Llegó a la estación del tren como todas
las mañanas en los últimos 15 años. Ataviada
con el mismo conjunto de ropa, en poliéster azul marino. Aquel conjunto de pantalón y chaqueta que
odiaba con locura y que le recordaba la monotonía en su vida, la rutina y el
aburrimiento, los niños, el marido ausente en su presencia…en fin, la vida
misma.
Llegar allí, a la estación del tren, le
permitía transformar temporeramente su realidad. Mientras esperaba, se distraía observando, se
divertía inventándose historias. Disfrutaba
mirar a las personas, pues mientras las observaba, recreaba su cotidianidad, su
aburrimiento, su hastío.
En aquel espacio, donde todo se
repetía hasta el infinito, coincidía con diversos seres y eso era magia en su
cabeza. Todo se repetía, excepto algunas caras.
Se divertía pensando que detrás de cada nuevo rostro se encontraba alguna
historia que crear.
Inventaba historias sobre sus vidas,
sobre quiénes eran, sobre sus experiencias, sus secretos, su oscuridad. Casi siempre se tropezaba con alguna cara
familiar aunque no conocía a nadie, nunca hablaba con nadie. Sabía que hablar con alguien representaba
romper el encantamiento, romper con los momentos mágicos que recreaba en su
cabeza y que de alguna manera eran los únicos momentos en que rompía con lo
rutinario.
Una de esas mañanas repetitivas, cuando
ya estaba sentada dentro del vagón, con su conjunto de poliéster azul marino y su
cabello atrapado en una cola de caballo que le apretaba la sien, se sentó frente a ella un ser desconocido.
Contrario a otras ocasiones, este ser llamó su atención por su evidente
atractivo físico.
Lo miró con sorpresa y con gusto. Era algo así como un príncipe azul, salido de
algún cuento de hadas. Tenía la piel blanca-blanca, el pelo oscuro, ondulado
y largo; recogido por una diadema. En su
rostro unos ojos oscuros y achinados, escondidos tras unos espejuelos redondos
y pequeños, sostenidos sobre una nariz
larga mas no perfilada que hacía juego con una boca carnosa y rosada: “Lindo-lindo"
pensó, y sonrió con malicia. Siempre sonreía maliciosamente cuando algún
pensamiento morboso le cruzaba por la mente y le provocaba el cuerpo. Se sorprendió aún más al darse cuenta que se
le habían erizado los vellos y acelerado el pulso.
Se dio cuenta de que hacía tiempo nada
le erotizaba el cuerpo. Volvió en sí y miró hacia otro lado. Una vez más, como casi todos los días, pensó
en su vida y en su cotidianidad, en la rutina, en el tedio. Absorta en sus pensamientos; allí donde
creaba sueños y se confrontaba con las decisiones tomadas. Recordó su vida y aquellos días cuando aún
era, verdaderamente libre. Sintió nostalgia, tristeza y también soberbia.
Intentó salir de aquel lugar oscuro
donde no le gustaba entrar y también intentó no volver a mirar aquel ser que la
había distraído, aquel hombre que sin saber la había llevado a cuestionarse la
vida que había escogido; vacía de emoción y aventura. Miró a su alrededor y no se le ocurrió ninguna
historia, se sentía seducida por aquella piel blanca-blanca y aquellos ojos achinados.
Volvió a mirarlo. Lo observó en
detalle: su ropa, su mochila, sus sandalias y aquella boca carnosa. Mientras lo observaba, él levanto su mirada, por encima de sus espejuelos redondos. La miró con curiosidad, y sin mucho esfuerzo regresó
a su libreta de apuntes. Ella, sin
embargo, intentó parecer normal y así obviar el efecto que le causaba aquel
hombre sin edad. Cerró los ojos, respiró
profundo e intentó relajarse.
De repente, como en un desdoblamiento,
se puso de pie y se le paró en frente, lo miró a los ojos y se acercó un poco
más. Tenía un vestidito corto color turquesa.
Él, la miró curiosamente, con sorpresa, mas no se movió. La dejó acercarse un poco más. La miró a los ojos fijamente; como
hipnotizado, idiotizado y ella se siguió acercando, hasta inclinarse sobre él. Sonreía mientras lo miraba fijamente, relajada,
segura. Sabía que él no la rechazaría. Ningún hombre es capaz de rechazar una mujer
a la que le permite acercarse tanto.
Sintió cómo la respiración se le
aceleraba, y también vio cómo los ojos de aquel ser se achinaban un poco más,
en espera ansiosa. Le acercó los labios
y sintió el calor de su aliento. Lo besó
en la boca, lentamente, y él le correspondió.
Le mordió los labios y le pegó el cuerpo. Sin pensarlo mucho se acomodó sobre él, abrió
las piernas y se le sentó encima. Allí, en público, frente a todos, en aquel
vagón frío.
Él, la dejó tener el control, la separó
un poco, le miró la cara y le vio la urgencia. Volvió a besarla, despreocupado,
como si estuviesen solos. Le agarró los
muslos, le apretó las nalgas, le tocó la espalda, le soltó el cabello y la besó
con ganas, como si la conociera, como si se hubiesen reencontrado después de
mucho buscarse. Se besaron con lujuria,
con la lujuria que deja el
tiempo cuando no lo complaces.
Mientras aquel vagón se desplazaba de una
estación a otra, ella sentía su cuerpo, sentía cada célula de su ser despierta,
alerta, erotizada. Sentía cada roce, la
respiración, las palpitaciones y también, sintió un calentón húmedo entre las
piernas, ese calentón rico que te dice que estás lista. Sintió el roce masculino; levantado,
despierto. Se
movió sobre él queriendo sentirlo aún más y mientras
intentaba acercársele abriendo un poco más las piernas, escuchó un lejano susurro.
Intentó ignorarlo y continuar metida en aquél erotismo desbocado, entre saliva
y humedad, pero el susurro se volvió
pregunta: "Señora, ¿aquí es dónde usted se baja?"
Súbitamente, fue sacada de su
ensueño. Abrió los ojos, miró a cada
lado y aún estaba sentada en el mismo lugar, en el mismo vagón, con el mismo conjunto
en poliéster azul marino, igual que cualquier otro día de su vida. Suspiró y sintió tristeza, también un
profundo enojo y frustración.
Volvió en sí, se recompuso un poco, se
arregló disimuladamente la ropa y el cabello. Se puso de pie, agarró su cartera
y miró por última vez, aquel príncipe encantado que, por un instante, le sedujo
el cuerpo y la hizo sentir viva.
Caminó
torpemente hacia la salida, maldijo entre dientes la rutina y maldijo que el tren se hubiese detenido. Antes de salir cerró los ojos y un suspiro entrecortado,
de esos llenos de dolor y sentimiento, la
estremeció por dentro. Se acomodó la
cartera, levantó la cabeza y salió de allí…