algo así por aquí. Hacía tiempo que una mujer no ponía a un tipo en su sitio. Hacía tiempo que no nos dábamos a respetar y tú lo hiciste por todas nosotras. Gracias Leticia, gracias por reivindicarnos. Ojalá que algún día Betzaida se de cuenta de que le hiciste un favor. Ojalá algún día pueda salir de aquí y conseguirse a un hombre que valga la pena". Esa tarde Leticia regresó a su apartamento, tan triste como en las últimas semanas pero más tranquila y reconciliada con todo lo que había pasado.

Dos meses después Betzaida y Nelson regresaron al Caserío. Betzaida anunció que se había casado con El Bambi, con El Rata, como ahora le llamaban y que tenia un mes y medio de embarazo. El Rata, ya casado y con Betzaida preñá podía volver a su andanzas. Un día se tropezó con Leticia pero ni se miraron. Leticia ni se inmutó, lo vio por primera vez como realmente era. Le vio su pelaje aceitoso y grisáceo, le vio la nariz puntiaguda y los dos dientes filosos, vio su cola larga y por primera vez, ya no sintió pena. Se le erizaron los pelos y agradeció al Universo por haberlo sacado de su vida.

Las víctimas de El Bambi, ahora El Rata, no se hicieron esperar. Trató de seducir a Irlanda, la hermana menor de Grecia pero Cuso se le acercó un día y le dijo: "Ninguna de las mujeres con las que te metiste antes tenían un buen hombre que las protegiera, pero Irlanda me tiene a mí, así que si no quieres que te explote la cabeza de un batazo ni te le acerques. Debes considerar irte de este lugar. Ahora entendemos porqué llegaste aquí así, sigiloso, habías hecho algo parecido en otro lugar. Las ratas destruyen todo lo que encuentran a su paso, no distinguen entre lo que sirve y lo que es basura. Tuviste suerte, pues esas mujeres con las que te metiste, son decentes y la pobrecita de Betzaida es demasiado joven para entender que la estás destruyendo". Nelson lo miró con desprecio y volvió a su casa, pensó un poco sobre lo que le dijo Cuso y se mantuvo tranquilo hasta que Betzaida parió. Las aguas habían vuelto a su nivel. Aunque se les escuchaba peleando todos los días. Comenzó a rumorarse, otra vez, que Nelson, El Rata se había metido con una muchacha que trabajaba como mesera en un Centro Comercial. Lo habían visto, montado en el carro de ella, besuqueándose.

Betzaida se sentía sola pero no se quejaba, nunca se quejaba. Para esos días ya casi no lo toleraba, lo insultaba a la menor provocación, pero no lo dejaba. Así comenzaba todo de nuevo, en la historia de nunca acabar. La historia en la que permanecemos hasta que un buen día, la vida nos golpéa con tanta fuerza que no nos deja más opciones que tomar decisiones. Mientras tanto, todo seguía dando vueltas en el mismo lugar:
-"Mira, coge el teléfono, dale"
-"Yo no estoy esperando llamada, cógelo tú"
-"Mano estás cabrón acaba y levántate del jodio sofá ese, no ves que le estoy dando leche al nene. A la verdad que tú no sirves pa'ná. Estás arrrebatao to el puto día, y de paso, te conformas con hacer alguna chiripa por ahí, que sólo te da pa comprar pasto. Maldito sea el día en que me fijé en ti por lindo. Maldito sea el día en que creí tus palabras, tus mentiras. Me cago en la madre mía por no creerle a Leticia, por recogerte de nuevo. Por pendeja, por ignorante porque me dejé preñar y ahora haces menos, eres un mueble. Tú no sirves, cabrón. Eres un RATA..."


Mara

viernes, 13 de agosto de 2010

Entre la luz y la sombra...

De pronto un día se le torció el camino. De pronto un día lo que parecía estático comenzó a moverse. De pronto un día no cabía dentro de sí y no le satisfacía lo que estaba experimentando. De pronto un día cambió, se sintió distinta. Se preguntó cómo pasó todo, cómo se fue dando, cómo llegó hasta allí. Entonces Patricia recapituló un poco y buscó en el pasado, en los recuerdos, el origen de aquél hastío, buscó dónde y cuándo comenzó todo.

En ocasiones, la vida nos confronta con experiencias que pensábamos no tendríamos o repetiríamos.Quizás para ver cómo vamos a salir de éstas o quizás, porque a lo mejor, tiene un extraordinario gusto por el morbo. Patricia se imaginaba a doña vida, recostada de una pared, observando cómo saldría de una nueva encrucijada.

Era más joven, tendría quizás 35 años. Su vida era bastante buena, según su criterio, todo fluía con naturalidad, no podía quejarse de nada. Después de algunos años tormentosos había encontrado cierta estabilidad; económica, profesional y emocional. Tenía varios amantes, a los cuales veía sin ataduras, de vez en cuando. No tenía conflicto en disfrutarse su soltería, ni haberse tenido que mudar fuera de la ciudad, a la casa donde se crió, a la casa de su madre, con su madre. Tenía libertad para entrar y salir cuando quisiera, podía ahorrar dinero y en aquél lugar, encontraba cierta paz que la llevaba a reflexionar, lo que tanto disfrutaba.

