martes, 11 de agosto de 2020

La sorpresa...

Su pasión por la música lo lleva cada noche a La Casa de la Trova, un local en Baracoa donde a diario se forman rumbones que son atractivos tanto para los lugareños como para los turistas que visitan Guantánamo. Toca cualquier instrumento, pero prefiere la percusión, porque los sonidos del tambor le recuerdan el sonido de la tierra y a sus ancestros. Durante el día, es chofer de Servicio Especial de Taxi, trabajo que le paga el salario con el que puede mantener a Miosotis y al niñito de 7 años. Conduce el auto #13, desde que comenzó a trabajar para la compañía hace 10 años. Ser chofer le mantiene moviéndose por la isla: conoce personas, tiene contactos, compra productos de contrabando y tiene mujeres por diferentes provincias.

Ese lunes por la tarde le informaron que el viernes recogería a tres turistas en la calle Beneficencia, que sería su guía y que las llevaría de Guantánamo hasta La Habana: “¡Acere! Tráete algún cambio de uniforme que estarás con ellas como dos semanas y son unas niñas ricas de Miami. Estás de suerte, Don Ernesto pidió que fueses tú quien las llevara”.

Martica llegó a La Habana para asistir al funeral de la tía Yoyita, Georgina Travieso García. La enviaron sus padres que estaban por Europa cuando murió. Tan pronto le dijeron a Martica que iría a Cuba, convirtió el viaje en una vacación. Le dijeron, que después del funeral viajaría a Guantánamo para saludar y acompañar unos días a la tía Marcia; hermana de la difunta Yoyita, y de su papá, Arturo Travieso y que luego, regresaría de vuelta a Miami. Martica pidió permiso para invitar dos amigas: Ángela, también hija de cubanos y Heather, hija de norteamericanos. Preguntó si podrían regresar en coche desde Guantánamo hasta La Habana y así, conocer la isla: “Óyeme, solo podrás quedarte tres semanas, así que organízate y sé juiciosa. Llama a la compañía de Servicio Especial de Taxi y procura a Don Ernesto. Le dices que eres mi hija, él te dará un chofer responsable y serio”, le dijo Arturo (con marcado acento cubano).

El viernes temprano, Toni llegó a la calle Beneficencia. Frente a la casa de Marcia Travieso, estaban las tres mujeres que lo esperaban: con grandes sombreros de paja, vestiditos floreados y sandalias tropicales (como si se fuesen de safari). Se despidieron de la tía con abrazos efusivos y movimientos de manos, se montaron al auto riendo a carcajadas y la tía, se persignó antes de entrar.

Martica se montó en el asiento delantero con el chofer y Ángela y Heather detrás. Martica y Ángela, hablaban español y Heather, solo sonreía porque no entendía nada, por lo que las otras dos estaban obligadas a hablarle en inglés; pero Toni no le tenía miedo a nada y menos, a no saber otro idioma.

Acomodó el cristal retrovisor y se encontró con las piernotas de Ángela, quien tenía la voluptuosidad distintiva de las mujeres caribeñas. Ella lo vio mirarla y le sonrió. Martica, que estaba sentada en el asiento al lado del chofer, lo miró de reojo y vio su pelo ensortijado debajo de un gorro parecido al de los policías, bigote y barba oscura. Era alto, delgado y tenía una pulsera de cuentas amarillas y verdes en su muñeca derecha. A través de su camisa blanca, que no tenía varios botones, pudo notar su pecho velludo. Tenía un pantalón de poliéster azul marino, y entre las piernas, notó un bulto interesante, que le erizó el cuerpo. Una vez Toni comenzó a manejar, Martica se volteó hacia sus amigas para contarle lo que había notado. Habló muy rápido en inglés, y aunque Toni no entendió nada, por las carcajadas, pudo intuir que se trataba de él.

Iban de provincia en provincia, pernoctando en hostales y comiendo en paladares. La experiencia tenía un efecto magnificador en aquellas jóvenes, no solo por el esplendoroso paisaje sino porque estaban fascinadas con la isla y con aquel hombre que las tenía como encantadas con su voz, sus historias inventadas y aquel cuerpo alto, delgado, velludo y sudado, del cual emanaba una peste seductora que las hacía humedecerse.

Así pasaron los días, pero la noche antes de llegar a La Habana, Toni intercambió unos cigarros por dos botellas de ron. Las llevó hasta el Hostal de Gloria y después de cenar, las invitó a su habitación para beber de su ron. Encontró una guitarra que Gloria tenía por algún rincón, y entre tragos de ron, les cantó canciones de Silvio, que ellas no conocían. Cuando ya estaban borrachos, sugirió a las muchachas que se besaran entre ellas, y para su sorpresa, le siguieron el juego. En poco tiempo, Toni tenía a Heather arrodillada entre sus piernas, a la Martica comiéndole la boca y a Ángela comiéndose a Martica. Una orgía que nunca antes habría soñado hacer realidad.

Todo pasaba muy rápido; de pronto se intercambiaban y tenía en la boca a Heather, que a su vez se comía a Ángela, mientras Martica se le sentaba en la entrepierna. Todos sus sentidos estaban alerta ante lo que ocurría, todo su cuerpo estaba recibiendo algún estímulo. Las lenguas, la humedad, los sonidos; miraba, escuchaba, tocaba, olía, comía. Las tres eran distintas, cada seno, cada textura, cada olor, cada sabor. Ellas lo recibían extasiadas por su virilidad y hombría, como si fuese un ser imaginario: con fauces, velludo, de sonidos guturales y manos grandes. Les agarraba los senos con firmeza, les apretaba las nalgas dejándole marcas, les halaba el pelo y las penetraba con fuerza. Martica se comía a Heather mientras él la penetraba, y a su vez, Angela se comía a Martica y él, sólo evitaba venirse y que se acabara la magia de aquella locura. Entre pausas, tomaba algún sorbo de ron para apaciguar la urgencia, pero no pasaba mucho tiempo hasta que volvía a querer penetrar alguna de aquellas tres, que disfrutaban de aquel momento. Así pasaron la noche, entre jadeos, humedad, sudor y orgasmos.

En la mañana, Toni despertó primero, con resaca, pero sonreído ante el recuerdo, rodeado de tres mujeres desnudas. Sintió la cama moverse y era Martica que sin nada de pudor se le acercó, lo besó y comenzó a masturbarlo, se sentó en su cara, mientras las otras dormían. Volvieron a retozar como la noche antes, hasta que las otras dos se sumaron nuevamente a la orgía, dándose placer entre ellas y usando al chofer como objeto. Ninguno se quejó ni resintió nada.

Aquella tarde, Toni las despidió en el aeropuerto de La Habana. Entre besos de agradecimiento y algo de lujuria, Martica le dijo que no olvidara buscar en la guantera del #13.

Al llegar al auto, se sentó a pensar un poco en todo lo que había ocurrido, buscó en la guantera y allí, encontró $1000 y una nota que decía: Por los servicios prestados, Gracias. Sonrió sorprendido y esa tarde, de camino a Guantánamo, aunque extenuado, descubrió su verdadera vocación…

 Mara