Esa mañana al despertar, se miró en el espejo y se dio cuenta que no se veía con claridad. Vio su rostro dividido en pedazos, como si fuese un rompecabezas. Entonces se miró el resto del cuerpo y continuó viéndose así, fragmentada. Se había convertido en un rompecabezas. Sintió temor de moverse pues pensó que si lo hacía, podría romperse en pedazos y también, sintió miedo de lavarse la cara pues no sabía si también era de cartón. De repente, se sintió aterrorizada, no entendía lo que había ocurrido la noche anterior.
Caminó suavemente hacia la habitación y
allí, se sentó a pensar seriamente en su noche y en sus sueños. Su corazón
palpitaba rápidamente, detestaba aquella ansiedad pues siempre auguraba
tormenta. Se miró el cuerpo dividido en pequeños pedazos y su corazón se
aceleró un poco más. Recordó que había soñado que estaba compartiendo con un
ser familiar y a la vez desconocido. Un ser sin tiempo ni espacio, un ser
extraño e impenetrable. Hablaba con éste, mientras intentaba descifrar su
rostro. Realmente, intentaba inventarse una cara pues tan sólo veía una
máscara. Aquel ser estaba enmascarado pero no lo sabía, no recordaba su
máscara. La usaba desde hacía tanto tiempo que hasta había olvidado cuándo
olvidó quitársela. Ella no sabía lo que había detrás de aquella máscara, ni
siquiera cómo era pero estaba curiosa. No se atrevió a preguntar nada, ni
siquiera cómo había olvidado quitarse aquella careta, aquél disfraz, desde
cuándo lo usaba, ni si estaba cómodo allí encerrado. Mientras lo observaba
concluyó que parecía cómodo allí adentro, a lo mejor acostumbrado.
De repente, de la nada, el
indescifrable ser comenzó a golpearla. No entendió lo que sucedía pues aquella
cosa no usaba sus manos, usaba las palabras. De su boca salían palabras que
cuando chocaban contra su cuerpo le hacía pequeñas pero profundas hendiduras y
así, fue formándose el rompecabezas. Las palabras salían y chocaban contra su
cuerpo, algunas rebotaban y caían al piso pero otras entraban por las grietas
que formaban al chocar. Durante el sueño se fue debilitando, tanto, que aún
enfrente de aquel ser que la lastimaba y ante quien por alguna extraña razón no
se defendía, entró dentro de su cuerpo, como si se hubiese desdoblado.
En su inconciencia entró en alguna otra
dimensión onírica, más profunda. Se encontraba dentro de su cuerpo, con la
capacidad de ver no sólo lo que ocurría afuera sino lo que pasaba adentro, no
sólo de su cuerpo sino en el cuerpo del ser aquel que la golpeaba ya lastimado. Podía
ver todo desde su cuerpo fragmentado, desde su cuerpo rompecabezas donde los
órganos internos también habían sido perforados por las palabras y desde donde,
a través de las grietas, también entraba la luz del exterior. Desde allí
también podía ver aquel otro ser que decía palabras cuchillo, palabras navaja,
palabras que le perforaban la esencia. Desde allí adentro podía ver la sangre y
el caos que creaban las agudas palabras. La sangre no podía verse desde el
exterior. Sin embargo, allí adentro todo estaba salpicado de palabras
ensangrentadas que caían por doquier, salpicado de algunas palabras que podían
penetrar el cuerpo, las más filosas.
Estando allí adentro, de repente, su cuerpo se
movió hacia otro lugar y cuando se dio cuenta estaba dentro de otro cuerpo,
otro cuerpo también lleno de sangre y de grietas. Otro cuerpo a través del cual
entraba la luz y desde donde se vio, inmóvil, deshecha. Ese otro cuerpo también
era un rompecabezas. Ese otro cuerpo también estaba ensangrentado por dentro
sólo que nadie ajeno lo hería con palabras, lo herían sus propias palabras.
Había grietas profundas, grietas añosas, grietas que gritaban de dolor.
Entonces, sospechó que aquel ser ya
había llegado allí resquebrajado por sus palabras filosas e intentó salir del sueño
dentro del sueño y sin despertar aún, volvió y se miró en el espejo...
Mara