Un sábado en la noche salió con sus amigos por la ciudad. Frecuentaban diferentes bares, con demasiada frecuencia, se divertían juntos. Sin embargo, en los últimos tiempos notaba que ya no se divertía igual.  Recordó que ese sábado había salido por hábito, que no se sintió cómoda durante la velada; alcohol, drogas, cacería, seducción, baile. "Todos los excesos, concentrados en un pequeño grupo de personas; vacías, huecas, enajenadas, adormecidas, necesitadas de algo, sin saber de qué, sin siquiera cuestionárselo", la sorprendió ese pensamiento pero lo descartó, ese no era un buen momento para pensar.

Esa noche conoció a Alejandro. No le gustó físicamente, le pareció común y corriente, del montón. Le pareció prepotente y lo era. La noche había sido larga, estaba aburrida, cansada, medio borracha y con una cosa por dentro que no la dejaba disfrutarse aquello que antes la enloquecía; la inmediatez, la locura de los excesos. Así que, de pronto decidió volver a su hogar, entrada en tragos, sin entender qué le estaba pasando. Condujo hasta su casa, allá en las montañas, sola, mientras sus amigos y aquél extraño siguieron de juerga.

No volvió a toparse con Alejandro después de aquella noche, ni siquiera preguntó por él. Supo que una de las chicas del grupo había terminado en su cama; cantando, bailando y... A Patricia no le importó, como tampoco le importó coincidir con él en otra fiesta. Ella lo vio y se hizo la que no lo recordaba, en cambio, él se acercó, la saludó con alegría, fue afable, ameno y hasta cariñoso. Patricia insistió en que no le gustaba, aunque no se lo dijo, y Alejandro insistió en conquistarla. Esa noche, en esa fiesta, Patricia comprendió que el tipo era un seductor, que tenía buena conversación y que podía llevarse a la mujer que le diera la gana, no por guapo y sí, porque decía lo que tenía que decir, cuando lo tenia que decir y como lo tenia que decir. Todo un cazador...

Alejandro intentó convencerla, intentó hacerle entender que tener una aventura con él valdría la pena. Patricia utilizó la excusa de que no se acostaba con sus amigos, sabiendo que lo que decía era una estupidez, pues acababa de conocer a aquel tipo. Alejandro la escuchó con detenimiento, se rió de su absurdo comentario y añadió que él no era su amigo ni pretendía serlo pues quería acostarse con ella: "¡Ok!, entonces no somos amigos pues yo me quiero acostar contigo". A Patricia le enojó su soberbia, pero agradeció su sinceridad: "Cariño, no te esfuerces tanto, no me voy a acostar contigo, sencillamente porque no me gustas", sonrió, sin revelar su frío pensamiento.

Poco tiempo después, aquel grupo con el que compartía sus andanzas, sus excesos, finalmente se separó. Cuando la gente se junta por las razones equivocadas, inevitablemente se separa por las razones verdaderas. Ese fue el momento justo cuando Patricia decidió retomar su vida, revisarse, reinventarse.

De esta forma, cansada del mundanismo, cansada de repetir las mismas historias, personajes y situaciones, Patricia comenzó a buscar otras experiencias. Decidió internalizarse en las profundidades de su ser.  Se quedó en el campo, con su madre; trabajaba y regresaba al campo y leía y pensaba y reflexionaba. Así decidió emprender un viaje, sola. Decidió hacer un cambio dramático en su vida, decidió intentar cosas distintas. Buscó, indagó, se cuestionó qué le gustaría hacer, qué le llenaría el alma, el ser.

Después de mucho indagar, de observarse, de limpiarse, de depurar un poco sus pensamientos. Decidió irse como misionera. Primero se fue a ayudar a un país muy pobre, allí hizo de todo. Se entregó a esta nueva experiencia, aprendía algo nuevo todos los días. Lo que más le llenaba era interactuar con aquellas personas, verlos en su sencillez, en su inocencia y en su miseria. Se desconectó de lo que había dejado atrás; de la ciudad, el alcohol, las drogas, el sexo, el vacío y comenzó un largo viaje.

Ser misionera, había complementado la búsqueda hacia su interioridad, había encontrado su propósito en esta vida, en esta encarnación, ayudar a otros. Sentía gran satisfacción por su elección, por la sencillez y el desapego con el que vivía, se sentía realizada, se había transformado y lo sabía y también comprendía que su metamorfosis concluiría el día que muriera. De manera que, aceptaba la vida tal cual llegaba, aceptaba cada día y se fusionaba a las leyes universales, con humildad y alegría.

Al cabo de varios años regresó.  No se quedaría por mucho tiempo, quería compartir con su familia, quería observar el lugar que había dejado atrás, quería confirmar que sus elecciones habían sido acertadas. Quería toparse con la gente de su pasado, quería verles, observar dónde habían llegado, observarles de cerca aunque desde la distancia. Realmente, quería ponerse a prueba, quería ver cómo se sentía en los mismos espacios de su pasado. De alguna forma, reconocía que se había tomado demasiado en serio su viaje, que había llegado bien profundo y que ahora necesitaba parar por un tiempo. Necesitaba procesar toda la información, necesitaba regresar al mundo real, al exterior; donde nacen y mueren los sueños. Debía experimentar un poco del sabor agridulce de la vida mundana. Sabía que experimentar la cotidianidad desde la sencillez, desde esta nueva perspectiva era lo que necesitaba para confirmar lo que había aprendido durante su viaje. Necesitaba hacer este experimento, para retomar nuevamente la peregrinación que hacía años había comenzado.

