miércoles, 7 de junio de 2017

La rutina...



Llegó a la estación del tren como todas las mañanas en los últimos 15 años.  Ataviada con el mismo conjunto de ropa, en poliéster azul marino.  Aquel conjunto de pantalón y chaqueta que odiaba con locura y que le recordaba la monotonía en su vida, la rutina y el aburrimiento, los niños, el marido ausente en su presencia…en fin, la vida misma.
Llegar allí, a la estación del tren, le permitía transformar temporeramente su realidad.  Mientras esperaba, se distraía observando, se divertía inventándose historias.  Disfrutaba mirar a las personas, pues mientras las observaba, recreaba su cotidianidad, su aburrimiento, su hastío.
            En aquel espacio, donde todo se repetía hasta el infinito, coincidía con diversos seres y eso era magia en su cabeza. Todo se repetía, excepto algunas caras.  Se divertía pensando que detrás de cada nuevo rostro se encontraba alguna historia que crear.
Inventaba historias sobre sus vidas, sobre quiénes eran, sobre sus experiencias, sus secretos, su oscuridad.  Casi siempre se tropezaba con alguna cara familiar aunque no conocía a nadie, nunca hablaba con nadie.  Sabía que hablar con alguien representaba romper el encantamiento, romper con los momentos mágicos que recreaba en su cabeza y que de alguna manera eran los únicos momentos en que rompía con lo rutinario.
Una de esas mañanas repetitivas, cuando ya estaba sentada dentro del vagón, con su conjunto de poliéster azul marino y su cabello atrapado en una cola de caballo que le apretaba la sien,  se sentó frente a ella un ser desconocido. Contrario a otras ocasiones, este ser llamó su atención por su evidente atractivo físico.
Lo miró con sorpresa y con gusto.  Era algo así como un príncipe azul, salido de algún cuento de hadas.  Tenía la  piel blanca-blanca, el pelo oscuro, ondulado y largo; recogido por una diadema.  En su rostro unos ojos oscuros y achinados, escondidos tras unos espejuelos redondos y  pequeños, sostenidos sobre una nariz larga mas no perfilada que hacía juego con una boca carnosa y rosada: “Lindo-lindo" pensó, y sonrió con malicia. Siempre sonreía maliciosamente cuando algún pensamiento morboso le cruzaba por la mente y  le provocaba el cuerpo.  Se sorprendió aún más al darse cuenta que se le habían erizado los vellos y acelerado el pulso.
Se dio cuenta de que hacía tiempo nada le erotizaba el cuerpo. Volvió en sí y miró hacia otro lado.  Una vez más, como casi todos los días, pensó en su vida y en su cotidianidad, en la rutina, en el tedio.  Absorta en sus pensamientos; allí donde creaba sueños y se confrontaba con las decisiones tomadas.  Recordó su vida y aquellos días cuando aún era, verdaderamente libre. Sintió nostalgia, tristeza y también soberbia.
Intentó salir de aquel lugar oscuro donde no le gustaba entrar y también intentó no volver a mirar aquel ser que la había distraído, aquel hombre que sin saber la había llevado a cuestionarse la vida que había escogido; vacía de emoción y aventura.  Miró a su alrededor y no se le ocurrió ninguna historia, se sentía seducida por aquella piel blanca-blanca y aquellos ojos achinados.
Volvió a mirarlo. Lo observó en detalle: su ropa, su mochila, sus sandalias y aquella boca carnosa.  Mientras lo observaba, él levanto su mirada,  por encima de sus espejuelos redondos.  La miró con curiosidad, y sin mucho esfuerzo regresó a su libreta de apuntes.  Ella, sin embargo, intentó parecer normal y así obviar el efecto que le causaba aquel hombre sin edad.  Cerró los ojos, respiró profundo e intentó relajarse.
De repente, como en un desdoblamiento, se puso de pie y se le paró en frente, lo miró a los ojos y se acercó un poco más. Tenía un vestidito corto color turquesa.  Él, la miró curiosamente, con sorpresa, mas no se movió.  La dejó acercarse un poco más.  La miró a los ojos fijamente; como hipnotizado, idiotizado y ella se siguió acercando, hasta inclinarse sobre él.  Sonreía mientras lo miraba fijamente, relajada, segura.  Sabía que él no la rechazaría.  Ningún hombre es capaz de rechazar una mujer a la que le permite acercarse tanto.
Sintió cómo la respiración se le aceleraba, y también vio cómo los ojos de aquel ser se achinaban un poco más, en espera ansiosa.  Le acercó los labios y sintió el calor de su aliento.  Lo besó en la boca, lentamente, y él le correspondió.  Le mordió los labios y le pegó el cuerpo.  Sin pensarlo mucho se acomodó sobre él, abrió las piernas y se le sentó encima. Allí, en público, frente a todos, en aquel vagón frío.
Él, la dejó tener el control, la separó un poco, le miró la cara y le vio la urgencia. Volvió a besarla, despreocupado, como si estuviesen solos.  Le agarró los muslos, le apretó las nalgas, le tocó la espalda, le soltó el cabello y la besó con ganas, como si la conociera, como si se hubiesen reencontrado después de mucho buscarse.  Se besaron con lujuria, con la lujuria que deja el
tiempo cuando no lo complaces.
Mientras aquel vagón se desplazaba de una estación a otra, ella sentía su cuerpo, sentía cada célula de su ser despierta, alerta, erotizada.  Sentía cada roce, la respiración, las palpitaciones y también, sintió un calentón húmedo entre las piernas, ese calentón rico que te dice que estás lista.  Sintió el roce masculino; levantado, despierto.  Se
movió sobre él queriendo sentirlo aún más y mientras intentaba acercársele abriendo un poco más las piernas, escuchó un lejano susurro. Intentó ignorarlo y continuar metida en aquél erotismo desbocado, entre saliva y humedad,  pero el susurro se volvió pregunta: "Señora, ¿aquí es dónde usted se baja?"
Súbitamente, fue sacada de su ensueño.  Abrió los ojos, miró a cada lado y aún estaba sentada en el mismo lugar, en el mismo vagón, con el mismo conjunto en poliéster azul marino, igual que cualquier otro día de su vida.  Suspiró y sintió tristeza, también un profundo enojo y frustración.
Volvió en sí, se recompuso un poco, se arregló disimuladamente la ropa y el cabello. Se puso de pie, agarró su cartera y miró por última vez, aquel príncipe encantado que, por un instante, le sedujo el cuerpo y la hizo sentir viva. 
Caminó torpemente hacia la salida, maldijo entre dientes la rutina y  maldijo que el tren se hubiese detenido.  Antes de salir cerró los ojos y un suspiro entrecortado,  de esos llenos de dolor y sentimiento, la estremeció por dentro.  Se acomodó la cartera, levantó la cabeza y salió de allí…

Mara