lunes, 26 de julio de 2010

Un día cualquiera...

Un día la vida te cerca, te atrapa, te estrangula. Sientes que te aprieta fuerte y no suelta, y te asfixia y piensas que no va soltarte. Es ahí donde, después de tanto pelear, te cansas, te frustras y comienzas a reflexionar, y al fin comprendes por qué la gente se quita de la vida, por qué la gente se da por vencida...

Fue después de esta reflexión que  decidió escribir este relato, intentando ponerle un poco de humor a esta vida que puede ser un infierno y también el cielo. Esta vida que es espeluznantemente honda y maravillosa...

Se sentía frustrada, aturdida, sola, muy sola. Llevaba una racha de incidentes que no podía comprender. Se sentía desconectada de su ser, de su espiritualidad, una vez más. Algo había pasado allá adentro. 

 Después de un largo día, en el cual trató de hacer su vida y llevar su cotidianidad de la mejor manera, regresó a su apartamento. Al entrar, recordó que tenía que llamar a un plomero, lo había olvidado, la ducha estaba tapada otra vez. Aturdida por la crisis económica y harta de que pasaran cosas extrañas, por no decir malas; lloró, lloró con sentimiento, con tristeza, con frustración. Estaba cansada de luchar, de echar hacia adelante, de sonreír, para lograr que la vida diaria y su rutina fueran más amenas.  Cansada de no poder hacer nada, fumó un cigarrillo, leyó un libro de auto-ayuda y se acostó a dormir una siesta.  Al despertar se sentía peor, "¿estaré deprimida?" se preguntó.  Entró al baño y recordó la ducha tapada. La gotera que salía de la mezcladora y que caía sobre el estanque, sobre ese pozo de agua turbia, daban fe de lo que sucedía allá adentro, ¡glup!,¡glup! Volvió a sentir deseos de llorar. Se recompuso, contestó varios mensajes, rechazó varias invitaciones y decidió ir al gimnasio, por segunda vez ese día.

Tomaría el tren, eran las cinco de la tarde de un miércoles, allá para 2008. Eligió hacer algo diferente,  pues dicen que sólo obtienes resultados distintos cuando cambias los estilos.  Allá fue Marcela, se pertrechó de llaves, celular, dinero y "lipstick"; "antes muerta que sencilla", pensó.  Llegó a la estación del tren, esperó por un rato y por fin pudo montarse a un vagón repleto de seres humanos. Durante la trayectoria, observó (con los años se había vuelto mejor observadora) las caras de las personas dentro del vagón: "¡Wow! qué muchas mujeres", se dijo. Escuchó en silencio las conversaciones a su alrededor; una señora contaba sobre la planificación de la boda de su hija, otra contaba sobre la orden de protección que había solicitado contra un hijo. Todas hablaban sobre sus historias, sobre su alegría, sobre sus tragedias personales.  Marcela pensó en la vida otra vez, en su tragedia personal, y se dio cuenta de que la suya era la rutina, el aburrimiento.

Se bajó del tren y caminó hacia su destino, mientras hablaba por el celu con su amiga Beatriz, conversaban sobre lo que le estaba pasando. De pronto, mientras cruzaba por debajo el puente, notó que en la calle, justo al lado de la acera por la que pasaría, había un enorme charco de aguas negras, charco que algunos carros pisaban, creando una  enorme ola de mierda. Se acercó y decidió correr para evitar que la mojaran. Corrió, y mientras corría escuchó un carro acercarse y también acelerar, justo cuando cruzaba por el lado del charco y dijo; "¡fuck...me va a mojar!". Aceleró el paso y allí en el centro, allá justito ¡Splash!, la ola sobre ella, un tsunami de mierda. No podía ser peor, toda mojada; pelo, boca, orejas, cara, celular, ropa, medias, tenis, todo. Le dijo a Beatriz, mientras reía y lloraba simultáneamente: "No lo puedo creer, estoy toda mojada de mierda". Beatriz rió también y le dijo: "Tranquila amiga, lo peor ya pasó, tocaste fondo, no se puede bajar más..."

Por fin llegó a su destino, fue al baño, se lavó un poco, se quitó con asco la mierda de la cara, del pelo y las orejas, le contó a conocidos su experiencia y buscó la manera más amena y jocosa de superar el incidente, tomó una clase y se divirtió como pudo, la pasó bien. Al terminar, fue a buscar sus pertenencias y el celular estaba apagado, se había dañado por el tsunami: "¿qué más puede pasar?...soy una calamidad",  pensó.

El viaje de regreso, en tren, fue más simpático. Se montó en el vagón con dos tipos que no conocía. Estaba cansada y agobiada, ya sólo pudo observar.  Irónicamente se sentía liviana, sin ganas de pelear, ni de luchar, se dejó llevar y observó el paisaje de regreso a casa. Pensó en la vida, en las cosas que pasan, en cómo se desenvuelven los sucesos de la vida, en el lugar al cual llegamos mientras nos resistimos a aceptar que no controlamos nada, cantó una vieja canción de Pablo Milanés; El breve espacio en que no estás, y recordó un viejo amor.  Llegó a su vecindario, habló con algunos vecinos y por fin, entró en su apartamento.  Se desnudó en la cocina, lavó la ropa en el fregadero, llamó al plomero y subió a bañarse. Miró la ducha, sintió asco pero igual entró, se bañó rápido, se restregó la mierda, se vistió, fumó mariguana y se acostó a dormir.

Esa noche, reconoció, al fin, que la vida es una rueda en constante movimiento. Entendió que la rueda gira para que no te quedes estancado, como el agua en la ducha. Comprendió que hasta que no reconoces y aceptas el cambio que está llegando, la vida te aprisiona y te asfixia con el fin de que te muevas, ¿hacia dónde? hacia el infinito.

Así, Marcela, decidió no resistirse más, decidió aceptar el ahora aunque no lo entendiese, decidió vivir con intensidad aunque, literalmente, le cayera la mierda encima. No lloró más, estaba esperimentando la vida, de esto se trata vivir...

Mara

3 comentarios:

  1. Tremenda idea!! Abrir un spa de mierda para provocar epifanias espirituales!!!

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  2. esperando la continuación de este capítulo....

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  3. Bueno, ya hablamos de caca... ahora sigamos con un poco de sexo por favor...

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