Llegó sabiendo que su estadía sería pasajera. Quería experimentar la cotidianidad pero ya planificaba su próxima aventura hacia los profundos confines de su ser. Una tarde se encontró con Alejandro. Hacía años que no lo veía y de pronto, pensó en la sincronicidad del Universo, en las coincidencias. Estaba un poco más viejo, más añoso y probablemente, más experimentado. Le alegró verlo, le divirtió la coincidencia, observó cómo se desarrollaban los eventos, se conectó con aquel momento. Charlaron un poco y él, no perdió la oportunidad para recordarle que siempre iba a querer acostarse con ella. Patricia se sintió halagada pero no lo dijo, él le pidió su número de teléfono y ella le dijo que era el mismo: "Nunca he desactivado mi teléfono móvil y mi número es el mismo, si todavía lo recuerdas, pues me llamas" Sonrió, le dio un beso en la mejilla y se fue. "Es fácil coquetear con un hombre al que sabes que le gustas", pensó Patricia.

Mientras caminaba, mientras se alejaba de aquel viejo y experimentado cazador pensaba: "Somos esencialmente la misma cosa, a pesar de las experiencias, a pesar de la manera como hayamos decidido vivir, siempre la esencia prevalece, eso no cambia." Patricia sabía que ya no era la misma persona, se daba cuenta de que era distinta. Sin embargo, allí también se dio cuenta que su esencia; la coquetería, la seducción, el gusto por lo arriesgado, aquella cosa mala que la habitaba desde siempre, estaba ahí, siempre lista para manifestarse. Comprendió, que su complejidad era coexistir con dos seres disímiles, dos seres que al fusionarse creaban la totalidad que la representaba, la unidad. Dos seres distintos pero que convivían dentro de ella y se manifestaban en momentos distintos, de manera diferente. Aceptar la dualidad de su ser, le dio tranquilidad, paz y la certidumbre de que estaba en el camino correcto. Ninguna confligía con la otra, una la llevaba hacia la evolución, hacia la paz, hacia el gozo de saberse protegida por la luz Universal, la otra complementaba la totalidad de su esencia, la mujer vivaracha, coqueta, mundana, ávida de experiencias, a la que aún le encantaba probar el vacío y lanzarse a la nada.

Aquella misma tarde, Alejandro, cazador incansable, la llamó. "Un cazador se vuelve obsesivo, si no puede cazar a una presa, la persigue, la persigue y la persigue hasta lograr su objetivo. Aunque no tenga frío, aunque no tenga hambre, caza por vicio, por entretenimiento. Persigue una presa escurridiza porque se convierte en un reto" pensó Patricia al darse cuenta de que era él quien llamaba. Alejandro insistía en seducirla y Patricia en negarse, y en ese toma y dame, de cierta manera, coincidieron en algo, a ambos les gustaba jugar.

Una semana más tarde, Patricia fue activada como misionera, había ocurrido un desastre en el lugar donde había estado los últimos años y algunas personas habían mencionado su nombre. Empacó y se fue, sin pensarlo, sin cuestionárselo. La naturaleza escoge al azar los lugares que necesitan limpiarse: "Todo en la vida ocurre de súbito, por eso no podemos planificar nada, no podemos controlar nada", pensó Patricia, mientras se dejaba llevar hacia otra experiencia.

Los meses en aquél lugar volvieron a transformarla, inevitablemente. Una vez más Patricia se reinventaba, se miraba por dentro y veía su trayectoria por esta vida, miraba lo que había hecho y cómo había vivido. Se preguntaba, ¿Cuántas veces habría encarnado y solamente habría caminado por la vida de manera lineal?, ¿Cuántas veces habría estado en este plano y no habría hecho nada para evolucionar? Reía al pensar que esta encarnación tenía como objetivo hacerla caminar con un propósito y se lo había tomado tan en serio que llevaba buscándose y reinventándose desde antes de hacerse consciente de lo que le estaba ocurriendo. Todavía no sabia hacia donde se dirigía, pero si sabía que quería vivir el ahora con intensidad. No quería perderse un sólo momento de esta vida en su camino hacia la interioridad y menos, de la sencilla complejidad del exterior.

Meses más tarde regresó y una vez más, coincidió con Alejandro. Estaba en un café, observando la gente pasar, una vez más, pensando en la vida y de pronto, allí llegó el hombre. Parecía que el Universo, de alguna forma, se empeñaba en juntarlos. Rieron por la coincidencia y conversaron un poco. Realmente no conversaron, irónicamente, casi nunca conversaban. Alejandro entablaba un monólogo excepcional en el cual narraba sus aventuras, contaba cuentos y hablaba de él y de su grandiosidad. Eso era lo mejor que hacía, hablar de él, entablar un monólogo en el cual narraba sus aventuras a lo Indiana Jones. Lo observó hablando de lo mucho que sabía y de lo bueno que era en todo lo que hacía, en la manera como todos lo envidiaban e intentaban obstaculizar su progreso. El ego de Alejandro era lo que menos toleraba, lo que menos la motivaba. "A lo mejor, todo habría sido más sencillo, si el tipo no fuese tan prepotente".  Sin embargo, allí estaba, una vez más frente Alejandro Magno, frente a Alejandro el Grande, escuchando su discurso. Quizás más relajada, menos reactiva, más abierta a experimentar lo que el Universo volvía a ponerle de frente. Ahora Patricia, disfrutaba observar, capturar momentos.

Hacía algún tiempo que había validado la otra parte de su ser que conformaba la totalidad de lo que era. Sin embargo, entre tanto ajetreo, aún no había podido verla manifestarse. En el ahora, con el entendimiento y la sabiduría que te da el aceptar que somos un conjunto de características que se contraponen pero que no se invalidan, que simplemente, se complementan. Nada la desviaría de su peregrinaje, sólo se desviaría un poco.

El cielo comenzó a nublarse y Alejandro, quien vivía muy cerca del café,  la invitó a su casa. Patricia aceptó, caminaron hacia el lugar. Un pequeño apartamento, allí en la ciudad, donde se fusionaban la riqueza y la pobreza, la belleza y la fealdad, lo mundano y lo profundo. Al entrar en su espacio, en su intimidad, le pareció que se internaba en otra realidad. Una realidad paralela, como si entrara en un cuento. Era un espacio lúgubre, sucio, maloliente. Allí todo estaba roto, carcomido por los años, por la dejadez, por el abandono. Patricia se cuestionó cómo se atrevía invitarla a semejante lugar, "¿Cómo justificará vivir de esa forma?" pensó y siguió pensando, sorprendida: "Si las casas son un reflejo de la interioridad de los seres que la habitan, ¿cómo será la interioridad de Alejandro? Así...desordenada, oscura, sucia." Patricia no sabía donde pararse, donde ubicarse, observaba con sorpresa, intentando parecer normal. El olor del espacio era pesado, húmedo, la luz era tenue, pobre. Había desorden por todas partes, ropa sobre el sofá, toallas tiradas sobre una silla, ropa de cama percudida sobre un suelo aún más sucio...un desorden como pocas veces había visto. Patricia no comprendía por qué estaba allí, pero la no resistencia, la llevó a crear un personaje dentro de aquella historia. De alguna manera quería experimentar aquella sordidez, aquel caos interior que la atraía y con el cual, de alguna manera, se identificaba.

Aunque no lo dijeron, ambos sabían por lo que estaban allí. Desde que aceptó la invitación, supo que llegar hasta la casa de Alejandro era entrar en su territorio y que ya, debía sentir el sabor de la victoria. Saber que su presa estaba allí, expuesta, dispuesta a se cazada. No le molestó lo que él pensara, tampoco intentó justificarse. No estaba allí para demostrar nada. Estaba allí, arrastrada por la curiosidad, sorprendida por lo que veía y seducida por lo que, una vez más, creaba en su complicada mente.

Entró en personaje y se imaginó que estaba en un cuarto de algún lugar, con alguien a quien acababa de conocer. Sintió la frialdad del espacio y la morbosidad del momento, allí estaban, ella y el extraño, juntos con un propósito, darle placer a sus cuerpos. Patricia no comentó nada sobre la fantasía en su cabeza.
Se excitó al pensar en lo que estaba haciendo. 

Se había resistido por años a la seducción de Alejandro pero esta vez, dejaría que la cazadora de hombres, la seductora, la otra mitad que la habitaba se manifestara plenamente. No le importaba lo que él pensaba, esta vez él no era el cazador pues ella lo había escogido. Esta vez él era su presa y ella lo había cazado para cogérselo. Sí, cogería con él, cogerían porque llevaba tiempo sin coger, porque estaba cansada de cogerse a si misma, porque quería sentir el peso de un cuerpo sobre ella, quería que la miraran y que le hablaran y que le dijeran que la deseaban y quería escuchar el aliento de un hombre, que la mordieran, que le halaran el pelo, que se la cogieran, que se lo hicieran con ganas, quería sentir aquello que hacia tiempo no sentía y Alejandro y su habitación, eran los mejores personajes y el mejor escenario.

Patricia volvió en sí, aunque en personaje, se dejó llevar. Se sentaron en aquella sala a charlar, y hasta sintió que le picaba un poco el cuerpo, pensó en los ácaros, en lo que estaba a punto de hacer pero no se detuvo y rió en silencio. Alejandro le invitó un trago, afuera llovía y era un domingo cualquiera, aburrido. Lo aceptó, pensó que así iba a ser más fácil permanecer en personaje. Había escogido tener una aventura y no había vuelta atrás. Alejandro hablaba, hablaba y hablaba de él. Juraba que era un ícono de la cotidianidad, de lo pueblerino y era sólo alguien del montón, intentando hacerse un hueco en la sociedad, intentando hacerse un espacio dónde habitar, dónde permanecer.

Alejandro aún no había entendido, que el único lugar donde podemos permanecer es en nuestra búsqueda como individuos, que el único lugar al cual pertenecemos es a nosotros mismos, sin fingimientos, sin intención de demostrar nada, sin deseos de que nos vean de otra forma que en la simplicidad de la esencia. Le daba risa su prepotencia tras la cual se escondía un gran miedo y una gran tristeza, pero no estaba allí para analizarlo y menos juzgarlo. Estaba allí, simplemente para gozárselo.

De pronto, se habían invertido los roles y él se había vuelto mujer y ella hombre. Ella en cazador y él en su presa. Alejandro estaba allí, haciendo una actuación sobre el por qué valía la pena estar con él, faltaba que dijera que planchaba, lavaba y fregaba, bueno...aunque eso no lo podía decir pues la dejadez en su espacio demostraba que no era buen ama de casa. Patricia volvió a reír en silencio, mientras él balbuseaba alguna cosa.

Había dejado de escucharlo, su voz era sólo un susurro. Patricia sentía su cuerpo vibrando con ganas, se había erotizado ante la película que se había formado y esto le confirmaba que somos responsables de nuestro placer sexual. "Está en nuestras manos el cómo nos la pasemos en la cama con un hombre. Si dejamos llevar nuestra mente en la dirección correcta, hacia el erotismo; el orgasmo está garantizado", pensaba, mientras Alejandro continuaba su monólogo. No sabía de lo que estaba hablando, había dejado de escucharlo desde hacía rato. Lo miró una vez más, se le acercó y lo besó sin pedir permiso; en la boca, con ganas, respirando profundo como queriendo quitarle algo y le dijo: "no te estoy escuchando, sólo quiero que me lo hagas..." A él también se le erotizó el cuerpo, también se le aceleró el pulso. Se le estaba dando aquello que había deseado desde hacía tiempo.

Se desnudaron sin pudor, se toquetearon, se lamieron y se cogieron como animales, se miraron, intentando encontrar en el otro aquello que les faltaba. Dos cuerpos sudados en aquel espacio sórdido, donde el polvo era denso. Frente a aquella pared llena de humedad que recreaba una sombra que parecía un mapa, frente a aquel abanico lleno de polvo, sobre aquel catre sin sábanas, que olia a cuerpos sudados, en el cual habrían estado sabrá dios cuántas mujeres, hombres, seres de carne y hueso, en su búsqueda de placer, en su búsqueda de un buen orgasmo. Buscando, siempre buscando algo que los sacara del marasmo, de la rutina y del aburrimiento del día a día., Sus cuerpos estaban poseídos, extasiados, no podían parar, terminaban y volvían  a empezar, se vestían y se desnudaban. Y al final, cuando se acabó la historia en su cabeza, cuando el personaje se esfumó con el orgasmo. Allí, tendida, ante aquel horroroso lugar, junto aquel hombre que nunca le gustó, Patricia sintió que se le había exorcizado el cuerpo. Ahora, sin distracciones, podría volver a lo que había escogido. Regresar a su búsqueda, a su realización, sin conflictos, aceptando la dualidad con humildad, con agradecimiento, con paz.

Patricia sabía que no volvería a ese lugar, sabía que esta experiencia había llegado más lejos de lo que pensó. Comprendió que lo mundano, como lo había experimentado cuando joven, ya no significaba nada para ella. Entendió que el vacío no es un espacio desocupado, es la soledad del alma. Es donde permanecemos mientras encontramos la luz, es el limbo. Así, después de todo lo que había experimentado por la vida, después de todos los lugares que había visitado, se dio cuenta por fin que la miseria, nada tiene que ver con las carencias, pues la miseria se lleva por dentro. La miseria la llevan aquellos que no se arriesgan a experimentar ese vacío, a comprender y aceptar la dualidad que nos compone, de la que estamos hechos.

Curiosamente, al próximo día la llamaron de emergencia, había ocurrido otro desastre. Ahí estaba la lección de ese encuentro, debía entender que ningún fenómeno, ningún capricho del Universo podía compararse con los fenómenos que ocurren en la interioridad de los seres humanos. Ya no le sorprendía nada, lo había visto casi todo, había estado en el cielo y también en el infierno, en la luz y en la sombra, afuera y adentro, en la cómoda habitación de su ser y en el lugar más recóndito, más sombrío, más oscuro de la interioridad de un hombre y de sí misma. No había duda, estaba lista para el próximo viaje...

Mara

sábado, 7 de agosto de 2010

Speedy...

Quería que todos mis relatos mostraran una enseñanza, alguna lección, pero hay veces en que la historia, el cuento, en sí mismo, en su simplicidad, es la mejor enseñanza. Contar por contar, para exorcizar la mente....

Una tarde, Luciana y cinco amigos; Mariela, Sandra, Guillo, Martita y Ceci, se encontraban reunidos. Mensualmente, se juntaban para cenar, beber, fumar y dialogar sobre los últimos acontecimientos de sus vidas, para ponerse al día. Se conocían desde hacía años y el grupo era heterogéneo y divertido; casadas, divorciadas, viudas y homosexuales. En la vida de una mujer siempre hay un amigo homosexual, ellos completan la totalidad de lo que somos y son la mejor compañía. Mismo gusto por el género masculino y a la vez, energía masculina. Todo en uno.

Esta pandilla de amigos, había ido y venido. Por cosas de la vida, no habían podido juntarse, los seis, por algún tiempo; por el trabajo, por enfermedad, maternidad, duelo. Por fin volvían a encontrarse, todos, después de varios años. Luciana había dejado al grupo durante el último año, estuvo trabajando fuera del país. De manera que, la reunión se celebraba en su honor y probablemente, la conversación giraría en torno a ella y sus últimas andanzas.  Contó sobre el país en el cual vivió y trabajó, contó sobre la gente, sobre los lugares que visitó y sobre los amoríos que tuvo.

En materia de amoríos Luciana tenía una enciclopedia de relatos. De modo que, al rato de estar conversando, Martita le preguntó sobre alguna experiencia significativa durante ese último año, algún cuento digno de ser relatado.  Comenzó a reírse y les dijo: "Pensé que no me iban a preguntar. Tengo la mejor historia sobre lo que no queremos en una relación, por lo menos a nuestra edad. Una situación que no podremos evitar hasta que nos la topemos de frente, pero ante la cual debemos salir corriendo, despavoridos si queremos, tan pronto la descubramos."

Así, sin más preámbulos, Luciana contó que había conocido a John, a los seis meses de estar en aquel distante país: "No había estado con nadie desde hacía tiempo, y menos con alguien de ese país y de repente, cuando menos lo esperaba, se me cruzó este tipo en el camino. De más está decirles que estaba loca por acostarme con alguien." Relató sobre cómo lo conoció y dónde, sobre los primeros encuentros, las primeras salidas a cenar y sobre la primera noche que estuvieron juntos. Ofreció detalles sobre lo que hicieron, dónde fueron y cómo llegaron a la cama; los besos, quitarse la ropa, besarse aún más, menos ropa, más intensidad. Luciana hablaba animádamente, relató todo el acto, con detalle y de pronto, cuando llegó a la parte pico, cuando el tipo la penetró, dijo secamente: "...Con expresión de vergüenza me miró y dijo, "Acabé". Me sorprendí, aunque lo esperaba, pues me había dicho que hacía mucho tiempo que no se acostaba con ninguna mujer. Bueno, y como trato de ser compasiva y pensé en su ansiedad, en su deseo por lucir bien, en los nervios de la primera vez y en que los hombres necesitan de una reacción física para que todo el "performance" pueda ejecutarse, pues permanecí en silencio y continuamos con la segunda parte del ritual. Hablamos, nos acariciamos y nos acostamos a dormir". Sus amigos la atendían con complicidad y algunos hacían comentarios entre ellos y reían.

Sandra comentó, que a las mujeres nos pasan cosas extrañas con los hombres, pues todos son iguales y a la vez distintos: "Así también son las mujeres" dijo Guillo, saliendo en defensa por su género sin que el verdadero relato se hubiese desarrollado completamente. Luciana añadió: " Tienen razón, por la vida hay de todo y en materia de hombres y de sexo, una gama de posibilidades; Altos, bajitos, grandes. chiquitos, flacos, gorditos, los buena cama, los regular, los malos, los bien malos, los que creen que meter mano es hacer una película porno, los que son egoístas, los que pierden la erección, los que nunca la tienen, ¡ah! y los que se vienen rápido..." Rieron a carcajadas ante su comentario."Confieso que esta experiencia que les estoy contando me tomó por sorpresa de principio a fin y que pequé por enferma y por inexperta en ese asunto".

Luciana contó que después de aquel primer "Acabé", siguió viendo a John, sin juzgar el primer encuentro pero buscando una segunda oportunidad para verlo manifestarse: "Decidí esperar por una próxima ocasión, no lo iba a descartar en la primera. Me gustaba, estaba bien bueno y pensé que eso le puede pasar a cualquiera la primera vez. Así que seguí viéndolo, nos la pasábamos bien juntos, conversábamos y salíamos con cierta frecuencia. Cada día junto a John era especial. Sin embargo, por experiencia también sabía que cuando una relación inicia y también empieza el sexo, cada encuentro y cada ocasión son la mejor excusa para estar juntos íntimamente, osea para chichar, aunque eso sólo pase al principio de la relación...pero con él no era así. El tipo siempre inventaba una excusa para no intimar. Por fin llegó una segunda ocasión, y ahí en medio del manoseo y la cosa, 3-2-1, cara de susto, vergüenza y..."Acabé". Luciana interrumpió su relato para mirar las caras de sus amigos y reír junto a ellos. Se dio un sorbo del trago y continuó: "Ahí pensé ¡Oh Shit!, nos jodimos...pensé en un sobrenombre pero me lo callé. "¿Qué sobrenombre?" dijo Martita. Luciana la ignoró y continuó su historia: "Reí en silencio, pero igual volví a ser compasiva y le dije que no se preocupara, que se quedara tranquilo que eso era normal. ¡Normal cojones!, ya me estaba preocupando", sonrió de medio lado, con su característica picardía.

Los amigos de Luciana querían salir a fumar pero estaba tan ofuscada en su cuento que decidieron esperar para escuchar, cómo continuaba la historia: "Al próximo día me metí en internet, hice una búsqueda por Google; "Premature Ejaculation", "fast ejaculation", "weak erection/premature ejaculation".  Busqué, busqué  y busqué, leí, indagué y en corto tiempo, ya sabía lo que necesitaba para ayudar al muchacho guapo con cara de ángel.  En el ciberespacio había de todo, desde medicamentos hasta tratamiento sicológico, ejercicios para hacer solo y para hacer en pareja. Me empapé del material e ideé la manera en que abordaría la situación..."

Detuvieron la conversación, salieron a fumar y allí Guillo le dijo: "Nena dale, que ese cuento está bien bueno". Luciana, conversaba elocuentemente, cigarrillo y trago en mano: "Bueno, hubo un próximo encuentro con el John y después del ya conocido, "Acabé" nos quedamos en la cama bromeando y conversando. Hasta que por fin le comenté que entre las posibles causa de que él tuviera eyaculación precoz estaba, los malos hábitos de masturbación. El pobre me miraba con atención y vergüenza y yo, como una maestra dando un discurso, explicándole, como si fuera una experta en la materia...y añadí, entonces, como los adolescentes se esconden para masturbarse, pues se acostumbran a eyacular con prisa, por temor a que los cojan y esto lo que causa, en ocasiones, es que ya como adultos sufran del mismo tipo de ansiedad y eyaculen prematuramente. Me sentía orgullosa de la manera tan desapegada y técnica en que había explicado su problema. Le hablé sin cagarme de la risa, porque confieso que me daba risa y pena a la vez, ya me conocen...El tipo como que se molestó y me dijo: "¿Te metiste a buscar?" y yo hasta orgullosa le dije: "¡Claro!". Y pues, qué les digo, ahí comenzó el principio del fin". Todos hablaban a la vez y Guillo comentó: "¿Y qué esperabas? Le tocaste la parte más sensible de un hombre, su virilidad y sexualidad. Nena, por eso los hombres se quieren morir, eso es bien delicado. A lo mejor tu intención no era ofenderlo pero lo hiciste. Pusiste en duda su capacidad para satisfacerte". Luciana y las demás chicas se miraron entre ellas empezaron a reírse y Luciana añadió: "pues te confieso que la seguí cagando hasta el final". Entraron volvieron a sentarse pidieron otra ronda de tragos y continuó su monólogo.

"Casi nunca decía que no, pero evitaba ir a mi casa o que yo fuera a la de él. Nos veíamosa casi a diario pero para hacer cosas y yo acá, loca por tirármelo todo el tiempo. No entendía lo que pasaba, era cariñoso, sexy, me seducía allá afuera, me enviaba mensajes, era todo un primor. Pero la dosis de sexo me tocaba una o dos veces en el fin de semana. Así que lo interceptaba en las mañanas, me bañaba, me le metía en la cama, lo tocaba, le daba "break" para que fuera al baño, hiciera pipi y se cepillara los dientes y me lo cogia tempranito, no se me fuera a arrepentir durante el día. Ahí duraba un poquito más. Pobre, a lo mejor se sentía violado y yo ahí, fajá..." Las risas no paraban, lo animado del relato y la minuciosidad en detalle no dejaba que la desatendieran, ni siquiera contestaban las llamadas que recibían a sus móviles. Mariela pidió permiso para ir al baño, como si estuviera en la escuela: "Tengo que ir al baño, detén el cuento que no me quiero perder ni un detalle, ¡please!" Cambiaron el tema momentáneamente y al volver, Mariela dijo: "Soy toda oídos, síguelo".

"Ya estaba medio resignada con la cosa y notaba que conforme pasaba el tiempo, a él le daba ansiedad estar a solas conmigo, aunque siempre era cariñoso. Nos quedábamos juntos, pero él como que nunca sabía si quería irse en la noche o temprano en la mañana,. La disyuntiva era perpetua y confieso que me jodía un poco pero quería ser compasiva y me callaba.  Siempre tenía algo que hacer del trabajo, o tenía una reunión. Preocupado, siempre preocupado. Sin embargo, cuando salíamos teníamos las mejores conversaciones. Me deslumbraba su inteligencia y capacidad de análisis, era brillante.  Un día, mientras conversábamos sobre sexo, ¡para variar!. Tema obligado cuando no te chichan suficiente, John me comentó que a él le gustaba más, hacerme sexo oral que cogerme" Todos comenzaron a reír y alguien dijo:"¡Qué embustero!", otro dijo: "¡Yeah, right!" y cuando disminuyó la algarabía, Luciana añadió: "Yo no podía creer lo que me estaba diciendo. A ningún hombre, ni a ninguna mujer le gusta mamar más que chichar, ojalá eso fuera así... ¡eso es mentrira!". Martita añadió: "Hasta yo sé eso y no tengo calle... Está bien, confieso que tengo algo de calle, pero es que me casé con Carlos bien joven. Nada, el punto es que no le creíste y nosotros tampoco, ¿Cierto?", y todos al unísono contestaron: "Cierto" Luciana continuó: "Pensé que el tipo era raro y embustero, me dije, ¿será gay?, ¿será que no le gusto lo suficiente?, ¿será que tiene otra mujer?..." Guillo la interrumpió y le dijo: "¿Y qué le dijiste?" Luciana rió y añadió: "Después de pensar un poco, contesté alguna tontería, para salir del paso, e ignoré el comentario. En ese momento, para mí lo más importante era no olvidar el comentario, pues quería que formara parte de la historia que contaría... Lo acepto, soy morbosa".

Las mesas contiguas observaban con cierta curiosidad la mesa en la que se encontraba Luciana con sus amigos, nadie se divertía tanto, aquella noche, en aquel lugar. Ordenaron la cena, pidieron otra ronda de tragos y Luciana siguió hablando: "En materia sexual la cosa no progresaba, lo que obstaculizaba un poco el desarrollo en otras áreas. De manera contradictoria mientrasa menos me cogía, más quería cogérmelo yo. El respondía sin quejarse, pero no veía en él la pasión y la lujuria que tanto me excitan. Como veía el desinterés del tipo para bregar con el problema, ¡porque ya era un problema, un gran problema!, decidí entonces encargarme de la situación e intentar salvarlo de aquel anormal suplicio. Llamé a Guillo y me recomendó que le hiciera sexo oral primero, para relajarlo. Mira y yo entregá...aunque realmente era muy fácil pues en un dos por tres, en un chasquido, se acababa el primer "round". Yo me imaginaba al tipo diciéndome, "Acabé", como si yo no hubiese estado lo suficientemente cerca para notarlo". Las miradas, los gestos, las mímicas de todos, imitando la cara de Luciana, la de John, la risa desenfrenada, como si fueran adolescentes, hacían de la velada todo un espectáculo digno de observar. Ceci, que había guardado silencio durante casi todo el tiempo, dijo: "¿Y entonces?". "Entonces veía su carita desencajada de placer. Nada, esperábamos un ratito y la segunda ronda, porque siempre había segunda ronda, lo reconozco y ahí duraba un poco más. Todo el acto, seguido de mi "coaching"...que si suave, que si para, que despacio, que no te muevas y de repente, ¡zas!... "Acabé". Ahí iba yo, en otro acto de compasión; no te preocupes, me encantó, mientras pensaba; ¡Qué mierdaaaaaaaaa, qué flojo es este tipo!"

Terminaron de comer, salieron a fumar y Guillo comentó: "Nena este cuento está tan bueno que nadie más ha dicho nada, todos queremos saber qué más pasó con el chico, y Luciana le dijo: "A partir de ese día comencé a llamarlo Speedy, Speedy Gonzáles". Todos rieron y Guillo, ya impaciente le preguntó: "Nena dime, ¿cuánto duraba, diez, quince minutos?" y  Luciana lo miró y le dijo: "Si hubiese durado diez minutos no lo estaría contando", a lo que Guillo añadió: "¿Entonces cuánto? y Luciana lo miró y le dijo en voz baja, con cara de duda: "tres minutos...o menos". Ahí se escuchó el silencio y la música de fondo, como en las novelas mejicanas...¡TAN, TAN, TANNNNN! Guillo se tapó la boca como si estuviera horrorizado, miró a las demás chicas y dijo: "No te creo" Rieron descontroladamente otra vez. Guillo volvió a interrumpir y comenzó una explicación masculina sobre la eyaculación, le preguntó a Luciana sobre si había intentado algunas otras técnicas para retrasar la eyaculación y ella confesó haberlas tratado todas: "TO-DAS...era perfecto hasta que llegaba la hora de meter mano, ahí el tipo como que se preocupaba y finalmente me lo hacía pero no había fuegos artificiales ni nada" Guillo le preguntó: "¿Pero te hacía venir? y Luciana le dijo: "Se esforzaba y hacía su trabajo, la cosa se jodía cuando me penetraba. Tan pronto me pentraba y sentía el calientito..." y todos al unísono dijeron entre risas: "Acabé", "Sí, y era horrible", rió Luciana.

Contó que en otra ocasión, mientras ella le hacía sexo oral, lo observó, dijo que tenía los ojos cerrados, que estaba balbuseando algo. Añadió que sintió curiosidad por lo que estaría diciendo y le preguntó sutilmente, provocativa, mientras aún sostenía su pene entre las manos: "¿Qué dices? y él me dijo, nada y aunque insisti y volvió a decirme, nada, yo seguí haciendo mi trabajo y pensé en lo tímido que era, pensé que se avergonzaba de hablar y decir sus fantasías, parecía tan inexperto. Ni siquiera me miraba, pues si le pedía que me mirara, ¡zas!.." y otra vez. todos al unísono dijeron: "Acabé" Las carcajadas retumbaron en el lugar donde se desarrollaba la tertulia. "Ahi no termina la cosa, varios días después, mientras conversábamos y otra vez hablábamos de sexo y él me contaba cosas sobre su intimidad con otras mujeres, me dijo, ¿quieres saber lo que decía el otro día cuando me preguntaste? Y yo que estaba súper curiosa, prendí los radares para escuchar lo que tenía que decir Speedy. Pensé que por fin me iba a confesar sus fantasías". Guillo no dudó en interrumpirla y riendo le dijo: "Y el tipo te confesó su fantasía más íntima; Me imagino a un tipo fuertote mamándomelo y tocándome por detrás". Todos volvieron a reir y Luciana continuó: "Y el tipo dice, lo que yo hacía mientras balbuseaba era contar y pues, me quedé en una pieza y le dije, ¿Contar?". En ese momento del relato todos sus amigos sonreían, la miraban y atendían con impresionante silencio. Luciana siguió el cuento: "Sí, contar, 8+8=16, 16+16=32, 32+32=64, 64+64=128 y así sucesivamente, lo difícil es cuando llego a 4,096, ahí se va complicando la cosa..." Nadie en la mesa podía creer lo que Luciana relataba y ella confesó que, cuando lo escuchó, tampoco lo creyó y menos supo qué decir. No se sentía halagada ni mucho menos. Sandra, que sólo había reído durante el relato preguntó: "¿Y qué le dijiste?" a lo que Luciana contestó: "¡Pues nada!, me quedé muda, creo que entre dientes le dije, ¡Ah! veo..."

En este momento de la historia Luciana confesó que creía que Speedy tenía algún trauma sicológico y que su problema sexual era grave. "Mientras más trataba de ayudarlo, más la cagaba. La cara del tipo cuando nos encontrábamos solos, era casi de terror. Me lo imaginaba corriendo despavorido, con los brazos arriba, como en los muñequitos, escapando de mí. El pobre se preocupaba tanto que se rascaba la cabeza y hasta sangre se sacaba. ¡Bendito!" Guillo volvió a interrumpir y le dijo: "¿Y cómo acabó la cosa?" Luciana rió mucho antes de hablar y dijo: "Pues de pronto un día, Speedy se convirtió en David Cooperfield y en un acto de ilusionismo desapareció sin decir nada..." Rieron al unísono por su ocurrencia, comentaron algunas otras cosas y continuaron la divertida velada. Ahora le tocaba a Guillo contar su historia...

Mara